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Julia Navarro no quería ser escritora ni periodista. A los siete años comenzó a practicar ballet y su sueño era presentarse en el Convent Garden, sede principal de la Compañía Real de Ópera y del Ballet Real de Inglaterra. Cuando cumplió 17 seguía estudiando ballet, pero su padre, el periodista español Felipe Navarro, insistió para que ella colgara las zapatillas. Le dijo, la convenció de que si seguía en la danza no podría asegurarse una vida profesional. Una vida adulta. También le dijo, la convenció de que no aguantaría vivir sin su familia: para poder seguir escalando en el ballet debía abandonar España y hacer una nueva vida en Londres. Se le ocurrieron dos opciones para reemplazar esa disciplina: química y periodismo. Escogió la última.
Cuando comenzó a trabajar como periodista, España iniciaba la transición de la dictadura fascista de Francisco Franco a una constitución que restauraría la democracia. Las salas de redacción eran ollas álgidas donde los periodistas no se sentaban y escribían pegados al fax. “Ese fue un momento en el que se produjo un relevo de gente joven en las redacciones, una etapa apasionante. Me parecía un privilegio contar cómo transcurría la llamada Transición Española hacia la democracia después de casi cuatro décadas de dictadura”, contó Navarro para El País, de Cali.
Para la entonces reportera ese fue un momento germinal: aprendió a amar los mamotretos de documentos que le daban en el parlamento, los discursos de los nuevos políticos. También conoció sus primeros grandes miedos: los militares y lo desconocido. En 1981, mientras Navarro registraba una plenaria en el Congreso, el coronel Antonio Tejero entró disparando para tomarse el poder. Debajo de un escritorio ella pensaba en que la aventura de libertad que había emprendido su país estaba a punto de morir. En vez de ahuyentarla, ese episodio fue el combustible necesario para registrar todo el proceso político que vivió España.
De los 40 años que pasó metida en el parlamento, siendo un puntapié para los políticos de turno, la periodista escribió cinco libros entre los que se destacan Nosotros, la transición (1995); 1982-1996, entre Felipe y Aznar (1996) y La izquierda que viene (1998). En 2004 todo cambió.
Fue a una playa con su hijo pequeño, Alex. Para distraerse, Navarro llevó tantos periódicos como pudo. El calor infernal le estallaba en una migraña. Cuando terminaba de leer, encontró un obituario: el día anterior había muerto un científico y analista forense que puso bajo su microscopio el cabello de Napoleón y debatía si la Sábana Santa de Turín era real o falsa después de haber analizado una muestra. “En ese momento se me ocurrió la idea de escribir una novela”, recuerda Navarro.
Tras 15 días de haberla publicado, La hermandad de la Sábana Santa (2004) se agotó en las librerías de España. Traducida a 30 idiomas, trazó una línea promisoria de lo que sería la carrera de Julia Navarro en la literatura: un éxito rotundo. Después llegaron La Biblia de barro (2005), La sangre de los inocentes (2007), Dime quién soy (2010), Dispara yo ya estoy muerto (2013). Ya son más de cinco millones de copias vendidas.
El año pasado lanzó su más reciente novela, Historia de un canalla, un retrato de la sociedad moderna atestada de avisos publicitarios y verdades convenidas por políticos y las grandes cabezas de la economía mundial. “En ella quise hacer una reflexión sobre la sociedad de la comunicación en la que vivimos hoy. Es una historia que intenta hacer un viaje a la parte más recóndita del ser humano, al sentimiento de culpa”, cuenta Navarro. “La culpa está solapada y es consecuencia de nuestra cultura judeocristiana: seas o no seas creyente, practiques o no alguna religión, todos llevamos impreso ese sentimiento en el ADN”.
La escritora presentará esa historia este sábado 29 de abril en la Feria del Libro de Bogotá. Navarro precisa que nunca se toma demasiado tiempo para investigar a fondo los temas de sus novelas. “Una novela siempre es fruto de la imaginación. Nunca he tenido que hacer ningún proceso de documentación: lo único que hago –y lo que más sirve– es leer periódicos y observar la realidad con mucha atención. Lo que sí hago es ir a los lugares donde trascurre la novela, para verlos con los ojos de mis personajes”.
En Historia de un canalla, Thomas Spencer, su protagonista, dice: “¿Me equivoco si pienso y digo que todos cambiaríamos hechos de nuestro pasado? ¿Que haríamos las cosas de manera diferente a como las hicimos?” Esa es la trama de la novela: un hombre que pasó su vida utilizando a otros para regodearse en el lujo y que después de un episodio cardiaco comienza a escuchar los reclamos de su conciencia.
Las mismas preguntas que se hace Spencer se las hace Navarro: “hay gente que no se arrepiente de los errores que cometió y asegura que no cambiaría nada. Me parece que eso es pura soberbia, yo sí corregiría muchos actos”. A pesar de eso, Julia Navarro se niega a mirar atrás: “yo voy a menudo al ballet y no puedo dejar de sentir nostalgia cuando veo a los bailarines en el escenario. No puedo de dejar de sentir nostalgia al pensar “yo hubiera podido estar ahí”, pero borro esa nostalgia de inmediato: soy una mujer de cerrar puertas, de cruzar hacia el futuro. Yo no doy lugar a la nostalgia”.
*Julia Navarro en la Filbo: De la vileza a la celebración de la bondad.
Lugar: Auditorio José Asunción Silva
Hora: 3:00 p.m.
Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles
