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1.
Debate - Región Caribe. Fajardo es contundente: “son los políticos quienes toman las decisiones más importantes de nuestra sociedad”. Con políticos parece decir gobernantes; incluso oligarcas o aristócratas. Me detengo aquí y me pregunto ¿qué es lo que entendemos siempre por ‘políticos’? ¿Qué son los ‘actos políticos’? ¿Por qué dichas decisiones definen una sociedad? Entonces repaso a Žižek: en la Grecia Antigua nace el “acto político”. El demos (el pueblo) desafía la organización social exigiendo a sus gobernantes ser escuchado. Además, consigue que los intereses del pueblo tengan representación en la plaza pública, como la tenían los intereses del aristos (los sobresalientes). Así se modificó la sociedad: ¡surgió la democracia!
Los actos políticos son un corto circuito en la estructura de la organización social, dice Žižek.
Vuelvo a Fajardo: los políticos toman decisiones trascendentes, dice. Y la memoria vuelve: “el hombre es un animal político” (Platón). Entonces los políticos somos todos, el demosgriego, el pueblo, quien debe decidir. Allí surge mi inquietud: el discurso fajardista y su significado en la política colombiana.
2.
Fajardo no habla de políticos en el sentido anterior; lo contrario, connota el término en su forma más despectiva y la emparenta con el burócrata, con el politiquero. El discurso de Fajardo se orienta a la desideologización de la política. Tiene sentido entonces que la no-polarización sea el estandarte fajardista y que se haya encendido en su campaña reciente. Recuerdo que en agosto de 2017, en un foro de W Radio que vi en Youtube, Claudia López le restó importancia al tema de la “polarización” cuando Vicky Dávila lo puso sobre la mesa; hoy, la exsenadora enciende la consigna a cada oportunidad y con su equipo la convirtieron en la más fuerte estrategia electoral. Así, la autodenominada coalición de centrobusca fungir como baluarte de la despolitización en Colombia, lo cual convence a muchos, en especial a los más jóvenes. El punto es que esa despolitización es el estereotipo de política actual, de la postpolítica, como Slavoj Žižek llamaría a dicho fenómeno: una política desideologizada.
En el debate mencionado al principio, Fajardo no abrió como Vargas Lleras y Duque: ostentando su trayectoria pública. No. Fajardo se definió a sí mismo como “un matemático, un científico, un profesor”. Así hace campaña, fingiendo que no lleva décadas haciendo política. No se llama político –aunque lo sea– y eso se vende bien entre ciertos círculos. Fajardo y López se dicen de centro: ni izquierda ni derecha. Aunque ella va de un lado a otro del espectro ideológico y por eso se siente más cómoda cuando ejerce como emperatriz del centro radical, cuando repudia a diestra y a siniestra: a Duque y a Petro. De Fajardo también despotricó en 2008 cuando escribió que el exalcalde había convivido tranquilamente con la donbernabilidad. Pero eso ya pasó.
En este punto pienso en la noción “radical centrism” de Tony Blair, que esgrimió un enfoque despolitizante y que, como explica Žižek en En defensa de la intolerancia, lo único que tiene de radical es su “radical abandono a las viejas divisiones ideológicas para resolver las nuevas problemáticas con ayuda de la competencia del experto”. Es decir, un gobierno tecnocrático afín con admitir las formas hegemónicas, disimulando su tradicionalismo en un discurso solo aparentemente alternativo. “No somos los mismos con las mismas”, dice Robledo, la frase de Ceballos y Mier en El juicio final de Voltaire. Esta posición, lejos de ser genuinamente democrática, desdibuja los fundamentos ideológicos para validar la funcionalidad política absoluta. Es decir, la postpolítica prescinde de los ‘prejuicios’ y aplica las ‘buenas ideas’, vengan de donde vengan; lo opuesto al “no todo vale” de Mockus. Fajardo no es Mockus, aunque quiera parecérsele. En la postpolítica una cosa vale siempre que no ideologice, que no ‘polarice’ o que sea funcional. Ese es el peligroso concepto de gobernabilidad de Fajardo, aunque no lo diga: simpatizar con quien sea, al estilo de Santos.
Hace unas semanas, Fajardo trinó que de la nada Petro proponía educación gratuita, implementación de energías sostenibles, reformas sustanciales a la salud y desarticulación del Icetex. El trino, que causó gran revuelo, confirma a Fajardo como el candidato de lo funcional político: “lo que no funciona no vale”. Y a Fajardo no le resulta funcional lo de Petro: invertir gran parte del presupuesto nacional en esos aspectos fundamentales. Y se entiende: estorbaría a las desorbitantes ganancias del sector privado. Así, lo que realmente promueve la Coalición Colombia es el statu quo en la política económica, aunque digan lo contrario. Esa no-reestructuración no es de avanzada, aunque así quieren hacerlo parecer. Parece funcional, pero poco o nada tiene de verdadera política. Aunque consigue votos, eso sí.
El modelo económico globalizado del capitalismo, que busca reducir la política a la mera funcionalidad hegemónica, hace cualquier cosa que funcione en el contexto de las relaciones existentes, explica Žižek. Pero el verdadero acto político lo que logra es modificar ese contexto que determina el funcionamiento, causar un corto circuito. La Coalición Colombia (que busca votos de Petro y de Duque por igual) considera imposible modificar el contexto en el cual se configuran las relaciones económico-políticas del país. El problema es que no son ellos quienes proponen esa intervención real. Al contrario, la tildan de “populista”.
3.
Pienso en Rancière, quien cree que el núcleo de la verdadera política es, justamente, la interrupción de los mecanismos de la organización hegemónica, no su continuidad. Pero la postpolítica es continuidad y la defiende sin defenderla, de ahí las ambigüedades en el discurso. La política funcional es “el arte de lo posible”, dice Žižek. Pero lo genuinamente político ocurre en sus antípodas: la verdadera política es el arte de lo imposible, puesto que cambia los parámetros de lo que se considera posible.
Fajardo acierta en su lema, “se puede”. Lo suyo es el arte de lo posible, la postpolítica, lo funcional; Petro acierta en el suyo, “Colombia humana”. En un país terriblemente inhumano, quien hace suya esta consigna aspira al arte de lo imposible, a cambiar los parámetros de lo posible. Para eso, Petro necesita modificar los mecanismos sociales, hacer corto circuito en la organización colombiana, como se hizo en el surgimiento de la democracia en la Antigua Grecia.