Misaki Murakami, el dueño del botín, aseguró que conversó con la esposa de quien hizo el hallazgo y que su balón-vida estaba a cinco mil kilómetros de su casa.
El maremoto se llevó todas las casas vecinas y, con ellas, los objetos más queridos por los habitantes de Rikuzentakata, como se llama el pueblo devastado en el que vivía este joven que tenía 16 años cuando se presentó este fenómeno natural. Esta historia es bella-triste porque el balón era un regalo de sus familiares cuando pasaba de un colegio a otro, es decir, la maga pelota estaba dotada de sentido por lo que representó en el momento de recibir aquella redondez con rostro para jugar hasta el infinito.
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Esta noticia le dio la vuelta al mundo porque sucedió en marzo de 2011 y tal maremoto arrasó con todo lo que encontró a su paso. Este afortunado joven recuperó un objeto inerte, muerto, seco y, sin embargo, el acontecimiento se recuerda como milagro porque el balón se convirtió en compañero de viaje, en compinche y reavivó su esperanza de juego, de lúdica, de gol.
La pelota pasó de ser un objeto seco a tener vida mojada, pelota náufraga que se salvó de las aguas de un mar enfurecido que tomó la decisión de sacar el balón a flote para la recuperación de una sonrisa de un joven triste por la pérdida de sus enseres. Una pelota, como la escritura, salva vidas, porque se trata de recuperar un recuerdo, una existencia, una muerte, una soledad. Jugar fútbol, escribir, caminar y buscar qué y con quién patear hacen milagrosa la suerte de estar en un lugar y volar a todos los lugares posibles.
Esta pelota, cual balsa, navegó entre tragedias, azares, rendiciones, silencios y ruidos, para que un joven recuperara su infancia. A todos los niños a los que les preguntaron si eran dueños del balón, a pesar de tener el deseo ferviente por decir: “Ese balón es mío”, todos, al unísono, dijeron libre y espontáneamente: “Ese balón no es mío”, extraña pero ética respuesta por parte de estos seres humanos que querían ver al “dueño del balón” cuando recibiera su sacro tesoro.
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Historia con final alegre, a pesar de todo. Si se recuperó la pelota, se recupera la casa, la cama, la cocina y, sobre todo, la dimensión del juego que vale lo que vale una vida. Esa historia conmueve por lo ficcional, aunque parte de un hecho cierto. No hay nada más serio que el juego de la pelota…y la pelota se sonroja porque ha protagonizado esta historia.
“He oído el contar de muchos años y muchos años tendrían que atestiguar un cambio. La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo”. Dylan Thomas.