Gustavo Tatis Guerra: “Tenemos mucho que aprender de los animales”
El periodista y escritor Gustavo Tatis Guerra habla para El Espectador sobre su más reciente novela infantil, “Michelín no es una gata cualquiera”, publicada por Panamericana Editorial.
Elena Chafyrtth
“Mi amigo el gran poeta Héctor Rojas Herazo me decía que un ser humano estaba culminado a sus siete o nueve años, y lo que seguía en su vida era una extensión de esas perplejidades, instantes y magias atesoradas. Otra vez, García Márquez me confesó que él no había salido jamás de su infancia”, recuerda con nostalgia y al mismo tiempo con emoción el escritor Gustavo Tatis Guerra. Para él, escribir cuentos, poemas y novelas representa el mismo reto que pintar con detenimiento sobre un lienzo a lo largo de largas horas, pues los dos ejercicios lo conducen a lo más profundo de su alma, reencontrándose con esa ingenuidad y magia del niño que alguna vez fue. Además, escribir para niños y jóvenes lo lleva constantemente a cuestionar y reflexionar cada vez más sobre los seres que habitan el mundo.
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“Mi amigo el gran poeta Héctor Rojas Herazo me decía que un ser humano estaba culminado a sus siete o nueve años, y lo que seguía en su vida era una extensión de esas perplejidades, instantes y magias atesoradas. Otra vez, García Márquez me confesó que él no había salido jamás de su infancia”, recuerda con nostalgia y al mismo tiempo con emoción el escritor Gustavo Tatis Guerra. Para él, escribir cuentos, poemas y novelas representa el mismo reto que pintar con detenimiento sobre un lienzo a lo largo de largas horas, pues los dos ejercicios lo conducen a lo más profundo de su alma, reencontrándose con esa ingenuidad y magia del niño que alguna vez fue. Además, escribir para niños y jóvenes lo lleva constantemente a cuestionar y reflexionar cada vez más sobre los seres que habitan el mundo.
En estas páginas, el lector disfrutará de la narración de una niña de ocho o diez años que nos llevará por un viaje de sensaciones que creímos perdidas. “La voz de mi tía es más dulce cada vez que nombra a Michelín, mientras otros dicen Michelín, con una voz desafinada. Ella dice que los gatos les ponen más cuidado a las voces dulces que a las que suenan como una trompeta. Los vozarrones los asustan; las voces dulces los atraen. Los gatos se dan cuenta como se les habla, como cuando un padre regaña a su hijo o cuando alguien está reclamando algo. Y Michelín sabía, con solo escuchar, quien la quería y quien la despreciaba”.
¿Qué lo inspiró a escribir la historia de Michelín?
Ocurrió dentro del periódico donde trabajo, en la zona de parqueo y jardines, cuando entró una gatita callejera que se quedó a dormir al lado de las llantas de los camiones repartidores de periódicos. El conductor que la descubrió, Obdonel, a quien todos conocen por sus iniciales de Omega (Obdonel Meza García), la bautizó Michelín porque dormía junto a esas llantas, y la protegió llevándola al jardín. Era casi imposible tener una mascota invisible en una zona laboral y Lala (Eulalia Pinedo) se convirtió, junto a Omega, en su protectora. Todas las mañanas, con la complicidad de algunos celadores, conductores y mecánicos, Lala traía el concentrado diario a la gatita. Este episodio cotidiano generó dos bandos internos y secretos, además de otro externo: quienes protegían a Michelín o la perseguían para que abandonara la zona laboral y quienes en la vecindad odiaban a los gatos.
La situación se volvió dramática cuando cada noche el parqueadero empezó a llenarse de gatos callejeros persiguiendo a Michelín. Hasta allí concebí un cuento corto, que a medida que lo reescribía se convirtió en una novela para niños, al descubrir que el drama rebasaba la misma empresa e involucraba a toda la ciudad, ante la falta de albergues de animales callejeros. En los playones de Chambacú y Papayal vi criaderos de gatos a la intemperie. Y recordé a Carmencita Botellita que dormía en la calle y cuidaba a los perros y los gatos. Todo eso se unió para contar la historia, luego de entrevistar a cada uno de sus protagonistas que son amigos cercanos, gente de carne y hueso. El antagonista de la historia es Débora, una mujer implacable que envenena gatos, es una suma de seres que he conocido y que aparece como vecina del entorno del diario. Este personaje vuelve más dramática la historia de Michelín.
Los lectores presenciarán una discusión entre los personajes de la novela (Álvaro y Omega) sobre el maltrato que sufren los pájaros al momento de ser encerrados dentro de las jaulas. ¿Cómo cree usted que se podría terminar con el maltrato animal?
