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Entre los anaqueles de Claudia López

Presentamos la cuarta entrega del especial sobre los candidatos a la Alcaldía de Bogotá y su relación con la cultura. López tiene tres bibliotecas repletas de libros académicos y biografías. Aunque dice que no es muy buena para la literatura, entre sus “tesoros” sobresalen García Márquez, Tolstói y Cortázar.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

27 de octubre de 2019 - 11:21 a. m.
Claudia López (Alianza verde) fue senadora y candidata a la vicepresidencia de la República. Nació en Bogotá el 9 de marzo de 1970. / Gustavo Torrijos
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El apartamento de Claudia López es muy, muy iluminado. Tiene ventanas grandes y despejadas por las que entra la luz de un sol que se despliega sobre los cerros, los libros y la hamaca de la candidata a la Alcaldía de Bogotá. A los gigantescos ventanales en los que tiene pegados afiches de su campaña, los conocimos después de tocar por más de media hora la puerta de su casa. Nosotros, los periodistas, llegamos a la cita 15 minutos tarde. Ella, mientras esperaba, decidió recostarse y cayó profunda en un sueño del que solo pudieron sacarla golpeando fuerte en la puerta de su habitación. Cuando salió nos lanzó un “Buenooos días” avergonzado y pícaro, se disculpó y se sirvió café. Tenía los ojos y los cachetes colorados. La entrevista comenzó con ella corriendo por toda la casa en busca de un libro que nunca encontró.

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Claudia, ¿qué es lo que tanto busca?

La biografía que más me gusta, mi favorita entre todas las que he leído. Es la historia de una mujer maravillosa. ¡Carajo! ¿Dónde me la habrán puesto? Un momentico…

Buscaba con tanto afán su libro favorito porque, como a todos los candidatos, le pedimos que leyera un fragmento de la obra que más le gustara. Ella, con una camisa azul, un pantalón del mismo color y una pañoleta roja amarrada al cuello que le combinaba con los zapatos, comenzó a caminar (trotar) entre las tres bibliotecas que tenía en su casa.

A Claudia López le gustan las biografías y los libros de los que todo el mundo huye, los que se ven tediosos y están copados de letras diminutas con frases que para muchos resultan incomprensibles, pero que para ella son puras revelaciones. Le gusta leer libros que le cuenten historias de personas capaces de inspirarla, de las que puede tomar algo para admirar, emular o, definitivamente, desechar. Disfruta los libros sobre economía que se prolongan en tomos que cada vez se hacen más gruesos.

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“Debo confesar que no soy muy buena para la literatura”, dijo, tal vez porque pensó que iba a ser decepcionante no encontrar más títulos de escritores de novelas o poetas en sus bibliotecas, o de repente creyó que debería leerlos más.

En un mueble alto de madera ubicado en la sala tiene a Gabriel García Márquez, Cortázar, Dostoievsky y Tolstói. Los tiene en desorden, pero evidentemente distanciados de los “ladrillazos” a los que acude continuamente para formarse. Se detiene en cada uno para volver a impresionarse: los agarra, lee sus títulos, los muestra y mientras los demás nos fijamos, ella repite: “Increíble”, “este es una joya”, “este es uno de los que más me gustan”.

Es probable que no lo haya notado pero en más de una ocasión tomó un texto y dijo: “este es uno de los libros que más me han influenciado como política”. Una de esas “biblias” fue Equidad y movilidad social en Colombia, que leyó cuando acababa de iniciarse como senadora en 2014. Dijo que el que quisiera entender por qué Colombia es como es, debería leer ese libro. Dijo también que después de leerlo, amó a su mamá “cien mil veces más”, porque entendió que el colombiano promedio dependía de tres factores que no podía controlar: la región en la que nació, el origen étnico y el nivel educativo de su madre. A su mamá la valoró más porque fue la primera mujer de su familia que logró acceder a educación superior. También dijo que ese libro le había gustado porque explicaba la inequidad, desigualdad e inmovilidad de Colombia. A ella le inquieta que no nos movamos, que nuestra historia sea tan absurdamente cíclica, y que a los 18 años un escritor le hubiese dicho por medio de un libro que no había nacido para semilla.

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“Cuando me encontré con ese texto de Alonso Salazar me impresioné mucho. Me dije: ¿cómo así que alguien a punta de plata y plomo nos va a imponer lo que quiere en la vida? ¿Y yo qué? ¿Y esta cédula que me acaban de entregar entonces pa’ qué es? Ese libro me motivó.”, y fue por esas letras, entre muchos otros motivos, que se sumó al movimiento de la Séptima papeleta para las elecciones de 1990.

