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Beatriz Vanegas Athías: Cuando el vestido del verso se queda corto

La poeta Beatriz Vanegas Athías habla sobre los elementos que marcaron el nacimiento de su primera novela “Dónde estará la vida que no recuerdo” (Tusquets), que narra la vida de tres generaciones de mujeres en el Caribe colombiano.

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Daniela Cristancho
12 de septiembre de 2022 - 11:00 a. m.
Beatriz Vanegas Athías, columnista de El Espectador.
Beatriz Vanegas Athías, columnista de El Espectador.
Foto: El Espectador
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Beatriz Vanegas Athías dejó Sucre, su cuna caribeña, hace más de 16 años, pero su voz aún carga la entonación de su tierra. “Enfatizar mi acento es como una resistencia a irme”, me dice desde Floridablanca, Santander, donde ahora vive. En realidad nunca se ha ido de la Costa. Los recuerdos de la Costa y sus personajes la siguen a todas partes. En las columnas que escribe para El Espectador suele figurar Majagual, aquel municipio conocido como “el corazón de La Mojana” y que lleva un año inundada. Esos lugares que a veces el país olvida ella procura recordar. Y así como Majagual protagoniza algunas de sus piezas de opinión, Sacramento hizo lo propio en su primera novela Dónde estará la vida que no recuerdo. Es allí donde transcurre la vida de María Martínez, un personaje en torno al cual gravitan tres generaciones de mujeres. El suyo es un libro sobre amor y desamor, pero también sobre las dinámicas de maternidad propias de un momento y lugar específico. “María la miraba aún con el cansancio del viaje en su vestido y deseaba gritarle: ‘Hablemos, mami, sin trampas ni sermones; deshazte de tu papel de víctima y de mártir. Las dos somos iguales, estamos solas. Podemos llorar juntas, pelear juntas, reír juntas de las injusticias de la vida y también de los días que no pasan y se empozan en este pueblo en el que, a pesar de toda la dosis de culpa que me echas a diario, me quieren y me necesitan. ¿No los ves, mami?’”, se lee en la obra. La historia se nutre de la memoria de la escritora y de largas conversaciones que aún sostiene con amigos de Sincejelo y San Marcos. Es una oda a su tierra, a su madre y a aquellas cosas para las cuales a veces los versos se quedan cortos.

Usted viene de la poesía y esta es su primera novela. Cuénteme sobre la historia detrás de ella...

La novela está atravesada por muchos temas. Pareciera una novela de amor y desamor, con una atmósfera en la que se atraviesa también la violencia como un paisaje que permanece y que es necesario para poder darle veracidad a la vida de estos personajes. Todos esos temas, como el cine, la misma violencia, estas mujeres que son feministas sin saberlo, el Caribe, los machismos y las maneras de hablar y de vivir la vida, de alguna manera han estado presentes en mi poesía. Pero hubo un momento en que resultaron una carga pesada. Ya no alcanzaba el vestido del verso ni el de la poesía, y tuve que usar la narrativa para poder nombrarlos. Entonces siempre han estado ahí y son parte de la mirada que tengo sobre el mundo. Por eso quise que se articularan, y confluyeron en esta novela, que de alguna manera empezó como un homenaje a mi madre y a tantas mujeres en los pueblos del Caribe de donde vengo.

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Para mí, más que una historia de amor o desamor, es una historia que gira alrededor del concepto de la maternidad y unas relaciones que están atravesadas por los silencios...

Hay muchas relaciones maternas mediadas por el silencio y por las tensiones que nunca se sacan. En el Caribe no hay mucho tiempo para hablar de esos asuntos y en muchas generaciones de otras mujeres de otras partes tampoco. Se cree que criar a los hijos es darles la comida, la educación, que se cansen bien. Entonces básicamente la comunicación son los silencios o las recriminaciones. He vivido eso. No es un asunto de cuestionar a mi madre, sino que así fue criada. Son mujeres llenas de cargas familiares. Hay muchas urgencias, y no es una urgencia dialogar con los hijos. Entonces uno se cría, como dice uno en la Costa, al garete. Uno sabe que lo quieren, pero son unas maneras de amar bastante perjudiciales.

