El Magazín Cultural

Everardo González, el periodista más cineasta de México

Este documentalista, docente de maestría en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, fue nombrado el pasado 26 de junio como miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos.

Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13
20 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.
 González, quien ha sido director de fotografía y productor en sus documentales.  / Cortesía
González, quien ha sido director de fotografía y productor en sus documentales. / Cortesía
Foto: Fernando Montiel Klint Gerardo Montiel Klint

Sus recorridos por las calles de Ciudad de México, en las madrugadas, llenaron las páginas de los periódicos sensacionalistas durante diez años, con historias de exluchadoras libres asesinas de ancianos o inspectores de policía fríos e indescifrables. Esta sería su fuente de inspiración para encontrar los personajes que protagonizarían sus películas. Personas que rayaban en lo cotidiano y parecen salidas de un cuento de un Edgar Allan Poe mexicanizado. No lo sospechaba porque el cine no era una vocación. Quería ser reportero gráfico y capturar con su cámara la noticia, el día a día, la vida misma, la historia contada en una instantánea. Y una vez se graduó como periodista de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, una sugerencia de un primo cercano al mundo del séptimo arte cambió el camino, mas no el destino.

Everardo González Reyes aceptó estudiar artes cinematográficas por curiosidad, para explorar de una manera diferente lo que ya entendía como vocación, para contar historias y recrear la realidad con imágenes en movimiento. “Nunca estuvo en mis planes dedicarme al cine, pues mi familia no tiene ningún vínculo con el arte”, cuenta con un tono pausado y con las justas palabras que hacen creer que escribe su propia autobiografía. De sus padres no pudo venir esa pasión, pues uno era veterinario de profesión y el otro, su madre, profesora de educación pública, dos actividades lejanas a la pantalla y a la costumbre de ver una película.

Sus estudios en cine los hizo cuando todavía eran un poco arcaicas las formas de hacerlo. Lo digital no había llegado para que el trabajo proliferara, la oferta era reducida y eso le aminoraba sus ánimos de continuar. Hasta dudó en retirarse, pero desistió de esa idea hasta que hizo su primer documental. Con éste entendió que las imágenes en movimiento sí eran su medio para contar historias, que éstas le daban la posibilidad de congeniar lo que había aprendido como periodista y le ofrecían un camino para interpretar la realidad con libertad y creatividad.

Con US$1.000 y una historia con raíces del México indígena y rural, mezclados con la gran ciudad, en 2003, se consolidó como documentalista con su primera película, La canción del pulque, un homenaje a la bebida fermentada a partir del jugo de maguey y una crítica a la música cargada de violencia de género que acompaña cada sorbo de ese trago típico de algunos estados centrales de su país.

Su incursión en el documental fue, más que todo, una experimentación de conceptos de espacio y tiempo, y de lo que entendía por cine. No esperaba una nominación, mucho menos un premio por su primera película, que fue producto de equivocarse, de improvisar, de volver a intentar y de aprender en el proceso.

La canción del pulque fue su verdadera escuela, la cual lo llevó a situaciones cómicas, que lo pusieron a prueba. Le siguió los pasos a un alcohólico. Quería retratar la cotidianidad de alguien que entrega su vida al licor, a las tabernas, al desequilibrio de los pasos, a la cabeza nublada de fermentación. Pero a mitad de ese acompañamiento, su personaje lo sorprendió y renunció a que el mundo le diera vueltas.

Lograr esta película lo condujo a la siguiente, Los ladrones viejos, una mirada romántica al crimen, en la que estuvo de frente con los bandidos más reconocidos de México de las décadas de los sesenta y setenta. Llegar a entrevistar a Fantomas, el Carrizos y Xochi, por más difícil que pareciera la tarea, se lo debe a sus años como periodista de notas judiciales que exageraban en lo sensacionalista. Los contactos que hizo se convirtieron en su principal fuente para hacer algo más que meras noticias. Y en esas personas encontró también su materia prima. De ahí su interés por las historias extraordinarias, las que se roban un titular de un periódico amarillista por lo inverosímiles que resultan, las que la gente pide por el deseo de ver la denigración de su misma sociedad.

“Con este documental entendí que mucho de lo que hacía estaba soportado en la vida de otras personas. Entonces me interesé por vidas extraordinarias”. Entender cómo estos ladrones entraron al oficio, hicieron su primer robo o lograron hacer lo impensable para adueñarse de lo que no les pertenecía, eran testimonios únicos que debían ser escuchados y contados; como la historia que conoció en sus trabajos detrás del crimen y parecía un cuento del Chavo del Ocho en sus momentos de clarividente exageración. Se trataba de una exluchadora libre que dejó el ring, los golpes coreografiados y las máscaras coloridas por una bata blanca. Ofrecía sus servicios de enfermera geriátrica sin intenciones de atender a sus pacientes, pues una vez llegaba a sus hogares les adelantaba su muerte.

Aunque esta historia no ha logrado convertirla en película, su línea temática son voces de personas en el exilio, perpetradoras del dolor, víctimas de la violencia y pueblos que luchan por sobrevivir a la sequía. En síntesis, personajes que construyen la radiografía de la vida misma, del sufrimiento, de la alegría, de lo inefable, de lo que se decide no callar más, de la represión, del ser humano siendo lo más virulento para su propia especie.

Para llegar a los resultados que tiene no ha abandonado el periodismo. Sus formas de investigar para encontrar una buena historia y luego narrarla siguen siendo las mismas que utilizó cuando las letras eran la manera de hacerlo. “Mi proceso creativo no nace como el de un novelista. Es apropiación e interpretación de la realidad, muy cercano a la manera que funciona el periodismo narrativo. No termino una crónica escrita, sino una película”.

A diferencia de muchos que ven en el rodaje el proceso de realización más placentero, creativo y prometedor, disfruta el antes y el después, el trabajo del vago útil, el que observa, escucha y decide, el que vigila la costura de los retazos grabados.

“El proceso previo es básicamente tirar una moneda al aire a ver qué puede aparecer. La pura observación, puro trabajo de vago. Y la mezcla de sonido es el momento en que se potencia lo que ya se contó. Es una colaboración que no requiere mucho de mí, solamente puedo opinar, entonces se vuelve una vez más el trabajo de vago. Me gustan las puntas, lo del medio es siempre complicado”, se ríe reconociendo la importancia del oficio del que delega y espera por los resultados.

Mientras no dedica su tiempo al trabajo de vago, grabar, buscar personajes para sus documentales, interpretar la realidad que la reduce a una idea cinematográfica, destina su tiempo al cine, a navegar más ese universo que va más allá de dirigir. Mitad del mes está en México y la otra puede estar en Perú, Colombia o Estados Unidos. Es jurado de los Premio Ariel de la Academia Mexicana de Cine y de fondos de financiación, siempre debe ver las películas para evaluarlas, o por puro ocio. Es dueño de una distribuidora y productora, que a la vez es un espacio de formación, es profesor de la maestría de cine documental de la Pontificia Bolivariana de Medellín y tallerista por toda Latinoamérica. Es papá y esposo, es contador de historias por excelencia y uno de los principales referentes del documental de habla hispana.

Por Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13

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