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Los pueblos de mar y una geografía alucinada: Entrevista a Yuliana Ortiz Ruano

Ecuador nos habla con el mar y su litoral a través de Yuliana Ortiz Ruano, invitada a la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2025. Conversamos con ella sobre la escritura que se hace desde la isla, territorio alucinado y lugar de lo incierto.

Natalia Consuegra y Juan Camilo Rincón

28 de abril de 2025 - 03:00 p. m.
La autora ecuatoriana ha escrito cinco libros entre los que se encuentran tres poemarios, una antología de cuentos y una novela.
Foto: Ricardo Bohórquez / Himpar editores
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“Yo creo que nunca vamos a entender el mar, pues siempre se nos está ocultando. Por eso me lleva a hacerme preguntas que derivan en poéticas especulativas” dijo la autora ecuatoriana Yuliana Ortiz Ruano, ganadora, entre otros, del Premio Joaquín Gallegos Lara en 2023.

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Con su libro de poemas Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Cajón de sastre, 2024) y la novela Fiebre de carnaval (Himpar editores, 2025) se hizo cargo “de la marea, de las distancias, de las fronteras que se van tejiendo en el mar”, y desde allí enunció los cuerpos que gozan, pero también aquellos que son violentados, la supervivencia entre “la delincuencia y la comemierdería”, las historias de manglares, islas y orillas desbordadas, de migrantes y escasez, de bailes y viajes sin retorno.

Es muy interesante este encuentro con una literatura ecuatoriana escrita desde la costa y las islas. Usted misma se define como “animala de isla, más acuática que terrestre”.

Yo soy una persona isleña. Nací en una isla que no es la famosa del Ecuador, las Galápagos, que además tienen una historia muy compleja de ocupación; la gente que iba allá se llamaba a sí misma colonos, que es una cosa muy extraña. Yo soy de un archipiélago pequeñito que queda al norte, en la provincia de Esmeraldas, entre Colombia y Ecuador. De hecho, hay mucha gente colombiana viviendo ahí. Yo tuve que hacer la fuga al Caribe para poder pensar la experiencia de lo isleño en mi escritura, en mi estética personal. Creo que Esmeraldas es una especie de resonancia caribeña en el territorio ecuatorial, por decirlo así.

Parece que hay un sentir muy caribe, como usted lo narra en “Fiebre de carnaval”.

Allá se escucha mucha música del Caribe, no solamente hispano, sino francófono y anglófono por las migraciones, las movilidades humanas cubanas, jamaiquinas, etcétera, pero también porque algo de eso ecuatorial, que se reconoce más en lo indígena y lo cholo, a veces no resuena mucho con la vida o con el espacio de Esmeraldas. También es un territorio afroindígena que históricamente se fue borrando, a pesar de que, en la zona de donde yo soy, hay muchísima presencia chachi, y a los éperas los fueron moviendo hacia Colombia. Lo afro se fue consolidando en los años ochenta con el boom panafricanista, el proceso de ir consolidándose como nación históricamente palenquera, pero también como una nación que se quiere conectar. Mayra Santos Febres dice que los afrodescendientes somos supranacionales. Me parece súper importante pensar esto porque, cuando yo leía literatura ecuatoriana, había algo de la extrañeza ahí, que no me sucedía con la cubana, la dominicana, la de Antigua y Barbuda. Había unas conexiones muy fuertes dentro del territorio que yo habitaba y con la experiencia que yo había vivido respecto a esos territorios que parecen distantes, que en realidad están bastante cerca, porque Ecuador está en la mitad, un poquito abajo de Colombia, muy cerca del Caribe, de Panamá, de Centroamérica. Yo creo que esa resonancia está. Para mí, como mujer isleña, el Caribe fue muy importante como estética y como referencia de la creación en mi propia escritura. La experiencia de la escritura caribeña fue crucial para poder narrar y pensar desde la isla.

