El Magazín Cultural

Ernesto Sabato y su llamado a la sociedad frente a la incertidumbre

Hoy se cumplen diez años de la muerte del escritor argentino. De su pensamiento, rescatamos el discurso sobre la conciencia, la ética, la verdad y la esperanza en los premios Ortega y Gasset de Periodismo 2002.

Ernesto Sabato * / Especial para El Espectador
30 de abril de 2021 - 12:00 p. m.
Ernesto Sabato nació el 24 de junio de 1911, en Rojas, Argentina, y murió el 30 de abril de 2011, en Santos Lugares, afueras de Buenos Aires. Es autor de novelas como "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas". / Archivo
Ernesto Sabato nació el 24 de junio de 1911, en Rojas, Argentina, y murió el 30 de abril de 2011, en Santos Lugares, afueras de Buenos Aires. Es autor de novelas como "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas". / Archivo

Me han pedido que diga unas palabras en el marco de este prestigioso Premio Ortega y Gasset que cada año se entrega a las más destacadas labores periodísticas. Lo hago no sólo por la amistad que me une a quien así me lo pidiera, sino, porque creo que es el periodismo una labor trascendente de la cual dependen los lazos entre los hombres y los pueblos. (Recomendamos: Ciclo de teleconferencias sobre la obra de Sabato).

El hombre de este tiempo vive delante de lo que acontece en el mundo entero. Y lo hace a través de la mirada de los periodistas; ellos son los testigos, quienes nos narran los acontecimientos. De ellos depende el cariz con que interpretamos los hechos, el partido que asumamos frente a lo que nos pasa como humanidad.

El periodista habrá de deponer su propia visión de las cosas para abrirse a lo que sucede, comprendiendo que son sus ojos y sus palabras las que llevarán a los demás hombres la realidad de la que son parte. El periodista es así testigo, mediador e intérprete. La suya es una tarea de suprema responsabilidad. (Recomendamos: Sabato en carne y hueso, crónica de Nelson Fredy Padilla en Argentina).

Por eso, hoy felicito al diario Herald de Miami como presencia de nuestro idioma y de nuestra cultura. A Ángeles Espinosa, de El País, que ha trabajado con dedicación admirable y con peligro en Afganistán, Pakistán y Oriente Medio. Y a Andrés Carrasco por su desgarradora fotografía que nos muestra los cuerpos tendidos de los inmigrantes, terrible drama que estamos viviendo. A ustedes, mi honda admiración.

A lo largo de los años en que fue gestándose mi obra ensayística y literaria, yo mismo he colaborado con los diarios de mi país y con importantes medios gráficos de todo el mundo. Desde hace más de medio siglo, esta profesión ha estado íntimamente ligada a mi destino como escritor, y ambas me han permitido expresar las incertidumbres de mi espíritu, cuando trataba de hallar respuesta a las dudas que tanto me acosaban. (Más: El día de la muerte de Sabato).

Debo destacar, además, otro motivo que engrandece el alto honor de compartir con ustedes este momento. Se debe al hecho de que este galardón lleve la impronta de un hombre cuya vida y pensamiento nos ha permitido vislumbrar una cumbre del espíritu humano. José Ortega y Gasset ha sacudido la conciencia adormecida de los hombres de su tiempo, alentándolos a encarnar los valores trascendentes y a comprometerse con el mundo en el que le tocó vivir. Con tenacidad, hasta con vehemencia, pero también, y fundamentalmente, con rigor, como caracteriza a la raza de intelectuales a la que él perteneció.

Quienes hoy reciban el Premio Ortega y Gasset de Periodismo sabrán advertir el legado que constituye la esencia de este galardón. Les decía que yo mismo, junto a mi tarea como escritor, he realizado trabajos periodísticos cada vez que las situaciones sociales lo exigían. Puede parecer contradictorio que un hombre habituado al silencio y la demora que requiere el ensayo y la literatura, sienta la necesidad, a su vez, de expresarse a través de esa palabra inmediata, del instante, que caracteriza a la escritura periodística.