López hablaba mientras se movía por toda la casa y nosotros la seguíamos. Caminó tanto porque anhelaba encontrar el libro que quería leer, el favorito, el de sus afectos. Cada vez que se concentraba, se cruzaba con otro que también la había conmovido, le había enseñado, la había golpeado.

Claudia, ¿ya eligió el libro que quiere leer?

¡Dios mío!, ¿mi libro favorito dónde está? Uy, pero miren, este es durísimo.

En ese momento se cruzó con Svetlana Aleksiévich y su texto La guerra no tiene rostro de mujer. Se quedó quieta, ojeó el libró, inclinó la cabeza para tomar un sorbo de café, se atoró, se desatoró y se decidió a leer un fragmento. “… ¿Qué cuál es mi primer recuerdo de la guerra? Mi angustia infantil, en medio de unas palabras incomprensibles y amenazantes. La guerra siempre estuvo presente. En la escuela, en la casa, en las bodas, en los bautizos, en las fiestas y en los funerales. Incluso en las conversaciones de los dignos…”.

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López terminó de leer, nos miró y nos dijo “Qué tal esa vaina”, y luego se paró encima de una silla que tenía para alcanzar los libros que había ubicado en la parte más alta del mueble, los de la biblioteca de Angélica Lozano, su pareja, que en medio de la entrevista escondió algunos títulos. López, entre un beso, una carcajada y un forcejeo inocente le dijo “¿por qué los esconde? ¡No sea bobita, no los esconda! Lozano, entre risas, le dijo que sí, que había algunos que no se podían mostrar (que le daba vergüenza mostrar), y después del jugueteo, desapareció.

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¿Usted raya sus libros, Claudia?

Siempre. Los subrayo y les escribo cosas. Aun cuando leo literatura los rayo.

En una de las habitaciones a las que nos llevó en medio de su trote, había dos escritorios. En uno de ellos, el que más movió, despejó y volvió a desorganizar, había papeles, libretas, lapiceros y tres libros que tenían divisiones para no perder las páginas. Dijo que esos eran los que estaba leyendo. Ninguno era de literatura ni contaba historias ni era alguna biografía. Se decidió a hablar sobre “Creating capabilities”, de Martha C. Nussbaum, y dijo que lo hacía porque la maravillaba, y porque además estaba formulando su programa de cultura ciudadana para el siglo XXI.

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La profundidad del sueño de Claudia López que nos dejó a nosotros esperando en la puerta no resultó extraña al finalizar la entrevista. Vive a mil y duerme profunda. Se concentra y el resto del mundo desaparece, no existe nada más que lo que sostiene entre sus manos y clava con sus ojos.

Su abstracción es absoluta y reconoce que su entrega al trabajo es casi obsesiva, por eso le dedica un día al descanso: el lunes. Desde el domingo se va para un pueblito al que le protegió la identidad, se lleva un libro, ahí sí, de literatura, y se desconecta. No le contesta a nadie y se obliga a respirar, a pensar, a caminar entre un páramo que le recuerde lo mínima que es.

¿No apareció la biografía?

¡Ese libro se lo presté a mi sobrino! ¿Será? Un momento, un momento.

Claudia López, por último, dice que le gusta bailar reguetón, salsa y vallenato. Que se divierte con lo que a todo el mundo le parece “mañé”, que su entretención es más bien tropical, bailable, bulliciosa, aunque no dejó de lado la música clásica, “porque para todo hay un momento”.

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Repitió varias veces que las biografías le gustaban. Dijo que la fascinaban porque le atraía la historia, y que la historia, al fin y al cabo, la hicieron seres humanos de carne y hueso. Que lo que la seduce es sumergirse en esas convicciones, pasiones, orígenes y pulsiones de las mujeres y los hombres que marcaron las páginas de esos libros. De los que fueron capaces, de los que tuvieron voluntad. A Claudia López le maravilla leer lo que en épocas distintas vivieron los que como ella, quisieron ser tan determinantes como para quedar en los registros que leerán los que más adelante nos verán como pasado.

“No encontré el libro, no está, pero es la biografía de Esmeralda Arboleda que se llama La mujer y la política, de Patricia Pinzón de Lewin.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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