¿Usted quién, José Yecid?
Me defino de la manera como quisiera ser recordado, como buen hijo, buen esposo y buen amigo. Busco un equilibrio en mi vida para tratar de ser feliz. He logrado disciplina y responsabilidad con las metas y los retos de la vida. Soy buen organizador de equipos, un emprendedor que ha procurado, al lado de mi ejercicio de abogado, tener siempre un sueño en construcción, muchos de ellos materializados en empresas y negocios que implican planeación, construcción y ejecución. En mi vida juegan un papel fundamental mi esposa, mi familia, mis socios y mis amigos.
Hábleme de sus orígenes...
José María Córdoba Roldán, mi abuelo paterno, nació con el siglo, en 1900. Fue una persona muy culta, gran lector, exigente en extremo con sus hijos hasta generarles temor reverencial. De ascendencia paisa, muy joven salió de su casa huyendo de las imposiciones familiares. Primero llegó al valle del Sogamoso, luego se trasladó para terminar su bachillerato en el Colegio de Boyacá, en Tunja, dando el discurso de grado ante un número importante de estudiantes. Por vocación estudió Derecho en la Universidad Nacional.
Le sugerimos leer: Guadalupe Loaeza: “La humanidad vive distraída con sus juguetes”
Fue abogado de la carretera de Oriente, que comunicaba Boyacá con Norte de Santander. También fue juez y magistrado de Santa Rosa de Viterbo, plaza con tribunal como auto homenaje al lugar de nacimiento del general Reyes. El tema partidista fue muy complejo, entonces, por algún fallo suyo, tuvo que salir huyendo. Se exilió en Alemania por un corto tiempo, dejando a la familia. Estando allá estudió Derecho de Petróleos. Para esa época escribió la novela El Quefas, donde narra el inicio de la exploración y explotación petrolera en Colombia.
Le sugerimos leer la historia completa de José Yecid Córdoba en la página www.isalopezgiraldo.com.
A su regreso se radicó en Tunja, pero se enfermó gravemente de trombosis a sus tempranos cincuenta, entonces decidió vivir en una casa junto a la de su hija mayor en el Municipio de Garagoa, en el valle de Tenza, Boyacá. Cuando se agravó su enfermedad, sus hijos se turnaron para leerle, y así fue hasta su muerte.
María del Carmen Osorio Reyes, mi abuela, fue una mujer fascinante, de una bondad y generosidad abismal, de un porte y elegancia, serenidad y fortaleza absurdas. Perteneció a una familia boyacense, del valle de Tibasosa y Sogamoso, hija de segundo matrimonio, familiares del general Reyes. Se casó muy joven y se dedicó a su familia. Ya viuda, se encargó de la casa en Garagoa, que también era inmensa. Fue absolutamente religiosa, celebraba con nosotros la Semana Santa en reflexión y recogimiento católico, nos llevaba a rezar el viacrucis. Fue siempre muy reconocida en su entorno, líder enérgica, de temple: decían que Doña Carmencita cargaba siempre un revólver con ella.
Jesús Yecid Córdoba Osorio, mi papá, es un hombre feliz, soñador, disciplinado, exigente, generoso, gran lector, consagrado a su trabajo, puntual al extremo, imparcial, justo, honesto, perfeccionista. Estudió su primaria y parte del bachillerato en internado en el colegio de Mosquera, luego en el internado del Colegio Salesiano de Tunja. Comenzó un primer semestre de ingeniería, pero no se identificó con la carrera. Le pidió a su papá le permitiera cambiarse, pues esto no era lo suyo, sino el Derecho. Entonces su papá lo llevó a trabajar con él de tinterillo, cargando códigos que hicieron que le tomara amor a esta área del conocimiento. Estudió así en la Universidad La Gran Colombia, de Bogotá. Fue funcionario público de la Rama Judicial. Trabajó como juez en Samacá, Boyacá, luego como juez de instrucción criminal y como juez penal en todo el occidente boyacense, las zonas más violentas del Departamento. Cuando se daba la guerra de las esmeraldas tuvo que llevar justicia a ese sector. Fue juez de instrucción criminal en Moniquirá, juez penal superior y magistrado del Tribunal Contencioso Administrativo en Boyacá, Arauca y Casanare.