Y en el libro muchos de esos silencios, esas cosas que no se expresan con la voz se expresan con el cuerpo...

Claro, fíjate que Adriana, la hija, nunca conversaba mucho con María y en todas las penurias hospitalarias que vivió hasta la muerte de María estuvo su matriz llorando, porque había interiorizado todos esos dolores de la falta de diálogo. Es el cuerpo quien recibe todas esas tensiones. Y María, también. Es el cuerpo el que grita “¡aquí estoy yo!”.

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El libro está empapado de referencias culturales, de la música y el cine. ¿De dónde viene esa elección?

Soy muy musical. Siempre estoy escribiendo y estoy escuchando canciones, puedo estar habitando esos dos mundos. Puedo estar escribiendo y puedo estar escuchando un vallenato, y ese ritmo también trato de imprimírselo a la prosa. La primera poesía que me llegó a mí fue la poesía de los cantos vallenatos y de las rancheras. José Alfredo Jiménez a mí me parece el gran poeta de Latinoamérica. Fue la primera poesía popular que pude oír, a los nueve o diez años, porque los escuchaba en el cine. Tú sabes que hasta los años 90 hubo cines en la mayoría de pueblos. Cuando se vino abajo el cine fue la gran derrota cultural de los pueblos. Y allá siempre hay mucha música, la gente nunca está en silencio. Jugaba a las canicas o a la rayuela y el señor del frente sacaba su radiola y ponía discos de porros. Entonces imagínate tú jugando y escuchando música de viento en el fondo. Eso fue fluyendo así y ya después, cuando me di cuenta de que estaba haciendo eso, lo hice intencionalmente.

Los capítulos del libro se llaman “Caer”, “Volar” y “Vivir”, que son diferentes etapas de la vida de María. ¿Por qué esos nombres?

Son como las metáforas de la vida de María. Ella muere muchas veces, entonces caer es eso: las muertes de María. Y la única vez que María pudo ser fue cuando estuvo con Juan Fernández Arango y en ese momento ella siempre estuvo volando. Ahí fue cuando ella se empoderó, cuando fue feliz. Y vivir estuvo lleno de incertidumbres. Fue la vida de su juventud antes de Juan y su segunda juventud después de Juan con la adolescencia de Adriana. Entonces era como crear a través de verbos las metáforas de la vida. Después de que escribí la novela, yo leí una entrevista que le hacen a Anne Carson, esa poeta maravillosa de Estados Unidos, y le preguntan por qué entrecruza a los tiempos. Entonces ella decía que el pensamiento no es lineal, que te llega de pronto una evocación del pasado, pero se atraviesa con algo del presente y de pronto se enreda todo con algo del futuro. Si el pensamiento es así tan enrevesado y tan espiral, ¿por qué no se escribe así? En esas palabras encontré la clave para yo poder explicar la estructura de la novela.

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En la novela también es protagónico el duelo, ¿cómo se relaciona con el título del libro?

El duelo de Adriana está lleno de está lleno de culpa y también está lleno de impotencia, porque se siente infinitamente diminuta ante el poder del infame sistema de salud, que finalmente es quien acaba con su madre. También hace un duelo protestándole a ese Dios a quien María tanto amó, que finalmente no la socorrió. Entonces es como un coro, una tragedia, un todo adorando a una diosa, que es la Señora Sepsis. El título aparece solo una vez en el libro ¿dónde estará la vida que no recuerdo? María finalmente parece que hace memoria de su vida, pero a la vez la pierde, pero también podríamos decir que la pregunta se responde leyendo la novela.

Daniela Cristancho

Por Daniela Cristancho

Periodista y politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en resolución de conflictos e investigación para la paz.@danielacsidcristancho@elespectador.com
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