En el taller sagrado de Rodolfo Sánchez
En Jericó (Antioquia), el pintor y escultor Rodolfo Sánchez salvaguarda un antiguo convento en el que pinta inspirado en la divinidad.
Daniel Grajales T.
Son las 8:00 p.m. y en Jericó la pandemia dice que todo el mundo cierre las puertas de sus casas y de sus balcones patrimoniales y coloridos, para resguardarse de una noche con una lluvia pasajera. Sin pensarlo, el teléfono suena, llama la bohemia. La cita es en una ubicación antes desconocida. Al lado de un centro cultural previamente visitado, nos esperan una cena, un asado y en casa un pintor que nadie me había mencionado. Me dicen que es bogotano y que hace menos de una década se radicó en el pueblo. Roberto Ojalvo, director del Museo de Jericó, impidió que se fuera cuando se sintió cansado de estar confinado entre las montañas. “Si los caminos te trajeron aquí, es porque aquí debes estar”, fue lo que le dijo el doctor Ojalvo, la figura cultural más notable de este terruño que algunos llaman la Roma de Antioquia.
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Son las 8:00 p.m. y en Jericó la pandemia dice que todo el mundo cierre las puertas de sus casas y de sus balcones patrimoniales y coloridos, para resguardarse de una noche con una lluvia pasajera. Sin pensarlo, el teléfono suena, llama la bohemia. La cita es en una ubicación antes desconocida. Al lado de un centro cultural previamente visitado, nos esperan una cena, un asado y en casa un pintor que nadie me había mencionado. Me dicen que es bogotano y que hace menos de una década se radicó en el pueblo. Roberto Ojalvo, director del Museo de Jericó, impidió que se fuera cuando se sintió cansado de estar confinado entre las montañas. “Si los caminos te trajeron aquí, es porque aquí debes estar”, fue lo que le dijo el doctor Ojalvo, la figura cultural más notable de este terruño que algunos llaman la Roma de Antioquia.
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Abre la puerta de la casa, de madera por supuesto, una amiga en común. Ya sé que entre los invitados a la cena está la maestra pianista Teresita Gómez, con su amiga Rosita. Es una casa mágica que enamora solo por el aura, con su patio grande a la entrada, con bifloras colgantes, epicentro de una barbacoa de res, algunos aguardientes y muchas ganas de hablar. Está también el cuentero Jairo Esteban, figura de la tradición oral antioqueña, oriundo de estas tierras. Más callados y expectantes están los hermanos y amigos del pintor.
“Se parece a Héctor Abad Faciolince”, me digo entre mis adentros, mientras recibo la cena y los aguardientes de las cañas de mis valles y el anís de mis montañas. Rodolfo Sánchez, de cabello blanco, de estatura promedio, es el dueño de casa. Es bogotano, pero vive ahora en Jericó, en una casa en la que el cuadro que más me llama la atención es el de una señora; poco después me contará que es su madre.
Como es de esperarse, porque los paisas hablamos mucho, el creador visual es el más callado, el más sereno y discreto entre quienes hablamos sin parar esa noche. Observador, como buen artista, nos deja ser el centro de atracción a los demás: de Teresita a su hermano, pasando por el cuentero y la gestora cultural que nos presentó.
Nos citamos al día siguiente, en la mañana. Amanece. La bruma se posa sobre las montañas, los pájaros cantan fuerte y hay poca gente en el pueblo. Llego puntual a la cita y toco con dos golpes el portón de madera. Abre. Se le ve sorprendido porque le cumplí la cita, pues pensó que era cuestión de unos tragos. Me ofrece un café cultivado en Antioquia la Grande y se presenta: “Soy Rodolfo Sánchez Lalinde, artista bogotano”.
Nació el 1° de marzo de 1968 y se formó, en un comienzo, en la capital colombiana. Lo primero que estudió fueron cursos de extensión de pintura en la Universidad Nacional. No recuerda a esos primeros maestros, lo que sí no olvida es que desde entonces, desde finales de la década de 1980, dicho acercamiento al arte lo hizo sentir muy cómodo y lo ayudó a tomar la decisión de dedicarse a las líneas, los colores, las formas y el silencio con el que suele pintar todos los días. “En esos cursos recibí las bases de dibujo y, digamos, la estructura necesaria para empezar una carrera como artista, para adentrarme en la escultura y en la pintura. Fueron unos cursos de seis meses, aproximadamente. Es que el primer semestre después de salir del colegio me quedé sin matricularme en la universidad e iba a estudiar en España”, relata.
Fue en la capital de España donde se formó académicamente. “Yo apliqué a una beca en España para estudiar Bellas Artes y quedé preseleccionado. Presenté el examen de admisión en la Universidad Complutense de Madrid, donde quería estudiar, dándome cuenta de que todas las bases de esos cursos me habían servido, que sabía lo que me preguntaban”. Cuenta que para pasar el examen de ingreso de dibujo en la Complutense había que hacer un modelo clásico en dibujo “y había personas que estudiaban dos o tres años y no pasaban ese examen. Yo con unos meses que estudié en la Nacional pude pasarlo desde el primer intento”.
