Los poemas, escritos con un tono minimalista, son capas que van cayendo a medida que el lector se enfrenta a sus versos. Leo el poema que abre el libro: “¿Qué lazos invisibles crean / las muñecas olvidadas / al final / de la niña?”. El tiempo es un rastro que se diluye en las formas de la nostalgia.
Catalina nació en Manizales, estudió Ingeniería Física y Periodismo Científico. En 2002 obtuvo el primer puesto, en la categoría juvenil, del Primer Premio de Poesía San Juan de la Cruz, organizado por la Universidad de Salamanca. En 2019, estuvo entre los cinco ganadores del Concurso Nacional de Poesía La palabra, espejo sonoro, convocado por la Casa de Poesía Silva. Recibió mención de honor en la edición 2020 del mismo concurso. Es ilustradora y reside en Canadá desde el 2009.
Membranas se presentó en Bogotá el 27 de diciembre del año pasado, tras de lo cual fragmentos inundaron las redes sociales, destellos luminosos que los lectores no dudaron en compartir. El libro, compuesto por 64 poemas cortos, es un espejo donde el lector contempla la búsqueda del origen y el presentimiento del final.
Le pregunto a Catalina sobre el proceso de escritura de estos poemas, cómo concibe la poesía y la manera en que lo íntimo logra conectarnos con la experiencia cotidiana. Le digo que leer sus poemas es atravesar ese límite entre lo divino y lo humano.
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“¿Qué entiendo por poesía? Más bien, yo diría que es justamente lo que no entiendo. Algo que no entiendo y que no tengo a quién preguntárselo. Esa pregunta que no quiere recibir una respuesta explicativa, esa pregunta retórica (no por insinuar una respuesta sino por empeñarse en seguir siendo pregunta); eso tiende a ser poesía. Uso la expresión ‘tiende a’, como en matemáticas, para acercarme asintóticamente a la poesía sin usar el verbo ‘es’, sin usar el signo ‘igual’”, me dice. Su definición me acerca al universo desplegado en el libro, donde la pregunta es la luciérnaga que brilla en el interior de los versos sin que sea necesario, en muchos casos, un signo de interrogación.
“Llevando a mi hijo a la escuela / sentí por la calle / el perfume de mi maestra /por un instante / ambos tuvimos la misma edad”.
Luego de esta definición, Villegas Burgos me habla del modo en que se manifiesta lo poético: “La mayoría de las veces lo divino se me revela sin estar buscándolo. Siempre estuvo ahí, frente a mis ojos. Cuando he tenido la suerte de estar atenta a esa presencia y de intentar trasladarla al lenguaje, ha surgido el poema”.
La realidad surge de lo minúsculo, permitiéndole dar testimonio de este hallazgo. “Sí hay un intento por ser testigo de lo que se forma a pequeña escala. Con observar y ser espectadora puede ser más que suficiente para que algo en mí se mueva y me impulse a escribir. Digo ‘observar’, pero no necesariamente me refiero a la mirada en su sentido convencional, sino a la mirada que tenemos también en la imaginación”.
Hay en esta respuesta no solo una explicación, también puedo vislumbrar los elementos que componen el ejercicio de su oficio poético. Esto me lleva a preguntarle por su rol como científica y su pasión por la filosofía. Veo, además, en cada poema un aleph borgiano por el que el lector se asoma.
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“Gracias por el rótulo de científica, pero nunca me presento como tal ante los demás, pues solamente es mi formación. La ciencia, la poesía y la filosofía siempre me han parecido ámbitos interdependientes. Para acercarse a la ciencia es necesaria la curiosidad y ella, a su vez, nos devuelve asombro. Pero ese camino va de ida y vuelta también en el cuestionamiento filosófico. En la metafísica, que es donde la ciencia (sobre todo en Occidente) ha decidido detenerse, la filosofía indaga más allá. En medio de ambas, la poesía es lo que acontece o emerge revelando otra verdad, uniéndolas con un hilo invisible de continuidad”.
Por último, le pregunto si Membranas es una matrioska donde está ella y el mundo que habita. Da la impresión de que leer es quitar pequeñas capas o abrir la muñeca para ir a la siguiente.
“Sí”, me dice, “veo los poemas de Membranas como la última matrioska, la más pequeñita y condensada. Aquella que se desnuda de las capas que le sobran. Me gusta que quienes los lean encuentren mucho aire, mucho silencio, y apenas una pequeña perturbación en el vacío. El guijarro que expande la onda al caer al lago”. Leo el poema número 12:
“Nazco / separo / mis capas / membranas sin peso / que revelan la pequeña matrioska / recuérdame de ese tamaño / antes de cerrar / con cuidado / el nido”.
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