El Magazín Cultural

Fernando Guzzoni: “A nadie le importan los niños en estado de vulnerabilidad”

El director chileno se basa en un sonado caso de pedofilia y prostitución infantil que consternó a la sociedad chilena hace unas dos décadas. Blanquita concursa en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia.

Janina Pérez Arias
09 de septiembre de 2022 - 07:00 p. m.
La actriz Laura López y el director de la película chilena "Blanquita", Fernando Guzzoni, estuvieron en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde la película compite en la sección Orizzonti.
La actriz Laura López y el director de la película chilena "Blanquita", Fernando Guzzoni, estuvieron en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde la película compite en la sección Orizzonti.
Foto: La Bienale di Venezia

Hace casi 20 años se registró en Chile el Caso Spiniak, un sonado proceso judicial que puso al descubierto una red de pederastia y prostitución en la que participaron políticos y empresarios. Este caso conmocionó y atrapó la atención de la opinión pública, y se quedó en la memoria de la sociedad chilena.

El cineasta Fernando Guzzoni (Santiago de Chile, 1983) se basó en el escabroso en esos hechos para la realización de Blanquita, su tercer largometraje de ficción que concursa en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia.

Interpretada por Laura López, Blanca es una madre adolescente que vive en un centro de acogida para menores de edad; a quien le llaman Blanquita se convierte en una testigo clave en un escándalo que involucra a niños que son obligados a participar en fiestas sexuales con políticos y hombres adinerados.

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El cineasta chileno conocido por Carne de perro (2012) y Jesús (2016), le rehuye a la idea hacer películas pedagógicas; más bien con su trabajo espera “contribuir con un granito de arena al pensamiento crítico, a la discusión sin la pretensión de querer cambiar nada, pero sí contribuir a pensarnos y volver a mirarnos”, aseguró en el Lido de Venecia.

Si bien Blanquita es una película que encoge el estómago, muestra los entramados del poder y las trampas que el mismo le tiende a la sociedad, así como el valor de la verdad.

El Caso Spiniak sucedió en 2003, ¿cuál fue tu intención de plantear esta historia en el presente?

Tenía que ver con un llamado de atención. Muchos niños y niñas como Blanquita, que viven en hogares de menores, representan históricamente los cuerpos que han sido racializados, excluidos, disciplinados.

Los movimiento sociales a veces y con mucha legitimidad se mueven con causas que no integran a esas personas, es decir, hay un cuerpo social que se queda siempre fuera, y Blanquita tiene que ver con eso, también con el problema estructural de la violencia y de la impunidad que aparentemente no logra resolverse ni siquiera en estos momentos que estamos viviendo una impugnación al poder de gran envergadura.

¿Temes que en los cambios que se están produciendo en Chile nuevamente queden fuera minorías, colectivos u otros grupos vulnerables y poco representados de la sociedad?

En Chile estamos discutiendo por primera vez y sin precedentes en el mundo una constitución paritaria, pero creo que de igual forma todavía hay allí una fisura, un vacío donde existen muchos grupos y comunidades que ni siquiera están cerca de poder entrar en esas discusiones.

Una idea que me acompañó mucho en el proceso de investigación para el desarrollo de la historia de la película fue lo que plantea el autor Giorgio Agambe con Homo sacer, que son esas personas o comunidades que pase lo que pase nunca van a acceder a los derechos humanos.

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Hace unos años un estudio determinó que más de 10 mil niños habían muerto o sufrieron abusos en los centros de menores durante una década; hasta la fecha no ha habido ningún responsable político, y de eso precisamente hablo en Blanquita. Incluso con nuestras revoluciones en curso, esos niños son unos parias. A nadie le importan los niños en estado de vulnerabilidad, representan un cuerpo por el que nadie va a salir a las calles a marchar, aunque suene así de duro.

Los abusos vienen dados por personas que pertenecen a la élite política, ¿cómo se puede romper con esas estructuras donde el poder se nutre de la falta de justicia y de la impunidad?

Existe un sesgo de clase y de género en la manera en que opera la justicia, y hay una violencia estructural desde la construcción de nuestra república, no es una exageración ni un juicio de valor decirlo. Hay que asumir que nuestras instituciones tienen fisura, pero por otro lado pienso que no obliga a la gente a negociar nuestro deseos, y eso significa también articular otras formas de justicia que tal vez tengan que ver con lo cultural, con el dialogo, con establecer maneras de vincularnos.

El hecho de que en Chile estemos discutiendo una constitución nueva tiene que ver con generar un nuevo vínculo entre la gente y sus instituciones, pero también existe una disputa cultural que tiene que ver con otros espacios, con hacer política de manera no convencional. Se trata de un trabajo múltiple y que le exige al ciudadano una participación, la construcción de una nuevo orden y de fuerzas.

Sin embargo en Blanquita planteas que se castiga la verdad, pero no matar y abusar sexualmente de niños. ¿Los malos siempre ganan?

La realidad va mucho más allá que esas construcciones dicotómicas, del pesimismo y del optimismo. Trato de observar y lo que veo es que la élite, sobre todo en países como el nuestro, construye un acuerdo popular para reproducirse. Si soy de la élite no me interesa que alguien intervenga o se me cuele, lo que quiero es conservar mi poder.

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En ese sentido en la película se desnuda cómo la iglesia católica está trenzada con el poder económico y con la derecha, cómo hay un sesgo de clase en las instituciones de poder, cómo los niños que no tienen poder no acceden a la justicia o cómo prevalece la impunidad de una persona que tiene poder. La película habla pues de esos vicios, pero es más descriptiva que valorativa.

¿Cuáles fueron los aspectos más importantes a la hora de construir el personaje de de Blanquita?

Lo primero fue plantearme a una mujer joven que no tenía que ser santificada. La feminista española Clara Serra dice que una de las luchas del feminismo también es instalar la idea de que las mujeres no necesariamente tienen que ser buenas, que precisamente hay una construcción patriarcal que las santifica y las ve como buenas, como si no pudiesen tener deseos o contradicciones, además de siempre ser vistas como la mamá, la puta o la santa.

Me gustaba la idea de construir una heroína con doble moral que estaba en búsqueda de justicia pero a través de un método no tan ortodoxo, y que se convertía en la voz de estos sin voz pero a través de un elemento que podía interpelar éticamente al espectador. Me parecía que en Blanquita había un aspecto subversivo del que no estaba dispuesto a renunciar.

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Por Janina Pérez Arias

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