El Magazín Cultural
Publicidad

Este pequeño encierro (Relatos y reflexiones)

El tiempo está inscrito en lo escrito y muy seguramente este sentir es el de una mujer que cambia y que toma con esfuerzo las verdades del pasado. Yo soy quien escribo todo esto, soy la materia que desconoce la muerte.

María Acosta / @paunks
29 de marzo de 2021 - 03:51 p. m.
Pago por este pequeño encierro que he construido junto a Quijotea, mi planta, pues ella llegó para quedarse. Cada día le salen más y más hojas, casi que el número de años que tengo, y le canto, aunque no tenga voz. Es a ella a la que miro al despertar y agradezco al descansar.
Pago por este pequeño encierro que he construido junto a Quijotea, mi planta, pues ella llegó para quedarse. Cada día le salen más y más hojas, casi que el número de años que tengo, y le canto, aunque no tenga voz. Es a ella a la que miro al despertar y agradezco al descansar.
Foto: Archivo Particular

Durante los meses de encierro inconstante en la capital, me permití seguir con esas rutinas que continuamente saboreaba al paso de mis días. Mientras las noticias agobiaban los oídos de algunos familiares yo, por mi parte, seguía atendiendo algunas inquietudes que ya me había acostumbrado a tener. Nunca he querido encontrarme con la vulnerabilidad de frente y delante de las multitudes, he sabido no quejarme por esta ciudad, he sabido contemplarla por medio de mi reflejo frente a la ventana (junto a mi computadora), de la vela blanca para la virgen, del recuerdo de mi abuela, de Built To Spill de fondo, de las motos que van a mil, del frío, de mis hermanas, de Charly que me canta, de los roomies que desconozco, de las voces que se escuchan fuera de mi cuarto y que nunca he sabido entender. Estoy adaptándome poco a poco a este espacio empapado de pájaros (cada pájaro es un punto de recuerdos), al olor a Melqui, a sus ojos, al suspiro que no me guardo, al no quererlo, sino a la imposibilidad tan obvia de quererlo, a la imaginación, a su guitarra terca. No hay cigarrillos, porque dejé de fumar. Hay ansiedad, pero no un fanatismo por mis tristezas (hablaré de esto con mi terapeuta). No estoy atada a lo que los otros digan. He sabido entender los sentimientos cambiantes por causa de no saber cómo nutrirlos, y me parece que no estar atada a lo que otros digan no quiere decir que no dependa de un sistema, solo digo que la información cambia de acuerdo a cómo la quiera percibir, y yo me acojo al deseo de la elección, del exquisito placer de la decisión y los mundos, del cuento que me cuento, aunque duela.

Lo invitamos a leer Héctor Abad Faciolince: “El olvido es el gran fabulador”, una entrevista al escritor

Me imagino calmando todas esas bolas de fuego de creencias que me atacan y que van a toda velocidad por la carretera, en ese automóvil que no permite visualizar el paisaje completo por el afán de no querer ser atacado. Yo observo el automóvil y me encuentro afuera, justamente, apagando el fuego con mi cuerpo, que se convierte en río. Tengo a mamá, a mi abuela, y a mi hermana en la mente. Ellas también han aprendido a apagar esas bolas de fuego. Estoy en este espacio siempre y cuando pague la renta. Pago por este pequeño encierro que he construido junto a Quijotea, mi planta, pues ella llegó para quedarse. Cada día le salen más y más hojas, casi que el número de años que tengo, y le canto, aunque no tenga voz. Es a ella a la que miro al despertar y agradezco al descansar. A veces siento que la cargo con mis inquietudes a media noche, le pregunto de su naturaleza, a ver si entiendo la mía, y siento que no me alcanza el tiempo, o que yo no lo alcanzo a él. Por eso le agradezco a Quijotea, por tener mi presencia entre dudas que no han sido si no son, mientras pasan esas horas en que algo llama desde el pasado. La riego todos los sábados, quiero que esté bien.

A la sociedad se le ocurre un día cualquiera entender al ser humano y dicen que estos tiempos nos van a cambiar. Están esperando un cambio casi que utópico y bien sabemos que este puede llegar a ser peligroso. La característica de las utopías es que son estáticas. Están allí para ser y no estar, entre lo blanco y lo negro, que no juzga, que no habla, que no siente, que no huele, que no cambia, y, sin embargo, ahí están, a diferencia de nosotros que sí sabemos del juicio. Ante todo no la culpa, ante todo está el culpable.

Reconozco que también he tomado el juicio como reivindicación de mis convicciones, alagando noches eternas, así como palabras en mi cabeza que han sabido arrancarme el sueño y el humor. No puedo huir de mis emociones, pero tampoco de mi racionalización. Estoy buscando ese equilibrio porque del sentir no se huye, se queda uno para saber escuchar, para saber observar. El tiempo está inscrito en lo escrito y muy seguramente este sentir es el de una mujer que cambia y que toma con esfuerzo las verdades del pasado. Yo soy quien escribo todo esto, soy la materia que desconoce la muerte. Me agobia no la mía, sino la de los demás, esa oscuridad que está aquí y la luz que solo vemos si bien cerramos nuestros ojos. Hoy en la tarde me enteré que mi tía tiene COVID. ¿Morirá?, me pregunté. Luego siguió mi abuelo, mi tío Kempes, mi madre, y, finalmente, mi hermana y mi padre. ¿Morirán?, claro que lo harán, pero no ahora.

Esta noche diré: ya es demasiado tarde, ¿demasiado tarde para amar?

Todo lo que soy se lo he contado a Quijo y cada día está más grande, me preocupa que crezca tanto como papá, como mamá, como mis hermanas, como mis tíos, como la persona a la que amo. No estoy preparada para la muerte de ellos, para dejar de escucharlos, para aceptar su silencio así no más. Tal vez tenga que huir de esta creencia, agachar la cabeza y aceptar la derrota, la historia que desconozco y que se vive diariamente (pienso en las 6.402 personas) bajo un mismo techo, una luna y un trébol.

Si le interesa leer más de Cultura, le sugerimos una reseña de “Los Fuegos de Otoño”, de Irène Némirovsky

Aunque este escrito no tenga ningún peso en la sociedad, bien podemos tener la certeza de vivir desde los ojos de la sensibilidad de nuestras pequeñas revoluciones mentales.

Posdata: A propósito del encierro, el peso de nuestras confrontaciones mentales no determinan una única verdad.

Por María Acosta / @paunks

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar