Regresemos 15 años atrás. En el 2010, la mamá de Fernando Valverde sufrió un derrame cerebral. Debido a este hecho, ella perdió gran parte de sus recuerdos y también la capacidad de generar nuevas memorias; desde entonces, el tiempo no volvió a ser igual para ella ni para Fernando. De ahí en adelante se encadenó una serie de hechos trágicos e injustos tanto con personas cercanas como con la justicia española que lo alejaron de su madre y que lo sumieron a él a un límite que muchos sabemos que hemos tocado, pero que tenemos miedo de reconocer, y es en el que la muerte se nos presenta como una posibilidad ante la inmanencia de la derrota y el dolor.
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“No es tanto lo que me quitaron a mí como el pensar que a una persona enferma la estaban privando de una posibilidad, de algo tan hermoso, de un acontecimiento tan significativo en su vida. Y todos han sido hombres, hombres a su alrededor, hombres... ese mundo legislado por hombres que la han condenado, porque las sentencias judiciales adversas contra mí no fueron realmente contra mí, fueron contra ella. Cuando yo iba a España a estar con ella y pasaba tres meses al año con ella, la hacía muy feliz. Yo estaba completamente entregado a su felicidad. Dentro de su enfermedad, ha perdido la posibilidad de construir una vida propia”, contaba Valverde.
Luis García Montero, uno de sus amigos, le dijo hace un tiempo que la familia es aquella que uno construye, pues los papás y quienes ya estaban en este mundo cuando llegamos, si la vida actúa con “normalidad”, parten primero que nosotros, de manera que nos queda quienes elegimos para seguir construyendo un hogar como el que tuvimos, incluso mejor o distinto, y unos sueños como los que aprendimos a recrear desde pequeños. En el caso de Valverde, Nieves Gordon y Percy Gordon son quienes ahora le devolvieron a su lenguaje la posibilidad de conjugar verbos y tiempos con la palabra “familia”.
“No sé si está muerta; llevo sin verla cuatro años. Le han robado la infancia de su primer nieto. Para mí ha sido muy difícil asumir la situación. Pero el nacimiento de mi hijo fue un antes y un después en mi vida. A mí me da una felicidad enorme ese niño”, decía Valverde sobre su mamá, pero también sobre Percy Gordon, su pequeño hijo.
“Nadie podrá robarme mi matria. El Estado formaría parte de la patria, pero la matria es una preciosa palabra con la que Arráiz Lucca tituló un libro formidable. La matria es mi infancia y creo que es el territorio de la poesía, todo nace de ahí. Eso no podrá robármelo nadie. Tampoco que yo vea a mi madre en la cara de mi hijo y pienso que le estoy devolviendo cosas. Mi madre me enseñó el mar. No puedo recordar el momento exacto, pero sí que algunos de mis primeros recuerdos tienen que ver con el mar y mi madre. Cada vez que voy al mar con Percy y lo veo feliz, siento que estoy pagando una deuda con ella. Ella seguro habría amado enseñarle el mar a su nieto”, reconocía Valverde.
No solo es el infinito amor, también el dolor de no poder regresarle a una madre lo que ella pudo hacer por nosotros en la infancia. Nada marca más un destino que una ausencia, y quizá la ausencia de momentos compartidos, y de memorias construidas que ya no fueron por una imposición de la vida con ella y de la justicia española con él, se ven ahora traducidos en libros, en La insistencia del daño (2014), en Desgracia (2022) y en su más reciente poemario: Los hombres que mataron a mi madre: “Me sentía en la obligación de devolverle todo lo que me dio en mi infancia. Era como si hubieran cambiado los papeles y ella se hubiera convertido en mi hija. Le fueron quitando la alegría que yo le llevaba, y ahora la alegría que le habría llevado su nieto. Y el tribunal que la privó de aquello eran cuatro hombres decidiendo el futuro de una mujer. La justicia española es una herencia del franquismo, como todo el sistema judicial y muchísimas instituciones del Estado”.
Valverde es de Granada, España, de la misma ciudad de uno de sus referentes en la poesía y quien le recuerda también parte de su destino: “Granada, mi ciudad, es muy conservadora. En la última entrevista de García Lorca al diario El Sol, de Madrid, justo antes de viajar a Granada, dijo que allí se agitaba la peor burguesía de España. Eso pudo costarle la vida. Y todavía creo que en Granada se agita una de las peores burguesías de España. A mí me lo han hecho pagar muy duro. No siento ninguna deuda con ese país”.
