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Draco Rosa: “No puedo salir de las teclas negras” (El Cajón de Santaora)

De poeta maldito a meditador, el camino de Draco Rosa no parece lineal. Durante su más reciente concierto en Cali, nos mostró que sigue transitando, de manera poética, la espiral que conecta placer y dolor. Trazos curvos de una experiencia renovada.

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Julia Díaz Santa
02 de marzo de 2025 - 06:00 p. m.
Draco Rosa en su tour Sueños Peligrosos durante el concierto de La Divina en Cali.
Draco Rosa en su tour Sueños Peligrosos durante el concierto de La Divina en Cali.
Foto: Carlos H. Tofiño
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Con su traje completo de pantalón, chaleco, camisa y saco, Robi Draco era una delgada tecla negra sobre el escenario. Mil personas mojadas sobre las butacas del teatro gritaron cuando por fin se volteó y caminó hacia el micrófono: “es un mal sueño largo, una tonta película de espanto. Un túnel que no acaba, lleno de piedras y de charcos”.

Cierto es que, en su semblante o en sus manos morenas, hay algo que revela que, efectivamente, ha estado a orilla de los ríos amarillos, por la senda de los viejos calvarios, y en el fondo del hoyo y de la fosa.

Indiscutible también: en esos mismos gestos, en esas mismas manos delgadas se advierte que, aunque sigue siendo una tecla negra, él ya salió cantando por la caja de resonancia y abandonó ciertos recintos. Entonces bailó mientras hablaba del cielo de una selva, donde cultiva amor en rama.

No fue un trayecto corto. Le costó tiempo salir de donde estaba. Aspiró aire por la boca mientras pensaba en las dificultades que enfrentó en ese viaje. “¿You know? uno se enferma. He hecho varias cosas para tratar de arreglar un poco la vida, en la búsqueda, como todos nosotros, hacemos esfuerzos”, me dijo en uno de los camerinos del teatro, minutos después del concierto.

Éramos tres. A mi lado estaba Tofiño, amigo fotógrafo. Al frente tenía a Robi y detrás de él estaba la ventana que daba a la plazoleta de los poetas y al templo de La Ermita. (Le digo Robi, aunque hace mucho que él mismo dijo que se había cambiado el nombre por el de Draco Cornelius Rosa).

Mientras se acomodaba, recordé que esa iglesia gótica en miniatura le pareció bonita. Tanto que, durante el concierto, pidió que alguien del público le dijera el nombre. Se acercó a la primera fila y le pasó el micrófono a Juanita, que estaba sentada a mi derecha. Ella se atragantó un poco antes de decir “La Ermita”. Una mujer chilena que viajó desde su país hasta Cali, para ver el concierto, y que estaba en la segunda fila, hubiera querido ese micrófono para gritar te amo.

Abajo del escenario, ya sin clamores, hablamos pausadamente. Nos contó que, por estos días, estaba leyendo “Darse Cuenta”, un libro que toma directamente las charlas de Krishnamurti, entre 1933 y 1967: “De igual modo, sí sé que por más que huya, ninguna evasión nunca resolverá esta soledad, este vacío interno, dejaré de evadirme, dejaré de distraerme. En ese momento la mente es capaz de mirar el hecho de que se siente sola, no tiene miedo; precisamente el miedo surge del proceso de evasión de lo que es”, se lee en la página 147.

También a Marco Aurelio: “El guía interior es lo que se despierta a sí mismo, se gira y se hace a sí mismo como quiere, y hace que todo acontecimiento le aparezca tal como él quiere”.

Busqué esos fragmentos días después de esa charla. Abrí los libros al azar y lo conecté con lo que dijo sobre su proceso creativo, de vida, de transformación. Un camino no solo largo sino solitario: “Hay que estar solo. Si se mete una persona a ayudar, daña todo”, dijo y completó que, a las buenas o a las malas, cada uno encuentra su camino: “vas a estar encamado ahora. Te toca, so, ahí esa soledad da mucha claridad”.