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Confiado en los conocimientos básicos que tenía, se enfrentó a la patria que le dio mucha de su formación en artes a Colombia. Sí, invadidos o conquistados, los vestigios de la historia del arte nacional, si es que existiera, vienen de esos españoles que trajeron aquí su barroquismo, como cuenta la madre María Alicia Ochoa, directora del Museo Etnográfico de la Madre Laura.
Se fue a España en 1997. No sabe por qué a ese país, porque en este momento de su vida el artista está preguntándose mucho sobre sus decisiones pasadas. “¿Por qué he ido a muchos lugares del mundo buscando algo que yo mismo no sé?”. Ha sido una pandemia para pensarse, resguardarse y darle una mano a su casa antigua, uno de sus mayores tesoros.
Ha estado en 17 países. Vivió en España siete años: estudió, se formó, aunque su corazón le decía que el camino no era estar allá. Se divorció y tuvo dos grandes amores. Habitó Barcelona y Granada, entonces decidió ser un explorador del mundo: viajar y viajar. Todos los caminos lo condujeron a Jericó.
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Dualidades tiene muchas. Por ejemplo, aunque le gusta la geometría y es un escultor moderno con intereses en la tridimensionalidad, ama los lienzos de gran formato y pintar con óleo todo el día. “Se me daba mejor la escultura, entonces quise meterme con lo más complejo, que es la pintura, el oficio de la pintura”.
Mientras habla, el cuadro que pintó de su mamá, doña Consuelo Lalinde Echeverri, ya fallecida y originaria de Rionegro (Antioquia), nos sigue mirando. Su trazo en dicha obra es tan delineado que los ojos de la matrona parecen cuidar al hijo de las preguntas del periodista. Su mamá también se formó en el oficio, además de haber estudiado economía y administración de empresas. Por ella fue que el pintor y escultor volvió a Colombia, ya que su enfermedad lo motivó a regresar. Antes de eso andaba por el mundo como judío errante. Otra que no deja de mirarnos mientras hablamos es santa Laura. Sánchez la tiene ya delineada en un lienzo de mediano formato, que prepara para una subasta benéfica que tendrá lugar pronto en Jericó.
Entremos en lo divino, ya vimos un poco de lo humano. La casa de Rodolfo Sánchez tiene un aire especial. La luz que entra en el patio, la que proyectan los ventanales en el estudio, la que hay en la cocina y en los corredores, no solo es producto de la divinidad del universo que es Jericó, sino porque vive en un antiguo convento, adornado por vírgenes y candelabros para decenas de pequeñas velas. No se siente miedo, sino paz. Son unas diez habitaciones, tres o cuatro salones grandes, la cocina, el patio delantero y trasero, el oratorio, además de árboles y flores.
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¿Tiene sentido que pinte a santa Laura? ¿Tiene sentido que done para subastas benéficas? Sí. Antes de ayer soñó con su mamá, quien parece haberle dejado un mensaje de ayudar, de servir, de seguir pintando. Su fe es la que lo ha motivado a no abandonar el arte. “Te voy a decir algo con respecto a la madre Laura: cuando estuve en su santuario, que pasé la mano por el huesito de ella, sentí una corriente de arriba abajo. La cosa más impresionante, pero impresionante”.
Rodolfo Sánchez es figurativo o abstracto. No tiene problema con pasar de santa Laura a un lienzo de formato monumental, cual telón de boca, con colores como el rojo y el verde, difuminando con delicadeza un tono entre otro. En la escultura le interesa el metal, también ha usado el concreto. Está influenciado por los escultores modernos del país, de Negret a John Castles, pasando por la roca de Hugo Zapata.
Espera conocer al maestro Miguel Ángel Rojas, a quien admira, además de seguir arreglando con amor la casa que su familia y su Dios le dieron en Jericó, donde ahora habita y le dedica días completos a la pintura en un taller lleno de nitratos y pinceles, de lienzos por comenzar y algunos a medio camino. Su don podría ser el de la paciencia, el de la calma, también el de la hospitalidad. Sabe ser amigo, respetar, escuchar y callar.
Cuando habla, se le sienten la paz y la calma, quizá porque, desde el siglo pasado, mientras en este pueblito viejo de Antioquia santa Laura hacía su obra, las demás hermanas y novicias le pedían a Jesús respuestas sobre su camino, orando sin descansar, en casas como la suya. Nos despedimos del taller sagrado de Rodolfo Sánchez, desde donde seguirá pintando, tallando y modelando, inspirado por un sentimiento divino que no sabe explicar, pero que se le ve y se le siente.