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“En la literatura el humor escasea por el temor a herir”: Amaury Colmenares

Conversamos con el escritor mexicano, uno de los invitados especiales a la FILBO 2025 sobre su novela “Acequia”, reciente ganadora del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas en 2024, donde cada personaje es todo un decálogo de la latinoamericanidad.

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Juan Camilo Rincón
02 de mayo de 2025 - 06:00 p. m.
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Cuernavaca es ciudad de caprichosas curvas, una que parece haberse roto y vuelto a armar de manera antojadiza, contra todo orden y cualquier estructura lógica. Es, dice Amaury Colmenares, un desmadre funcional de estridentes equívocos y coloridas falsedades. De esa urbe que se mueve entre contradicciones da cuenta el autor en Acequia (Laguna Libros, 2024), una novela que es canal por el que corre sin pausa todo el humor del mundo.

Con Julieta Lucía Pensamiento Borges y su libro El poder de las plantas publicado por la embaucadora editorial El Helecho, el misterio de la Virgen del Naufragio, los singulares casos que asume el Despacho Jurídico Ahorcado & Paniagua y un experto en espejos que termina por replantear la arquitectura —entre otros personajes variopintos—, Colmenares va hilando ese mundo único que es Cuernavaca, ciudad milagro de agua, flores y calor.

En la novela hay una pregunta sobre el desarrollo, la urbanización, la burocracia, “las fronteras de la identidad y el copyright en la superestructura del capitalismo”, la viralidad, la voracidad de los grandes conglomerados, el marketing, la creatividad, los clics...

Esas problemáticas y críticas fueron apareciendo en la obra conforme la vida de los personajes y el rumbo de la historia principal lo fue requiriendo. No hay una intención de construir un mundo ideal y tampoco de problematizar el mundo en el que vivimos; más bien, hay en la novela unos personajes que viven en un entorno que muchas veces les es hostil, y yo doy cuenta de esas hostilidades, igual que doy cuenta de sus momentos felices. La novela no es sobre mí, ni sobre mis ideales ni sufrimientos, por lo tanto, no es un panfleto militante ni un discurso; es un atisbo al mundo de esos personajes, sus sufrimientos y sus milagros. La novela explora los pequeños momentos sublimes de sus protagonistas, lo mismo que sus conflictos con su contexto. Esa es la perspectiva que adopté para exponer los temas que mencionas. Yo soy un defensor del localismo y me repelen bastante muchas de las dinámicas del entorno digital, pero varios personajes de la novela sienten todo lo contrario.

Le han preguntado mucho sobre los nombres de los personajes (que son esencia del libro), pero también me inquietan los títulos que publica la editorial El Helecho (“Pedro en llamas”, “Nadie me verá chillar” o “El amor en los tiempos de soledad”). ¿Cómo y dónde nacieron?

Como casi todo en lo que escribo, fueron cosas que se me ocurrieron y las pesqué y las seguí. De pronto en mi día a día oigo una palabra y al mismo tiempo leo otra y esa combinación se me revela como algo, entonces lo retengo en mi mente y lo exploro. Por ejemplo, en el estacionamiento donde dejaba mi automóvil todos los días para ir al trabajo había un letrero pegado en la máquina que despachaba los boletos para el cobro; debajo de la ranura decía: “tome su ticket”, pero el tiempo y el sol carcomieron las letras y ahora decía: “tom icket” y yo en ese momento empecé a darme cuenta de que hay un Tom Icket, es obvio que tiene mucha personalidad, pero, ¿quién es? ¿A qué se dedica? Y tiempo después llegará la respuesta, ocurrirá en mi mente que se me revele algo más de ese Tom Icket. Así nació, por ejemplo, el excéntrico artista Efmam J. Jason D. (a partir de un calendario que trae las iniciales de los meses), autor de la máquina para crear locos. Cosas como el libro El Decamarón, escrito por Giovanni Boccado, se me ocurrió de pronto porque vi el libro medieval y mi cerebro leyó mal… De hecho, creo que varias de mis ocurrencias provienen de mi pobre capacidad lectora. Casi todas las ideas son producto del discurrir libre de la mente en el día a día. Me doy permiso de ser estúpido pero me mantengo a las oportunidades valiosas: cuando aparecen las persigo con seriedad.

Hay algunos relatos en primera persona (el hombre que habla de su abuelo); ¿por qué decidió trabajar ese personaje en particular desde ese narrador?

Soy yo, el autor, aunque la teoría académica niega esa posibilidad. No quería dejar a solas a quien leyera mi experimento. Ya que le pido a quien lee que haga un ejercicio de lectura bastante atípico, me pareció adecuado acompañarle. Tengo otras novelas en proceso de escritura más antiguas que Acequia, pero por alguna razón esta se convirtió en mi proyecto más personal. Quería establecer una intimidad no sólo entre quien lee, sino entre la obra y yo. Cuando escribí esos pasajes puse mucha energía e intención con el anhelo de que sucediera la magia y que quien lea sienta el contacto.

Siento que usted es, a su modo, como el comediante Altaflores porque “localiza las incongruencias de la vida moderna e instaura otra realidad con otra lógica”, y es que en una entrevista usted afirmaba que hay un abandono involuntario del humor en la literatura actual.

Antes yo me parecía más a Altaflores en el sentido de que tenía mucho mejor sentido del humor, pero también estaba amargado. Ahora soy mucho más feliz, pero me temo que también soy menos gracioso. Tal vez porque tengo más empatía y me contengo de decir cualquier barbaridad en cualquier momento. Quizás por eso escasea el humor en la literatura, por el temor de herir al prójimo. También está el factor de que el humor es difícil porque es muy evidente cuando no funciona. Si escribes una novela humorística y no da risa, bueno, no hay mucho para dónde hacerse. En cambio, si escribes una novela muy intelectual y nadie la entiende, te queda el recurso de decir que eres demasiado inteligente para su contexto. Considero que hoy existe mucha literatura de chistosada, mucha irreverencia sin sustento, pero escasea el humorismo serio. Quizás sea porque el humor es esencialmente espontáneo y la literatura es un arte a veces excesivamente reflexivo.

Su personaje Lópex Moctezuma lee a Maqroll el Gaviero. ¿Qué relación tiene usted con la literatura del colombiano Álvaro Mutis?

Me encanta. Así como existe el antihéroe, Maqroll es el ‘antidandy’. Me gusta la atmósfera en la que ocurren sus tribulaciones, una exuberancia natural muy barroca pero con situaciones a la vez dieciochescas y posmodernas. Hay una atemporalidad que me parece muy interesante que se complementa muy bien con el misticismo del autor: ayudó a Márquez a venir a México y fue lector de prueba de Cien años de soledad; desvió recursos de una empresa millonaria para apoyar a sus amigos artistas y estuvo preso en la mítica cárcel del Palacio de Lecumberri en la Ciudad de México. Desde el punto de vista profesional, me fascinó el hecho de que publicara toda su saga de siete novelas en tan solo cinco años. Como él mismo declaró, se dio cuenta de que se hacía viejo y si quería escribir lo que tenía en mente tenía que apurarse. Y se apuró. Tipazo.

Por Juan Camilo Rincón

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