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Marc Chagall, un violinista en el tejado (Desencuentros I)

Chagall fue, ante todo, un nómada que viajó por Rusia, y que después de la Revolución de Octubre huyó hacia París, y desde allí, a los Estados Unidos, escapándose del nazismo. Tuvo una relación de admiración y de enemistad con Pablo Picasso, y mutuamente se acusaron de haber comerciado con el arte y con sus orígenes. El 28 de marzo pasado se cumplieron 40 años de su fallecimiento. Primera entrega de la serie Desencuentros.

Fernando Araújo Vélez

09 de abril de 2025 - 10:20 a. m.
Marc Chagall y Pablo Picasso fueron dos de los pintores más reconocidos del siglo XX, aunque sus estilos artísticos eran muy diferentes.
Foto: AP
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“Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall”, cantó una y miles de veces Silvio Rodríguez, y en tantas otras ocasiones explicó que siempre le habían gustado las artes visuales, y que de niño había quedado especialmente impactado por las imágenes de una mujer con un sombrero blanco y una pluma roja que había pintado en un cuadro Marc Chagall. Con los años, aquella imagen se volvió un canto, y aquel canto se multiplicó en una serie de cantos sobre mujeres con sombrero. Chagall, que vivía casi que exiliado en Francia cuando a finales de los 60 Rodríguez compuso “Óleo de una mujer con sombrero”, a bordo de un barco que llevaba por nombre “Playa Girón” en homenaje a la victoria cubana en Bahía Cochinos, falleció el 28 de marzo de 1985 en Saint-Paul de Vence. Tenía 97 años y murió mientras pintaba, o mientras seguía pintando.

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Había nacido el 7 de julio de 1887 en Liozna, Vitebsk, y Vitebsk fue su origen, su patria, su destino, su vida, su motivación, el amor y Bella Rosenfeld, el dolor y la razón por la que jamás se olvidó de la gente de su pueblo que era gente como él. Algunas de sus pinturas más conocidas tenían que ver con Vitebsk y sus tejados, sus calles e iglesias, y sobre todo, su vida, en especial, “Yo y la aldea”, de 1911, en la que aparecen él mismo, pintado de verde, una vaca que le sostiene la mirada, y que tal vez era su madre, el campo, una sesión de ordeño, un ramillete de flores típicas de Vitebsk, una postal del poblado, un hombre con el azadón al hombro al que unos cuantos críticos identificaron como el padre y un Cristo, todo ello enmarcado en diversas figuras geométricas, y en un permanente juego de perspectivas y dimensiones, pues algunos de los personajes estaban representados con la cabeza hacia abajo, un sello que definió a Chagall a través de los tiempos.

De una o de varias maneras, él había vivido con la cabeza hacia abajo y con los pies siempre elevados de la tierra. Cuando los periodistas, los críticos o quien fuera le preguntaban por su nacionalidad, por su origen, su tierra y su infancia solía responderles “Ustedes hablen, yo trabajo”. Como escribió Orlando Figes en su libro “El baile de Natacha”, aquellas respuestas no podían tomarse al pie de la letra. “Él inventaba su propia biografía, y la cambiaba con frecuencia. Sostenía que las principales decisiones de su vida las había tomado basándose en su propia conveniencia como artista en activo. En 1922 emigró de la Rusia soviética porque la situación del país le dificultaba su trabajo. En Europa occidental, en cambio, ya era famoso y sabía que podía enriquecerse. No hay pruebas de que la destrucción de las sinagogas por parte de los bolcheviques o de buena parte del barrio judío en su ciudad de Vitebsk lo hubiera afectado”.

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Chagall vivió en Vitebsk hasta los 20 años. De allí, viajó a San Petersburgo para estudiar artes. Regresó a su pueblo en 1914, y en su pueblo se hizo comunista, partidario de la Revolución de Octubre y de sus primeros principios, hasta que en el 22 consideró que las promesas que había escuchado y leído no se cumplían. “De todas formas, la pregunta sin respuesta sobre su nacionalidad era una cuestión fundamental en la vida y el arte del pintor. De los diversos elementos que se confundían en su personalidad (judío, ruso, francés, estadounidense e internacional), el ruso era el que más le importaba”. Para él, que le dijeran “pintor ruso”, o que después de su nombre escribieran que era un “pintor ruso”, o que mencionaran a Vitebsk era más valioso que los halagos, que un premio o una exposición. “En mis cuadros no hay un solo centímetro libre de nostalgia por mi tierra natal”, dijo y decía.

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Lo exclamó en 1941 con mayor furor, con dolor, cuando se enteró de que los nazis habían arrasado con la ciudad y que habían asesinado a más de veinte mil judíos en el gettho local. Según algunos testigos, los cadáveres de los muertos flotaban por el río Daugava, bajo el puente de Vitebsk que Chagall pintó y por el que solía pasear con su amada Bella. “Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi y paseé por tus calles de cercas. No me preguntaste con dolor por qué te dejé durante tantos años, si te amaba. No; pensaste: el muchacho se ha marchado en busca de colores brillantes y raros para esparcirlos como nieve o estrellas sobre nuestros tejados. ¿Pero de dónde los sacará? ¿Por qué no puede hallarlos más cerca? En tu suelo dejé las tumbas de mis antepasados y piedras esparcidas. No viví contigo y, sin embargo, no hubo ni uno solo de mis cuadros en los que tus alegrías y tus pesares no se vieran reflejados”.

Su lamento fue publicado en el New York Times, y finalizaba con una pregunta que era la mayor de sus preocupaciones: “¿mi ciudad natal me entiende?” Chagall fue una y otra vez acusado de comercializar con su infancia, de prostituir sus recuerdos, de haber explotado sus memorias y las piedras y el barro de Vitebsk. Según Figes, “El pintor Boris Aronson se quejaba de que Chagall siempre se presentaba ‘como un violinista en el tejado’”. Pablo Picasso afirmó que era un empresario, sólo eso, aunque también hubiera dicho: “Cuando Matisse muera, Chagall será el único pintor capaz de entender lo que realmente significa el color”. Chagall, por su lado, aseguraba que Picasso era un genio, “¡Qué pena que no pinte!”, y en una conversación que sostuvieron, le preguntó cuándo iría a Rusia. Picasso le respondió que no lo sabía, pero que pronto, a lo que su amigo, rival o conocido contestó: “No lo creo, porque allí no pueden pagar tu arte”.

Los judíos también se le fueron encima a Chagall, pues no lograban comprender cómo alguien que hubiera vivido en el país de los pogromos sintiera tanta nostalgia por Rusia. La palabra “pogromo” significaba devastación, y había sido acuñada en Rusia para describir los actos violentos del imperio contra los judíos, que tuvieron su punto más sangriento en 1881, luego del asesinato del zar, Alejandro II, por Ignacy Hryniewiecki, un judío de la Rusia meridional. Sin embargo, en palabras de Fines, “Vitebsk era una ciudad donde los judíos no solo habían coexistido con los rusos, sino donde se beneficiaban de la cultura rusa. Igual que Mandelstam, un judío polaco ruso, Chagall se había identificado con la tradición rusa: era el medio de entrada a la cultura y a los valores de Europa. Había absorbido la totalidad de la cultura europea, así como Chagall, en tanto que judío, había absorbido la cultura rusa”.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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