Podría interesarle leer: Carla Morrison: “Las canciones son para que la gente las haga suyas”
Cuénteme de la rama materna.
Ignacio Vargas Leguizamón, mi abuelo, fue un hombre muy familiar. Trabajó toda su vida como contador en el IDEMA donde fue su actuario, primero en Tunja y luego en Bogotá. Llegó con su familia a una casa muy linda de Teusaquillo, que conservan mis tíos. En ella murió. Aura María Vargas Caballero, mi abuela, fue un ama de casa consagrada a sus hijos. Pero también bordaba y pintaba.
Alba Gloria Vargas, mi mamá, es una mujer absolutamente religiosa, de rosario diario y misa cada domingo. Es muy independiente, la más juiciosa y consagrada que pueda uno imaginar, pero enamorada del más revolucionario y progresista de los hombres de su universidad. Estudió en el colegio La Presentación en Tunja y después en el mismo colegio en Bogotá. Como sus hermanas mayores habían estudiado Derecho en El Externado, ella decidió estudiarlo también, pero en La Gran Colombia. En su vida profesional fue juez y por veinte años defensora de familia en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, hasta pensionarse. La suya fue toda una vida dedicada al Derecho de Familia.
Podría interesarle leer: Plumas transgresoras: Safo de Mitilene
¿Sobre qué pilares sus papás edificaron el hogar?
Mis papás construyeron el hogar a la par y a pulso. Son muy conservadores, pero no tradicionalistas, porque en la casa mandaron los dos. De niños tuvimos en mi mamá el referente de una mujer empoderada, que fue escuchada: su criterio se imponía y no en pocas ocasiones.
Mis papás fueron siempre muy parranderos, pero también fueron muy religiosos, absolutamente católicos, por lo mismo nos educaron en valores: nos enseñaron transparencia, rectitud, corrección, a través del ejemplo.
Crecimos en un ambiente en el que el tema jurídico estaba en primer orden del día, con juridicidad plena, en estado de derecho, reconociendo los principios democráticos, el respeto por los demás, con el proverbio de no hacer a los otros lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros, el de que mi derecho llega hasta donde empieza el de los demás. Esas reglas de vida mínimas las aplicamos incluso en los juegos.
Le sugerimos leer: Balada para un loco llamado Marcelo Bielsa
Margarita María, mi única hermana, es abogada. Se casó muy joven con un mexicano, papá de sus dos hijos mayores, José Alejandro y Miguel. Se divorció después de vivir diecisiete años en México. Posteriormente se casó con un norteamericano, papá de sus dos hijos menores, Emiliano e Ivanna, con quienes vive en Denver.
Mis papás actualmente viven en Villa de Leyva, cuentan más de cincuenta años de feliz matrimonio, y nosotros los visitamos con la mayor frecuencia.
¿Cómo vivió su paso por el colegio?
Estudié mi primaria en el Colegio Selección de Tunja, allí recibí maravillosa educación. Luego viví la transición a colegio grande, público, donde estudió mi abuelo. Opté por humanidades, que brindaban como opción, porque también ofrecían ver ciencias naturales, matemáticas, informática. Estudié entonces literatura, crítica de arte, introducción a la economía, introducción al derecho que dictaba un abogado y que me sirvió inmensamente cuando llegué a la universidad. Cinco estudiantes hicimos el primer debate en el país de candidatos a las alcaldías cuando recién empezó la elección popular de alcaldes. Me gradué con quinientas cuarenta personas en grado once.
En su historia de vida me cuenta que no tuvo que prestar servicio militar. Entonces cuénteme cómo tomó la decisión de carrera.
Quise hacer un pre-ICFES en Bogotá que aproveché también para conocer las distintas universidades. Una vez pisé el Claustro del Rosario, supe que ese era mi lugar. Gocé intensamente esta etapa de la vida sin ser el mejor estudiante ni el del mejor promedio, pero sí uno de los pocos de mi curso que jamás perdió una materia.
