Cuerpo delgado, piel tersa y sin textura, cabello brillante, una cintura pequeña y apariencia joven son algunos de los puntos del estándar de belleza que se ha impulsado en los últimos años. A pesar del creciente movimiento por la aceptación corporal, la narrativa sobre cómo se debería ver el cuerpo femenino se sigue viendo en redes sociales, casas de moda y artículos en diferentes medios y revistas que contienen recetas, productos y formas de alcanzar ese ideal de belleza.
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Sin embargo, este concepto no es nuevo. Hoy son miles las marcas y productos que prometen reducir arrugas, emparejar el tono de la piel o dejarla perfectamente suave. Pero este tipo de promesas no son del siglo XXI ni del XX; son mucho más antiguas y esto es algo que Jill Burke, historiadora del arte y profesora de la Universidad de Edimburgo, demostró en su libro Cómo ser una mujer del Renacimiento: mujeres, poder y el nacimiento del mito de la belleza.
La humanidad no es ajena a la creación de estándares de belleza que van mutando con el tiempo y los valores de la sociedad. Burke sugiere en su texto que la novedosa aparición de desnudos naturalistas femeninos en el arte es una de las razones por las cuales “el aspecto externo fuera un objeto de escrutinio cada vez mayor”.
La Venus de Urbino, obra de Tiziano, es una de las que menciona el texto como representación de ese ideal renacentista de belleza. Aunque esa sea la representación visual, la escritora Giulia Bigolina se dio a la tarea de describir el estándar de belleza a través de la protagonista de su novela Urania (1550): “Fíjese (...) cómo esta cabellera dorada y rizada parece una red para atrapar un millar de corazones endurecidos. Mire la frente espaciosa y reluciente, los ojos, que se asemejan a dos estrellas (...) las pestañas rizadas y negras como el ébano, la nariz bien proporcionada, las mejillas sonrosadas, la boca pequeña, los labios, que superan al coral en belleza. (...) ¿Y qué decir de su cuello y su pecho, que superan en blancura a la nieve? ¿Y de esas pequeñas manzanas, que nadie que las admire puede no sentir que su corazón arde de deseo?”.
De acuerdo con Burke, esta descripción no solo aparece en novelas, también en “poemas, obras de teatro, libros de medicina e incluso los juegos de cartas. Los ideales de belleza del Renacimiento eran extremadamente limitados y estaban por todas partes”. Para alcanzarlos existían recetarios en los que no solo proliferaban maneras de lograr la descripción de Bigolina o la imagen de Tiziano, sino que el mensaje de estos textos era ver el cuerpo femenino como un proyecto inacabado al que siempre se le puede arreglar algo, una idea que sobrevivió al paso de los siglos.
En conversación con este diario, Burke afirmó que a raíz de su investigación para este libro ahora pone todo en un contexto histórico. “Estaba muy interesada en este sentimiento de no ser suficiente. Hay una idea de que esta es una sensación moderna, lo veía con las revistas de los años 90 y 80, donde esa presión estaba muy presente en la forma en la que las mujeres eran presentadas en ellas, aunque no es la misma que impone Instagram actualmente. Existe esta noción de que el ver el cuerpo como un proyecto inacabado empezó en ese momento, pero ha sido muy reconfortante ver que tiene raíces históricas más profundas”, afirmó.
Según cuenta la autora, algunas lectoras jóvenes se han visto reflejadas en las historias de mujeres cotidianas que el libro rescata, ya que hace 500 años tenían un afán parecido al actual por encajar y para saciar esa necesidad de tener las mismas características de la Venus de Urbino o la modelo actual de moda. Tanto las mujeres renacentistas como las contemporáneas acudimos a la ayuda de tónicos y cremas, entre otros productos.
Las recetas de estos productos le interesaron a Burke. “Son cosas que creemos tan personales e íntimas, como qué hidratante pongo en mi rostro o cómo me arreglo el cabello y crees que son preguntas individuales, pero, en realidad, son cambios culturales masivos y generalmente no nos damos cuenta de ellos. Las recetas que descubrí fueron una revelación y pienso mucho en esta cultura compartida de hacer cosméticos y productos de cuidado de la piel que se ha perdido en este mundo occidental capitalista. Me interesa mucho revivir esta práctica de socialización y volverla algo positivo para compartir con amigos”.
Un capítulo del libro detalla algunas de las recetas que Burke encontró y recreó. Para ella, lo más sorprendente fue ver que en realidad funcionaban y que la receta de una crema antiarrugas sí da resultado. “El hecho de que pudiera hacerla en mi casa fue emocionante. Se perfuma con incienso y masilla de los árboles y huele increíble. Otra receta maravillosa fue un ungüento para labios que es muy sencillo de hacer. Simplemente mezclas cera de abejas con un aceite como el de oliva o almendra y puedes hacerlo en grandes cantidades. Nos gastamos tanto en productos como estos, que a veces no son tan buenos, cuando es tan sencillo hacerlos uno mismo. Es muy interesante que las personas no tengan la confianza para hacer este tipo de cosas porque es tan fácil como cocinar pasta”, dijo.
Además de los productos, las representaciones visuales de los ideales de belleza también dependían de la mano de la artista. Burke comentó que artistas como Artemisia Gentileschi solían pintar los cuerpos femeninos de manera un poco más realista, aunque las mujeres, en general, no tenían visiones tan diferentes de la belleza a la de los hombres.
La investigación de Burke no solo abarcó los ideales de belleza del Renacimiento y las fórmulas que utilizaban para alcanzarlos, también se preguntó cómo vivían las mujeres su día a día en ese momento, atravesadas por conceptos de raza y riqueza o jerarquía social, algo con lo que se puede trazar un paralelo a la época moderna. La presión por verse de una u otra manera continúa presente en nuestras vidas, solo que “en otro empaque”.
“Una cosa que sigue siendo igual, pero diferente, es el énfasis que se les da a los estándares de belleza y cómo estos son difíciles de alcanzar para mujeres de escasos recursos. Centrarse en la delgadez o la gordura es uno de ellos, sabemos que es más fácil acceder a comida que es alta en carbohidratos o grasa, más que a comida que puede ser saludable o que puede tomar tiempo para preparar, por lo que la delgadez es más preciada ahora, mientras que en el pasado era al revés. Siempre han sido las mujeres ricas las que han podido gastar tiempo y dinero en belleza, ese es un paralelo con la actualidad”.