Dijo que el disco que viene es la cosecha de esa nueva siembra que ha venido haciendo desde hace once años. Un trabajo experimentado poco a poco, que sigue recorriendo. “He llegado al menos al piso tres. Me faltan cien, pero estoy en el piso tres. El day one mío ya pasó, es el día tres”. La colección de catorce piezas que piensa compartir pronto con el público lo tiene “emocionadísimo, he logrado algo muy bonito”.

Hace unos días resalté una frase en uno de los libros de Han Kang: los antiguos griegos no diferenciaban los conceptos de lo bello, lo difícil y lo noble. “Me gusta sentir que hay unas verdades, que siempre hay una verdad detrás de todo y creo que este disco nuevo es el que está más cerca a la verdad, la verdad amorosa, al romance y a la misma vez al cómo me siento cuando estoy en mi moto y cuando estoy más hardcore”.

Que se joda el dolor

Robi Draco hoy es consciente del poder de la palabra, del poder de lo que comunica. “Ahora la narrativa se ha ido un poco más bonita, mucho más amorosa. Pero no puedo salir de las teclas negras, no me puedo ir, he tratado, pero no me funciona”.

Y aunque dijo que no hablaba en sentido metafórico, las teclas negras corresponden a esos medios tonos, los sostenidos y bemoles de las notas naturales a las que, culturalmente, aún se les otorga cierta personalidad. Por ejemplo, si La mayor se ha asociado con alegría, juventud y satisfacción, el La bemol mayor, podría apelar a gravedad, muerte e incluso putrefacción.

Se definió como un hybrid: “Me gusta la distorsión, me gusta como suena, suena agresivo. Hay días en los que es lo único que quiero. Y hay días en los que lo que quiero es ser sutil y delicado”.

Cuando hizo “Frío”, fue difícil equilibrar lo que deseaba decir con eso que tenía que ceder en el diálogo con la disquera. “So, you know, entonces fui agarrando el mando, y luego una vez, en ‘Vagabundo’, hice lo que quise hacer. De ahí en adelante he hecho lo que he querido hacer”, señaló y yo pensé de nuevo en Marco Aurelio.

Algo más tengo en mi cabeza, el estribillo de “Cuando Pasará”. Fue la última canción que interpretó para cerrar, definitivamente, su segunda salida a petición del público. Ahora escribo en el computador: A Robi Draco lo enamoró una mujer porque sí.

Pensaba empezar con esa frase este texto. Y aunque luego cambié de opinión, recuerdo que dijo: “el tema de la alegría de vivir en la mañana, eso lo aprendí con ella, estar feliz en la mañana. ¿Por qué? porque sí, just because”.

Su sonrisa se dilataba cuando hablaba del amor y de la meditación. “Me ha venido muy bien meditar, no pasa un día que no medito y me viene bien, me hace bien. Por muchos años lo rechacé, me daba gracia todo este tema de gente loca y rara. Pero me ha venido muy bien”, insistió.

Todos los días, se sienta en lotus position y se queda ahí sentado por dos horas mientras suena el Om. “Cuando no lo puedo hacer, tengo una camioneta, me pongo en la parte de atrás, me quito lo zapatos y estoy mirando hacia el este”.

Robert Edward Rosa Suárez, Robi Rosa, Draco Cornelius Rosa, Draco Rosa, nació en Long Island, Nueva York el 27 de junio de 1970. Y aunque tiene una figura ágil y se mueve con su particular ritmo joven, ondeante, su voz parece más antigua. Solo alguien muy arcaico transita libremente entre esas falsas dicotomías con las habitualmente él juega: blanco, negro, suelo, cielo, amor, miedo, principio, fin, sí y no.

“Mi compañera de vida ha sido la melancolía”, me dijo como si no nos diéramos cuenta. Aunque estábamos secos, era claro que solo una parranda de melancólicos conservaba una fila por más de una hora bajo la lluvia para verlo en concierto. Dicen que el alumno supera al maestro: su público, que avanza en esa melancolía, permanecía mojado, sentado y solo gritaba mientras él bailaba.

Por Julia Díaz Santa

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Usuario(63255)02 de marzo de 2025 - 06:42 p. m.
No soy psicólogo pero ese man suena a artista bipolar.
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