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Madrid se deja tomar por el teatro hispanoamericano

Desde su nuevo rol Marcela Diez, directora del Festival de Otoño de la comunidad de Madrid, quiere que el público madrileño descubra el poder del encuentro: entre jóvenes y adultos, entre España e Hispanoamérica, entre pantallas y escenarios.

Laura Camila Arévalo Domínguez

13 de noviembre de 2025 - 07:00 a. m.
Marcela Diez es mexicana e inauguró el 43º Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, que se celebrará del 6 al 30 de noviembre de 2025.
Foto: Ana Yñáñez.
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Entiendo que asume por primera vez la dirección de este festival. Se habla de diálogo artístico entre generaciones, territorios y sensibilidades. En este momento en que lo recibe, ¿cómo lo definiría para los colombianos que no lo conocen, teniendo en cuenta esos conceptos?

El Festival de Otoño —esta es la edición número 43— está muy asentado en la comunidad de Madrid y la gente lo reconoce como un espacio donde van a descubrir cosas que no ven todo el tiempo. Esa es la esencia de un festival. Creo que lo que hace diferente esta edición es, primero, que nuestra mirada se posa en un lugar poco habitual para el festival, porque estamos llevando propuestas de Hispanoamérica, y segundo, que nos interesan especialmente los jóvenes.

Podríamos decir que, por su programación, el festival es casi un testimonio de que, entre diferencias —estéticas o conceptuales—, se puede crear, convivir...

Creo que vivimos en un mundo lleno de diferencias y no solo hay que aceptarlas, sino abrazarlas. Solo conociendo diferentes expresiones y formas podemos aceptar que el mundo es diverso. Incluso dentro de nuestros países hay diferencias regionales, y dentro de las regiones, entre una parte y otra. Solo conociendo mejor estas particularidades existe la capacidad de convivir mejor.

Usted tiene un recorrido muy amplio y reconocido como gestora cultural: fue directora general de festivales de la Secretaría de Cultura de México, consultora artística de danza y teatro en Italia, y conductora del programa del Festival Cervantino. En ese sentido, ¿cómo es programar un festival en Madrid con tanta presencia latinoamericana? ¿Cómo transmitir que lo que busca es crear puentes y no imponer una visión extranjera?

No creo que haya una imposición. Pienso que el festival, por definición, es un lugar donde se presentan cosas que no vemos. En Madrid hay una gran apertura hacia Hispanoamérica, y que el festival se dé ahora con esta visión destapa un montón de opciones que esperamos sigan un camino más largo que el del festival. Nosotros, desde Hispanoamérica, hemos llevado mucha producción española; está bien que el puente sea ahora de ida y vuelta.

En una entrevista dijo que, aunque no le parecía mal que los jóvenes tuvieran una relación temprana con las pantallas, quería que vieran que existen otras formas de concebir la sensibilidad, la estética, la vida. ¿Qué tan retador le parece ese contraste entre la atención que implica el teatro y la que demandan las pantallas?

Pienso que lo importante es que quienes usan muchas pantallas —los jóvenes, pero también los mayores— puedan volver a despegarse de esos momentos de atención tan cortos. Cuando se comunican con las personas que están alrededor, no necesariamente hablando, sino compartiendo una misma experiencia, comprenden lo valioso de estar con otros. Eso es lo que permite el teatro: compartir sensaciones y sentimientos con quienes viven el mismo instante. Por eso es importante llevar a los usuarios de pantallas a los foros.

En España se habla de jóvenes de 40 años. ¿Cómo influye eso en la curaduría de las obras y en la definición del público del festival?

Sí, me parece muy interesante y tiene que ver con las tasas de natalidad y la esperanza de vida. Los jóvenes de nuestro lado del océano son más tiernos en su capacidad de asombro, más abiertos. Aquí, los jóvenes de 35 o 40 años quizás están más receptivos a otras propuestas. Por eso hay que usarlos también como público objetivo. No es lo mismo programar para un adolescente que para alguien de 30; el vocabulario, el vestuario, todo cambia. Hay que abrir el abanico y estudiar más las propuestas para que funcionen para ese rango amplio.

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Quisiera preguntarle por la obra colombiana que participa en el festival. “Labio de liebre” es muy importante para nosotros, no solo por su mirada al conflicto colombiano, sino por la actitud que propone frente a nuestra realidad. ¿Por qué la eligió para esta programación?

Elegí Labio de liebre porque considero que es una obra icónica de Teatro Petra. También están Historia de amor, de Teatro Cinema, y otras obras que marcaron momentos claves en sus compañías. Labio de liebre abrió una nueva forma de hacer teatro y de expresar desde la escena, y ha marcado no solo a Colombia, sino a toda América Latina.

Más allá de su trabajo como gestora, ¿cómo se relaciona personalmente con las artes? ¿Cuál fue ese momento bisagra en el que descubrió que este era su camino?

Siempre he dicho que tengo fascinación por el creador, por el artista. Para mí, todo creador es un ser tocado por un dedo especial, y yo no he sido tocada por eso. Sin embargo, sí puedo verlo, reconocerlo; no siempre, pero sí. Es importante que quienes crean, quienes se comunican a través de su medio creativo, tengan la oportunidad de ser vistos y escuchados. Cuando me di cuenta de que podía hacer algo para que esos creadores se dieran a conocer, entendí que eso era lo que yo debía hacer.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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