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Filme colombiano aborda rituales en torno a la muerte como víctimas del conflicto

Nominada a mejor ópera prima en la Berlinale, “Yo vi tres luces negras” es una película de Santiago Lozano sobre las desapariciones forzadas y los rituales de las comunidades del Pacífico colombiano.

22 de febrero de 2024 - 11:38 a. m.
"Yo vi tres luces negras", la película de Santiago Lozano Álvarez, se presenta en la sección Panorama de la próxima edición del Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale).
"Yo vi tres luces negras", la película de Santiago Lozano Álvarez, se presenta en la sección Panorama de la próxima edición del Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale).
Foto: cortesía

El realizador colombiano Santiago Lozano está en la Berlinale con “Yo vi tres luces negras”, una película que aborda la amenaza que supone el conflicto armado para los rituales en torno a la muerte, que constituyen a su vez un medio de resistencia y libertad.

Para el cineasta hay una metáfora muy fuerte en la manera en la que la violencia y la guerra en Colombia también han afectado directamente a las tradiciones culturales de las comunidades, en este caso específicamente del Pacífico colombiano, que se han convertido en “otra víctima”, explica.

Ante esa amenaza, el director aprendió que las propias tradiciones “servían como un medio de resistencia y de libertad ante la violencia” y la guerra que, como le dijo una vez una sabedora de estos rituales, constituyen “una nueva forma de esclavitud”.

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“Yo vi tres luces negras” cuenta la historia del septuagenario José de los Santos, que vive en un pueblo del Pacífico colombiano y que ya de niño aprendió el arte del entierro ritual. Al igual que sus antepasados, traídos a Colombia como esclavos africanos, acompaña a los moribundos y a los muertos en su camino hacia el descanso eterno.

Un día, el fantasma de su hijo Pium Pium, brutalmente asesinado años atrás, se le aparece y le anuncia su propia muerte inminente, al tiempo que le advierte de que no debe morir cerca de su casa y de que debe asegurarse de hacerlo en paz. José emprende entonces su último viaje y se adentra en la selva para encontrar un lugar donde morir, pero la zona está controlada por grupos armados.

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Estamos ante “un personaje con un destino marcado”, destino que se ve amenazado precisamente por el conflicto armado en el territorio”, señala Lozano. En este sentido, al cineasta le interesaba abordar la paradoja que constituye la historia de un hombre “que sabe que va a morir, que está de acuerdo con morir, que debe encontrar el lugar donde debe morir”, pero donde “el obstáculo es la guerra misma”.

El protagonista sabe que si muere de una manera violenta, según sus tradiciones, su alma quedaría deambulando, se sumaría a las ánimas del purgatorio, añade. Para Lozano se trata de un elemento muy rico que permite “explorar diferentes capas también de la manera en la que la violencia ha afectado el territorio en muchos niveles”.

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Ni los muertos pueden descansar en paz

Como dice el protagonista en algún momento, “‘ni los muertos pueden descansar en paz’, o sea, la violencia toca tantas esferas que también afecta a los muertos mismos” añade. El filme aborda también, a partir del fantasma de Pium Pium y la aparición de unos restos humanos de entre la tierra removida por una excavadora, la cuestión de las desapariciones, “un asunto muy complejo”, afirma Lozano, al constituir precisamente una extensión de la guerra y de la violencia, “al no permitir que los muertos sean rezados al menos”. Para el protagonista, no haber podido rezar a su hijo, no haberle podido hacer el ritual, le genera una extensión del duelo, precisa.

El interés de Santiago Lozano por las tradiciones culturales en torno a la muerte tiene su origen hace ya unos veinte años, cuando para su primer documental tuvo la oportunidad de acercarse al tema de la música en el Pacífico y de su relación a través de los alabaos con los rituales mortuorios. Su primer largometraje, “Siembra” (2015), codirigido con Ángela Osorio, Lozano, explora la cuestión del ritual alrededor de la muerte, pero en el escenario del desplazamiento forzado en Colombia.

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En este caso, el protagonista, puede cerrar el ciclo de su vida en el campo, de donde fue desplazado de forma violenta debido al conflicto armado, sanar la herida que todavía tiene abierta por haber dejado su tierra y encontrar un camino para poder echar raíces en la ciudad a través del ritual mortuorio a su hijo asesinado.

Según el cineasta, las propias comunidades y el territorio han entendido que la tradición se tiene que conservar a través del ejercicio y de la transmisión de ese conocimiento de una generación a otra. Estos rituales siguen cumpliendo las mismas funciones desde que se originaron y tienen una estrecha relación con todo el conflicto con el que carga la diáspora africana desde los tiempos de la esclavitud, cuando el homenajeado encontraba la libertad a través de la muerte y la muerte era la forma de volver a África, al origen. “Yo vi tres luces negras”, que se proyecta dentro de la sección Panorama, está nominada a mejor ópera prima, aunque no sea el primer largometraje de Lozano, pero sí su primero dirigido en solitario.

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