El Magazín Cultural

Fieras (Por capítulos)

Fragmento de la novela ‘Fieras’ de Óscar Adán, que se presenta hoy a las 6:00 pm en Las Cigarras Librería en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. El autor conversará con Miguel Ángel Manrique, escritor colombiano.

Óscar Adán
30 de abril de 2022 - 07:00 p. m.
Óscar Adán es el escritor de la novela 'Fieras' publicada por la Editorial Lugar Común.
Óscar Adán es el escritor de la novela 'Fieras' publicada por la Editorial Lugar Común.
Foto: Cortesía Editorial Lugar Com

Ocho

Cuando el sol se oculta tras las montañas, haces de luz anaranjada recorren las calles del barrio como una advertencia. La noche tiene diferentes nombres y sus formas varían según el sector y cuadra. La gente del barrio sabe que su noche es impenetrable, una sábana pesada que convierte a los vecinos en extraños y a los amigos en rufianes. Los perros lo saben y ladran, se mueven en manada, defienden los huesos secos que el carnicero les ha lanzado. Los restos son suficientes y los más débiles aúllan a lo lejos como si maldijeran su fortuna. Los animales de mayor talla hacen crujir los despojos y chupan la médula; en medio del festín no dejan de mirar a sus adversarios y lanzar gruñidos, advirtiendo que no se acerquen, que ya no hay nada para ellos. Un chandoso gris, el más pequeño, con medio cuerpo cubierto por sarna y picaduras, avanza sigiloso mientras los demás gruñen; en un descuido se aproxima por detrás y roba un pedazo, los demás se encolerizan y corren tras él. El perro huye sin saborear su botín. A los demás no les importa, están decididos a darle caza, aceleran el paso y muerden las patas traseras del pobre, otro el rabo, otro el muslo, otro alcanza el hocico, el más furioso, el cuello. Los aullidos del perro no se comparan a la angustia de Gladys. La mujer ha recorrido las calles en busca de dinero, mintiendo, negando lo inevitable. Recuerda, con miedo, que cuando esculcó cajones y armarios en casa de su patrona, encontró también una Glock 26. De inmediato pensó en su exmarido y tuvo que sentarse, porque la sola vista del fierro fue igual que escuchar disparos. La oscuridad la sujeta y se fija en el perro gris. Las carnes del animal cuelgan. Gladys camina ya sin ganas. No sabe qué hacer. Es el final del primer día. Tiene menos dinero que en la mañana. Observa los estertores del animal y desea convertirse en aquel moribundo para escapar de todo este enredo. ¿Por qué 27 robé esa cadena de mierda? De pronto merezco lo que se me vino encima. Mala madre, mala hija, mala esposa, mala moza, mala empleada, mala ladrona, mala mentirosa. Estoy cada vez más pobre y gorda. ¿Qué me engordará tanto? No quiero irme para la pieza. Tengo que preparar al menos un caldo. Don Régulo quiere que pague ya. ¿Johnatan saldrá igual al papá? Jairo no me engaña, un solapado, como yo. Si me matan, ¿qué harán con mis hijos? Pero muerta qué me va a importar. Me lo merezco, por bestia, por atacada. A ver si por fin dejan de cobrarme cuando me vean en el hueco. Creo que ya viví lo que tenía que vivir. Cumplí con la sociedad. Que nadie diga que no. Me esforcé. Y vea: mis zapatos rojos ya están llenos de barro. Limpiarlos cuando llegue. El caldo. Me duelen los dedos, las articulaciones. No tengo para ir al médico. Me duelen las muelas, las encías. Hoy caminé para nada. Morirse es lo mejor. Cuando vengan por mí que me maten sin que lo sienta. Aunque la señora Judith no es tan mala. Le puedo pedir que les diga a Camacho y Caicedo que nada de puntapiés ni puños. Un pepazo, uno solo, en el pecho o en la cabeza. Que no sea delante de los niños. Pero de pronto eso les sirva de escarmiento. Con mucho gusto me monto al carro, me llevan al potrero y ahí me lo pegan. El caldo. De papa. En la casa hay una cebolla, un poquito de sal. Ya ni tengo hambre. Que coman los pelados. Está oscuro. Por aquí roban. Estos postes nunca sirvieron. Yo pensando güevonadas, la muerte, un pepazo, pendeja, mañana miro, mañana pienso, imposible que no me salve de esta. No soy un perro gris. Mi madre decía que yo era la única de mis hermanas que servía para algo. Le lloro a la señora Judith, le ruego a sus matones; si toca, me dejo manosear de Clímaco, de Régulo, de Alirio, del gota a gota, de todos menos del famoso pastor. Dicen que es un alma de Dios. El caldo. De papa me gusta, a ellos no les gusta. De malas. En esta vida no se escoge, se quita, se roba, se aprovecha.

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Por Óscar Adán

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