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En los momentos de profundos dolores, el arte es un faro en la oscuridad

Para los niños, la literatura es tener la opción de ser quien sueñan ser, de ir a donde quieran ir y de descubrir mundos fantásticos. Esto, además de las ventajas tradicionales que trae leer: ayuda en el proceso de escritura, aumenta el vocabulario y se aprende ortografía, por mencionar algunas. Por ello, Calixta editores decidió publicar un colección de clásicos infantiles.

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María Fernanda Medrano – Directora Editorial Calixta Editores (Colombia)
22 de diciembre de 2020 - 09:07 p. m.
La literatura no puede faltar jamás, en ninguna edad, pues todos la necesitamos en nuestra vida. Precisamos de soñar de vez en cuando y de vivir aventuras épicas que nos llenen de vida y energía.
La literatura no puede faltar jamás, en ninguna edad, pues todos la necesitamos en nuestra vida. Precisamos de soñar de vez en cuando y de vivir aventuras épicas que nos llenen de vida y energía.
Foto: Archivo Particular
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Los libros han sido parte fundamental de mi vida desde que era una pequeña que pasaba las tardes encaramada en los árboles jugando a ser alguno de mis personajes favoritos. Luego, cuando tuve edad para comprender que uno debía “escoger” un oficio para toda la vida, quise que el mío estuviera sumergido entre las letras y la fantasía. Pero la verdad es que poco imaginaba –a pesar de que mi madre me decía una y otra vez que me iba a morir de hambre– que escoger la literatura sería un camino tan complejo, lleno de obstáculos, permeado por prejuicios y en el que “triunfar” –en el sentido tradicional de la palabra– sería muy difícil. Pero, bueno… ¿en cuál oficio no lo es? Nadie dijo que si decides ser panadero tendrás asegurada una buena vida, a pesar de que todo el mundo come pan.

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“La gente no lee”, me decía mi abuelo temiendo por mi futuro. Él era un lector voraz. A su lado aprendí a leer a García Márquez y a Borges, que eran dos infaltables en su gran biblioteca. “Hacer libros no es un buen negocio”, me repitieron mil veces cuando decidí lanzarme en la tarea quijotesca de fundar una editorial independiente. Y hoy a todos ellos les digo: ¡No importa! Lo que importa es pasar los días entre lo que a uno le hace hervir la sangre. Y ese ha sido mi secreto y el de muchos que trabajamos día a día entre libros: amamos lo que hacemos, nos entregamos a las letras, a las historias y a los escritores. Eso hace que este oficio sea tan pasional y tan personal.

Esa misma pasión, esa misma entrega, es la que nos ha permitido a los editores enfrentarnos a la difícil crisis que ha afectado el sector este año. Las ferias del libro se cancelaron. Las librerías y las imprentas cerraron varios meses y el olor a libro nuevo se esfumó. La realidad es que no ha sido nada fácil para las empresas culturales sobrevivir un año en el que los recortes económicos que todos tuvimos que hacer se vieron reflejados directamente en los gastos no “indispensables”, y la cultura, sobre todo en países como Colombia, no se ve como un gasto de la canasta familiar.

Las editoriales, teatros, cines y galerías se vieron obligados a buscar alternativas virtuales para comunicarse con sus consumidores y de esta forma se encontraron nuevas maneras de interactuar. También se hizo evidente que el arte sí es un bien fundamental para el ser humano: sin las películas, las series, los libros y el teatro virtual hubiera sido imposible mantener la cordura en estos meses de encierro.

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La pandemia trajo consigo una lupa que evidenció problemáticas más profundas, que necesitan de una inmediata atención. El arte es un camino para apoyar dichas situaciones, como por ejemplo los aumentos en los índices de miopía infantil debido a la cantidad de tiempo que los pequeños menores a 12 años pasan en las pantallas. En este caso, por ejemplo, los libros pueden ser una herramienta para que se diviertan sin estar pegados a sus celulares.

