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En memoria de Santiago García: nueva versión de la obra Nayra-La Memoria

Homenaje al decano del teatro colombiano, seis meses después de su muerte, en cabeza de su hija, Catalina García, y de la directora Patricia Ariza.

Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador
22 de septiembre de 2020 - 05:37 p. m.
El maestro Santiago García, fundador del Teatro La Candelaria, en Bogotá, murió el pasado 23 de marzo de 2020. / Archivo El Espectador
El maestro Santiago García, fundador del Teatro La Candelaria, en Bogotá, murió el pasado 23 de marzo de 2020. / Archivo El Espectador

A seis meses de la partida silenciosa de Santiago García en el inicio de la peste del mundo en que vivimos, le rendimos homenaje al maestro y para sembrar sus cenizas en el rosal de trece rosas del patio de la casa del Teatro La Candelaria, rosal al que él, el maestro, cada día, antes de tomar el sol al lado de sus rosas, las contaba y confirmaba que eran trece, siempre trece, mágicamente trece, y entonces se sentaba a recibir el sol y su luz al lado del bello rosal mágico de trece rosas constantes.

El Teatro La Candelaria, Patricia Ariza, su directora, y Catalina García, la hija del maestro, y de Patricia, con sus hijos Simón y Santiago, invitaron a un pequeño grupo de familiares, amigas y amigos al ensayo general de Nayra-La Memoria, obra esencial del legado de Santiago García y que el grupo ha vuelto a componer bajo la dirección de Patricia, quien estuvo en la creación del montaje original al lado del maestro en la mirada poética y dramatúrgica de la dirección.

Con este ensayo general, previo al reestreno de Nayra–La Memoria, La Candelaria y la familia y los amigos invitados que pudieron venir en medio del encierro, despedimos al maestro Santiago García, como habríamos querido hacer hace seis meses: en una ceremonia festiva, con cantos suyos; con canciones de sus obras; y con las palabras memorables, hermosas y divertidas, de Catalina García, que, en medio del dolor, de la tristeza inefable de esta despedida, y como habría hecho el mismo maestro Santiago, que fue siempre anticeremonial y trangresor, nos hicieron reír, al contarnos ella la experiencia feliz y loca de ser la hija de un papá poeta cómico e irreverente: Santiago García. (Lea un perfil del maestro).

Palabras que terminó bellamente Catalina prometiendo que vamos a encontrar la llavecita perdida del espíritu del mundo, que, siempre, nos recordaba el maestro, con gran humor, haber perdido, al repetir como saludo, en alemán y luego traducido, el verso: Ich bin der Geist in der Welt awe verloren Ich die Schlüssel kleine: “Soy el espíritu del mundo pero se me perdió la llavecita”. Escuchamos también con el nudo del dolor las bellísimas y conmovedoras palabras escritas por Patricia Ariza para despedir al maestro y sembrar sus cenizas en el rosal de trece rosas. Policarpo entonó con su guitarra una de las memorables canciones del maestro, uno de sus poemas. Y Norita Mackie Messe. Y Sofía el himno Bela Ciao. Y Coco dijo otras palabras más. Y todos, todas, cantamos: por qué, por qué temblar, si el cielo está tranquilo, tranquila está la mar, la canción que hacía el maestro en A manteles y que un día que debimos llevarle de emergencia a un hospital cantó a los enfermos y enfermeras de pie sobre su cama en la sala de urgencias, y para decirnos luego: “no cantan, se van a morir, sáquenme ya de aquí”.

Nayra-La Memoria

Quiero compartir unas palabras sobre Nayra-La Memoria, obra esencial del teatro contemporáneo que mantendrá viva en la escena teatral la memoria del maestro Santiago García, que nos enseñó con su lucidez y su humor de poeta irreverente y loco lo que se oculta a nuestros ojos en este tiempo feroz que compartimos, y nos reveló como pocos a este país y su tragedia y su pasmosa fuerza y resistencia.

Nayra sucede en un espacio sagrado octogonal. Como un templo circular. El público en rededor, en los lados del octógono, cada lado una tarima de sillas.. Y cada tarima del público separada de la siguiente por el nicho de una diosa o un santo, la instalación plástica de una imagen sagrada. Cada espectador en su silla, entre dos sillas cada una con la luz de una vela sobre ella. Su atmósfera de luces, el aroma de bosque, las instalaciones sagradas su forma octogonal sugieren un templo mestizo, una maloka. La acción sucede en el centro.

Nayra sugiere que lo sagrado popular anuda de múltiples formas el ser personal y el alma colectiva. Que las tendencias del destino se bordan, se tejen y destejen con los múltiples hilos de varias tradiciones sagradas, mezcladas en hechos, creencias, personajes y tradiciones de la vida personal y colectiva. Que en las tierras del trópico americano se sucede un singular mestizaje sagrado de los mitos y símbolos patriarcales y mesiánicos, y los mitos y símbolos de las primigenias diosas enterradas. Y Nayra sugiere otra metáfora: que la memoria es un espejo roto. La obra es un descenso por mitos y fragmentos de mitos que son trozos de este espejo, plásticamente presentados, valiéndose de múltiples recursos artísticos, teatrales, musicales, plásticos, poéticos; un descenso al final del cual podemos vernos reflejados en los pedazos de memoria que nos devuelven los trozos de ese espejo. Este descenso en forma de cono invertido, como la comedia de Dante, es también la forma de la estructura poética y musical de la obra.

Más ver en Nayra un viaje poético de descenso hacia el espejo roto de la memoria poblada de mitos y símbolos que hacen parte de nuestro mestizaje sagrado, es sólo una perspectiva posible de las diferentes percepciones y reacciones que ella podría provocar sobre uno u otro de sus espectadores. En Nayra todos nos divertimos. Algunos lloran. Otros quedan casi mudos, impactados y obsedidos por el recuerdo de sus imágenes y sus personajes. Otros salen tremendamente desconcertados. Pero su misteriosa belleza y su luz y su fuerza para despertar las voces de las capas más profundas de la memoria que tiene esta creación, nos obligan a pensar y a organizar mentalmente el aparente caos de la obra.

A quienes sentimos una desolación inefable, casi mística, nos urge preguntar: ¿por qué fue incontenible el llanto? ¿Por qué tanta tristeza, tanta soledad, tanto dolor y al mismo tiempo tanto humor posible, latente, en estas imágenes? Sin duda -como afirma Freud- hay placer en arrancarse la máscara. Un placer ácido y doloroso y feliz. Nayra nos desnuda el alma personal al presentarnos mitos y símbolos que son memoria del lenguaje profundo del alma colectiva. Pero, ¿cómo lo logra? ¿Por qué nos atrapa en su juego, si ella no nos cuenta una historia, si no tiene un argumento y unos personajes que se nos presentan apenas como un momento de sus vidas, como un fragmento vivido en este templo, en esta maloka del pensamiento sagrado y mestizo? Estas y otras preguntas obligarán al espectador a conversar. Y me llevarán a seguir escribiendo sobre ella.

* Director de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, poeta, dramaturgo, escritor y actor. Director de Tramaluna Teatro. cesatizabala@unal.edu.co

Por Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador

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