Es curioso. Álvaro Paternina (celador del diario El Universal), al que Germán Mendoza llamaba con humor y cariño “Cabeza de Puerco”, en la vida real es un amigo de los perros, más no de los gatos, mientras que Omega ama por igual a perros y gatos. En la vida real duerme junto a su esposa y su perro. La discusión sobre los pájaros encerrados en jaulas y los animales maltratados es una terrible realidad que abordo en la novela, pero es una realidad espantosa no solo en Cartagena sino en muchas ciudades del país y del mundo. Hace años alguien mataba a un perro y a un gato y no era castigado. Se han creado leyes que protegen la vida de los animales, pero aún falta mucho. Esta pandemia puede servirnos para transformar nuestra relación con la naturaleza, de la que formamos parte, y para mejorar nuestra relación con los árboles y con los animales en general. No solo con leyes cambia la conciencia y el corazón humano. Las pequeñas revoluciones empiezan en casa o fuera de ella, en los actos más sencillos, en la compañía que nos deparan los gatos, los perros y el resto de las criaturas de la naturaleza. La sociedad no puede quedarse callada cuando alguien maltrata o le arrebata la vida a un animal. Puede parecer paradójico decirlo, cuando hemos sido una sociedad carnívora, cazadora de animales salvajes para el consumo humano, pues hemos sido mamíferos depredadores a lo largo de la historia. La muerte de un animal, ya sea por maltrato o por cacería, es siempre un acto violento. Tal vez en ese replanteamiento de esa realidad brutal estén las claves del destino de la humanidad.
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¿Qué tipo de valores y enseñanza quiere generar en los lectores a través de la gata Michelín y de los demás personajes?
La enseñanza es la vida misma que se narra en esta novela: la insensibilidad humana, la compasión, la ternura animal y humana, la solidaridad, la humildad de quien descubre que puede aprender muchísimo de la sabiduría de los gatos. El escritor Víctor Hugo dijo una frase preciosa, que Borges mejoró e hizo suya: “Dios creó a los gatos para que los hombres pudieran acariciar al tigre”.
Julio Cortázar solía decir: “Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter, y con su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”. ¿Está de acuerdo con esta frase? ¿Cree que si la practicáramos viviríamos en un mundo más comprensivo y menos violento?
Recordando a Julio Cortázar, la mirada del narrador que intenta atravesar la mirada del pez en Axolotl que también lo mira, es tal vez la certeza de que entre esas dos miradas pueden compartirse milagros, desde la orilla del pez y desde la orilla del hombre que alguna vez fue pez o planta. No me gusta cuando intentamos humanizar a las mascotas vistiéndolas como seres humanos. Ellas tienen su propio y natural vestido, su sensibilidad y su necesidad imperiosa de afecto. No me gusta ver a los animales amarrados. Un perro amarrado es algo dramático, como un pájaro enjaulado o un hombre encarcelado. El hombre sale a pasear a su perro, y es al revés, es el perro el que saca a pasear al hombre. Cada vez el ser humano descubre que su mascota sale a buscarlo para acompañarlo, consolarlo y también para sugerirle su cariño. Tenemos mucho que aprender de los animales. Sin duda, haríamos un planeta menos violento, más compartido, más bello y habitable.
Este libro se lo dedica al periodista Germán Mendoza Diago. Cuéntenos un poco sobre esto.
Germán Mendoza Diago, el gran periodista que se nos adelantó en el viaje con su partida en 2020, es un inolvidable personaje de la novela, pues era de la legión de protectores de Michelín. Llegaba temprano al periódico y saludaba a la gata invisible en el jardín o en el taller de mecánica de Víctor Hugo Hernández. La gata Michelín, oculta en el jardín, conocía por las pisadas a todo aquel que iba llegando al periódico. Germán era ingenioso y juguetón, y de una inteligencia múltiple. En la novela es quien cuenta la historia de cómo llegaron los gatos a América.
¿Podría compartirnos la travesura que más recuerda de alguna de sus mascotas?
Me acompañan en familia dos gatas preciosas: Llamita y Sakura. La conmovedora travesura de mis gatas tiene que ver con las ofrendas que me traen a mis pies, intentando halagarme con las huellas de sus cacerías nocturnas de un pájaro, una tortolita a la que yo les arrebato de la boca, una lagartija e incluso una cucaracha. Las dos gatas me despiertan antes de la cinco de la madrugada y me recuerdan que hay que darles de comer. Entonces, Sakura me acaricia los dedos de los pies, casi un pequeño mordisco amoroso, para decirme: “Tengo hambre ya”. La otra travesura fue ver a Sakura intentando saludar su propia imagen en el espejo, o tratar de morder la sombra de su propia cola.