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Eso coindice con la escritora sanandresana Cristina Bendek cuando dijo que el Caribe no es uno solo ni es el mismo para cada país, que la insularidad también crea subjetividades diferentes, y que la literatura insular es diferente a la literatura continental.

La literatura insular, o los cuerpos que habitan islas, me llevan a la idea primera de que la única certeza es el mar, y ahí todo cambia. Hay una sinuosidad en el reconocimiento de otro tipo de territorio, que a mí me gusta llamar el “maritorio”: el mar como la única posibilidad, algo que en sí mismo no se puede asir ni atrapar. Tú puedes cultivarlo, los pescadores, las recolectoras de moluscos lo hacen; sin embargo, es un territorio que no es dócil, que todo el tiempo amenaza; te recuerda la pequeñez de tu cuerpo y la fugacidad de tu estancia en el espacio que habitas. Yo soy de unas islas rurales muy pequeñas, y es muy interesante cómo en esos territorios lo que sucede con la marea y con las lluvias modifica completamente la cotidianidad, la irrumpe, es una especie de tajo en lo cotidiano y no hay un flujo constante de la vida, pues hay otro tipo de flujos.

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Y eso crea otro modo de sentir, que a su vez lleva a otro tipo de escritura...

Por eso, la literatura insular para mí es la que me ha construido y no solamente la que yo he visto reflejada en mi territorio. Es la literatura con la que yo puedo imaginar mi territorio e intervenirlo. Es también una especie de geografía alucinada donde lo cotidiano es imposible y se convierte más bien en una especie de deseo, de anhelo casi inconsumible. En ese sentido la vida está siempre amenazada y es compleja, pero para mí es un territorio muy rico a la hora de pensar estéticamente. Yo misma tuve que irme de allá porque no había oportunidades por el narcotráfico, etcétera, pero más allá de eso siempre vuelvo mentalmente a la isla para pensar, para escribir, porque inevitablemente las cosas que sucedían ahí eran como una especie de detención del tiempo que hacían que los cuerpos que habitan ese territorio generaran otros espacios y otras formas de movilidad. Para mí eso es sumamente importante a la hora de pensar la escritura.

¿Cómo es entonces esa escritura insular?

Para mí la escritura no es una materialidad con la que trabajamos estáticamente, no es rigurosa. Se parece más bien a nadar en el mar, porque hay que aprender a pensar con la marea, hay que esforzar el cuerpo, y para mí la escritura insular tiene que ver con eso. Hay un autor que me gusta mucho, Antonio Benítez Rojo, de quien retomo “La isla que se repite”. Él piensa que la experiencia caribeña no solamente existe en el territorio delimitado como Caribe insular, sino que hay momentos y espacios donde lo caribeño se va repitiendo. Para mí, las islas que habito no son islas que se repiten fácilmente y que, más bien, por la dificultad de la repetición, hay una especie de sensación de paria en las personas que salimos de la isla.

Usted menciona otro concepto de él, el de los pueblos de mar.

Es un concepto muy bello; me gusta mucho porque la praxis que tenemos los cuerpos que estamos adyacentes al agua y al mar nos hermana de otra forma más allá de la raza, de la clase social. Hay una cosa muy compleja que se teje en el cultivo de ese otro territorio. Creo que la escritura insular tiene que ver mucho con intentar asir el acontecimiento, como un flujo de lo cotidiano que siempre se nos está escapando de las manos, y también con la imposibilidad de un relato único. Esto tiene que ser una especie de red para pescar, una cosa que es compleja de agarrar pero que de alguna manera intenta delimitar ciertos espacios. Yo siento que escribir desde la isla, pensando en un territorio más habitado por agua que por tierra, es siempre escribir desde lo incierto, esbozar e intentar la escritura, más que pensar una escritura certera, una escritura efectiva. Tiene que ver con asir el error y la sinuosidad.

Por Natalia Consuegra

Por Juan Camilo Rincón

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