Podría interesarle escuchar: ¿La luna es más hermosa en el extranjero?
Siendo estudiante aplicó a una beca en Europa.
Se trataba de una beca para el curso oficial en Derechos Humanos en la Universidad Robert Schuman, patrocinado por la ONU en Estrasburgo, Francia. Era la primera vez que asistirían dos estudiantes del Rosario. El curso fue magnífico y los compañeros no podían ser mejores profesionales, hoy en día abogados muy importantes en diferentes lugares del mundo. Regresamos al segundo semestre del año.
Y es a su regreso cuando comienza su trayectoria profesional.
La secretaria general del Rosario se convirtió en mi primera jefe permitiéndome que me enterara de los asuntos internos del Rosario como asistente suya, pero también lo fui de su oficina particular donde brindaba los servicios como abogada externa de la Alcaldía de Bogotá. Hice mi judicatura para optar por el grado. Luego fui monitor del Consultorio Jurídico. Un año después fui coordinador de monitores. Ahí conocí a dos personas muy importantes en mi vida, Francisco Luis Boada Rodríguez y Mauricio Amaya Cortés, dos de los monitores del Consultorio Jurídico quienes se convirtieron en mis socios de oficina en la firma ABCM, abogados asesores Limitada. La M corresponde a Alba Raquel Medina, quien en su momento fue socia nuestra, directora del Centro de Conciliación de la Universidad del Rosario. Más adelante, inspirado por mi mamá, decidí profundizar en Derecho Civil personas y familia, el mismo que dicto en varias universidades.
También es miembro y presidió el Colegio de Abogados Rosaristas, la Asociación Rosarista, es catedrático. Pero luego hace un llamado a la calma...
Entré al Colegio de abogados en 1996, siendo estudiante, por invitación que me hiciera el entonces profesor Alberto Gaitán y Juan Rafael Bravo Arteaga su fundador y un buen número de veces su presidente. También he hecho parte de la Asociación Rosarista, agremiación de egresados de todas las Facultades de la Universidad, tan importantes todas para el país. Fui su presidente por casi ocho años e hicimos cosas muy grandes allí. Mi ejercicio profesional lo combiné con la cátedra, tanto de pregrado hasta la pandemia, como de posgrado. Me fijé unos retos importantes en la vida hasta excederme. En 2018 estaba dictando clases en el pregrado de dos universidades, tres cursos en el Rosario y uno en El Bosque, también una especialización. Era el presidente de la Asociación Rosarista, candidato a magistrado del Consejo Superior de la Judicatura. Viajaba por todo el país atendiendo audiencias de mi oficina. Todo esto representaba comer y dormir mal, no tener tiempo para nada diferente. Y la vida me cobró los excesos.
Le sugerimos leer: Darse cuenta de que ahora es ahora
En un vuelo Bogotá - Medellín me contagié del virus H1N1, el mismo que cobró tantas vidas. Por sugerencia de mi esposa fui a la Reina Sofía para que me examinaran, luego me llevaron a cuidados intensivos de la Marly donde me desahuciaron.
Esta circunstancia tan delicada de salud cambió mi forma de pensar. Dejé de ser trabajador compulsivo, cambió mi concepto de éxito, que hasta entonces estuvo encaminado al reconocimiento público, al querer ocupar cada vez mejores cargos.
Todo se desdibujó totalmente ante mis ojos. Fue cuando le di a la vida su verdadero valor, entendí que el sentido era disfrutar el presente y dejar fluir, pues los resultados de la disciplina, de la responsabilidad, labran el futuro.
Para cerrar cuénteme de su esposa María Teresa Olano...
Es una mujer brillante y disciplinada, abogada experta en estructuración de negocios fiduciarios. Fue gerente jurídica de Hitos Urbanos, actualmente de una Holding bastante importante. Pero también es mi compañera de vida, mi socia, mi mejor amiga y compinche: llevamos trece años de matrimonio.