Así también lo ha hecho Ortega, y otros genios de la talla de Camus, Hemingway, Malraux, Sartre, Simone Weil, y el propio Gandhi que, desde las columnas de un humilde y precario periódico alentó su revolución espiritual, el verdadero despertar del alma de su pueblo sometido. Sucede que, ante determinados acontecimientos, todo intelectual auténtico debe postergar su obra personal en favor de la obra común, poniendo su voz al servicio de los hombres, para ayudarlos a construir una nueva fe, una débil pero genuina esperanza. Entonces, en el vertiginoso suceder de los acontecimientos, la palabra que surge en respuesta logra evadir su destino fugaz y perecedero.

En este sentido, quienes trabajamos con la palabra, escritores, filósofos, periodistas, pensadores, y quienes a través de sus imágenes hacen oír el clamor de tantas voces silenciadas, todos nosotros, digo, más que una función pedagógica, tenemos un deber ético con las sociedades. Debemos restaurar el sentido de las grandes palabras deterioradas por aquéllos que intentan imponer un discurso único e irrevocable.

El periodismo es un formador de opinión pública que da un sentido crítico frente a los hechos de la vida. Esta importante tradición creada en España por Feijoo, en el siglo 18, fue luego continuada por Larra, por Machado, por Unamuno. Basta alcanzar cualquiera de los escritos que ellos nos dejaron para constatar su creencia en el acto de nombrar la verdad.

Hoy el periodismo debe reconciliarse con sus mejores señas de identidad históricas por donde respire la libertad de opinión y la capacidad imaginativa de sus intelectuales. La prensa en estos últimos años ha adquirido una notable expansión social y política, jerarquizada por su labor en las áreas de investigación y cultura.

Quienes tienen en su poder el funcionamiento de los grandes medios, han de permanentemente tomar conciencia de la gran transformación a la que pueden contribuir. Capacitados, como están, para intervenir en las graves necesidades a las que estos tiempos nos está enfrentando. Los revolucionarios avances tecnológicos han acrecentado la enorme influencia que el periodismo, y los medios de comunicación en general, poseen sobre la conciencia de la gente. Sin duda son actualmente uno de los principales formadores.

Por la magnitud de su alcance, este poder es a veces utilizado por quienes pretenden perpetuar la hegemonía de un modelo único, sin alternativa. Imponiéndonos el yugo de una obscena globalización que justifica el sufrimiento de millones de hombres y mujeres, a la vez que nos relegan en una sensación de impotencia perpetua e inevitable. La sociedad está a tal punto golpeada por la injusticia y el dolor; su espíritu ha sido corroído tan a menudo por la impunidad, que se vuelve casi imposible la transmisión de valores a las nuevas generaciones.

Sin embargo, la enorme posibilidad de modificar el aciago rumbo que venimos llevando se ilimitado que los medios de comunicación poseen sobre la formación de conciencia de niños, hombres y mujeres. Es esta una gran misión que puede llevar a cabo el verdadero periodismo, como lo está demostrando cada vez que con peligro y en situaciones de precariedad nos ha acercado a lo que acontece en el mundo.

En todas sus manifestaciones, la actividad periodística debe consagrarse en un compromiso ético que responda al desgarro de miles de hombres y mujeres, cuyas vidas han sido reducidas al silencio a través de las armas, la violencia y la exclusión social. Sin duda, así lo han hecho quienes esta tarde recibirán el Premio Ortega y Gasset de Periodismo, al igual que cientos de sus colegas en el mundo, cuya destacada labor también debe ser justamente señalada.

A todos ustedes, desde mi condición de escritor, quiero expresarles mi reconocimiento por contribuir a expresar el sacrificio, el dolor, la incertidumbre, pero también la esperanza y el coraje de una humanidad que se resiste a desaparecer.

* Texto publicado en Madrid, España, por el diario El País, el 9 de mayo de 2002, y cortesía de la Fundación Ernesto Sabato.

Por Ernesto Sabato * / Especial para El Espectador

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