“Para mí, España es un lugar que rompió su contrato social conmigo, a la manera de Rousseau. No es posible. Yo siempre pagué mis impuestos, fui un buen ciudadano, jamás cometí un delito. Organicé, creo, el mayor festival de poesía de Europa en Granada. Trabajé duro. Me prometieron que, si estudiaba, habría un futuro. Esa fue la primera ruptura del contrato, pero bueno, fue una ruptura generacional. Toda mi generación se encontró con que cada título universitario no valía nada. Luego vino una ruptura conmigo como ciudadano. Cuando acudí a los tribunales pidiendo ayuda en una situación desesperada, muy grave, me dieron la espalda porque no vivía allí, porque no tenía influencia. Y la corrupción me destrozó, impactó directamente en mi vida. Desde ese momento, dejé de sentir nada por España y obtuve una nueva ciudadanía. Así que veo a España como un Estado fallido, disfrazado de democracia, pero con la vieja jerarquía del franquismo funcionando perfectamente”, afirmó Valverde.
Poeta y también profesor de la Universidad de Virginia, en Charlottesville, donde vive ya hace varios años. En Estados Unidos y en México encontró la otra vida que tuvo que buscar. Desde allí ha publicado su trilogía, pero también los nuevos relatos que quiere agregar, como, por ejemplo, un libro dedicado a su hijo: “Todavía no me he sentado a escribir el libro de poemas sobre ello porque no sé cómo abordarlo. No logro encontrar las palabras, el tono. Es como si la mitad de mi existencia, de mi ser, ya no me perteneciera. Y esto es grave. Y algo que me salvó la vida. En un momento en que incluso quise matarme, ya no. Ya no existe esa posibilidad porque ya no soy dueño absoluto de mi existencia. Antes era un hipocondriaco. De repente te ves algo y piensas que es grave, te preocupas, buscas información por todas partes, acabas en el médico. Pero ya no. Ahora mi hipocondría es por Percy. Mi miedo a la muerte desapareció o se transformó. Ahora mi único miedo es morir antes de que Percy pueda recordarme. Es un miedo que tengo cada día. No quiero morir sin que él pueda tener recuerdos conmigo”.
Todo se detiene cuando aparece Percy, que tiene casi tres años, que corre como todos los niños a esa edad como quien tiene afán por seguir descubriendo un mundo que parece nuevo. Más que la poesía, quizá son esos instantes en que se reencuentran o que arman un plan con Nieves en los que Fernando Valverde parece aumentar el límite de su imaginación, pues le pinta a su pequeño las aventuras, los dulces y las emociones que él necesita para volver a reír: “Quiero que tenga una infancia feliz. Quiero darle la mejor infancia posible. Creo que no ha habido un solo estímulo negativo en sus dos años y nueve meses. Lo veo feliz y su felicidad se me contagia”.
Su trilogía empieza con La insistencia del daño en 2014. ¿Por qué arranca con ese y por qué termina con este libro?
No era consciente de estar escribiendo una trilogía. Nunca lo planeé así. La insistencia del daño está centrada en la enfermedad de mi madre. Hace unos 15 años tuvo un derrame cerebral y perdió gran parte de sus recuerdos. No podía generar nueva memoria. Esa primera parte fue sobre su enfermedad. Luego, durante la pandemia, cuando empezaron los problemas con mi familia, escribí Desgracia. Finalmente, el tercer libro cerró el ciclo porque sentí que me había superado a mí y podía cansar a los lectores.
Ahora quiero escribir sobre mi hijo. Siento que su alma me eligió a mí cuando yo estaba al borde de hacerme daño. Me salvó. Y eso ha generado en mí una deuda impagable con él.
Hablando de la muerte, este verso del libro me llamó la atención: “Porque la muerte podía ser hermosa, podía haber llamado con ternura”. ¿Puede la muerte ser hermosa?
Puede. Aunque sea triste, la tristeza también puede ser hermosa. Imaginaba a mi madre anciana, con sus nietos, en una casa junto al mar, y que la muerte la alcanzara allí, en su felicidad. Pero no pudo ser. La ahogaron en el odio.
Mencionó el odio en Mujer devorada por perros, este verso me impactó: “Sé lo que es el odio, es esa boca abierta con sus dientes adentro de tu carne”. ¿Qué ha aprendido de él?
Que hay que aprender a controlarlo. Puede destruirte. Pero también puede arrastrarte a la bondad.
Hablando de palabras, en Mujer aprende el significado de las palabras, menciona: “Escucha bien, no olvides la palabra culpable, la palabra condena...”. ¿Por qué esa reflexión sobre el lenguaje?
Todo empieza por las palabras. Colonizan nuestra existencia. La ideología las infecta. El franquismo se apropió de “familia”, “madre”, “virgen”. Algunos creen que la solución es inventar palabras nuevas, yo no. Hay que luchar por el significado de las palabras. No quiero que me las roben.
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