Los libros que leemos cuando somos niños marcan nuestra vida, nuestra conducta, contribuyen de manera directa en el desarrollo social, emocional y cognitivo del niño. Por un lado, están las ventajas tradicionales de leer –que se dan a cualquier edad– y que en la infancia son más duraderas y profundas: ayuda en el proceso de escritura, aumenta el vocabulario y se aprende ortografía. También, en la infancia, la comunicación se vuelve más fluida, el conocimiento empieza a viajar por un camino menos pedregoso que cuando se inserta a la fuerza y, adicional a esto, los niños lectores presentan menos problemas de aprendizaje.

Pero todas esas razones son muy técnicas y yo hoy quiero hablar de las razones por las cuales yo amaba la literatura cuando era niña; empezando porque para mí –y supongo que para todos los niños– no era “infantil”, era literatura, simple y llanamente. Era una posibilidad. Todavía recuerdo cuando leí La isla del tesoro, pues jugar a los piratas y enterrar tesoros en cajas de bocadillo con mi primo era uno de mis juegos favoritos. Luego pasé por Los cuentos de los hermanos Grimm y el misterio empezó a convertirse en parte de mis aficiones.

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Yo jugué a ser Wendy. Le rogué a mi mamá que me comprara unos zapatos rojos porque quería darme un paseo por Oz y me iba a pescar con mi abuelo llevando un sombrero de paja. Para los niños, la literatura es tener la opción de ser quien sueñas ser, de ir a donde quieras ir, de descubrir mundos fantásticos. Viajar con Julio Verne era una de mis actividades favoritas. Mi Viaje al centro de la Tierra quizá fue más divertido que el que hice a La isla misteriosa, y, sin duda alguna, uno de mis mejores momentos fue cuando caí por la madriguera persiguiendo al conejo blanco. Y sí, recuerdo cada una de mis aventuras. Recuerdo que a medida que crecía descubría más y más mundos, conocía más y más amigos y me iba dando cuenta de que no había límites en cuanto a lo que podía hacer cuando leía un libro.

Los libros fueron mis compañeros, incluso en los momentos más difíciles. Cuando tenía once años sufrí un accidente que incluso hoy, al recordarlo, tiemblo. Tuve que pasar cerca de un mes en un cuarto de hospital y no entendía por qué o cómo era que eso me estaba pasando, me causó una gran tristeza. Un buen día mi mamá entró a la habitación con una bolsa grandísima. Adentro traía los mejores regalos que un niño puede recibir: muchos libros, colores y papel. Aún recuerdo que entre ellos venía un libro grueso, –mi tía dudaba de que pudiera leerlo– titulado La ciudad de los libros soñadores, de Walter Moers. De inmediato quedé atrapada en su nombre. Cuando lo abrí, me encontré con ilustraciones, enigmas, códigos, rimas y poesías. No pude soltarlo. Me enganché en la lectura y descubrí Biblopolis, una ciudad subterránea llena de anticuarios, olor a cuero viejo y a tinta. Recuerdo que las aventuras de un joven que soñaba con ser escritor, enredado entre cazadores de libros y monstruos, me acompañaron durante todo el mes que estuve recluida en ese frío lugar. Casi no lo sentí. Los libros me salvaron la vida.

Quizá por eso hoy dedico mi vida a las letras, porque son un salvavidas que lanzamos todos los días, porque me siguen permitiendo viajar a donde quiera. Por eso, desde Calixta Editores, decidimos publicar una colección de clásicos infantiles traducidos y adaptados por nuestro equipo, para que los grandes que los lean, como nosotros, vivan ese efecto ratatouille y los niños que lo hagan por primera vez se decidan a emprender una nueva travesía.

La literatura no puede faltar jamás, en ninguna edad, pues todos la necesitamos en nuestra vida. Precisamos de soñar de vez en cuando y de vivir aventuras épicas que nos llenen de vida y energía. Quizá así podamos sentirnos niños otra vez y sobrevivir a momentos tan confusos y difíciles como los que el mundo está viviendo.

Por María Fernanda Medrano – Directora Editorial Calixta Editores (Colombia)

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