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                                                                                                                              Flashback, cine en Cartagena: Eric Cantona y "Los rebeldes del fútbol"

                                                                                                                              Eric Cantona, exfutbolista del Manchester United y de la Selección de Francia, presentó en el Festival de Cine de Cartagena de 2013 un documental que contaba la vida y los hechos de cinco futbolistas que se atrevieron a enfrentar al establecimiento y salieron victoriosos: Carlos Caszely, Sócrates, Didier Drogba, el argelino Rachid Mekloufi y el bosnio Predrag Pasic. Acá, la cruda y desgarradora historia del chileno Carlos Caszely, figura de Colo Colo y su selección en los años 70 y 80.

                                                                                                                              FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                              Detalle del afiche promocional de la película "Los rebeldes del fútbol", de Eric Cantoná, presentada en el Festival de cine de Cartagena seis años atrás. / Cortesía

                                                                                                                              Y de pronto, luego de una pelota de fútbol, de aquellas viejas pelotas de fútbol en blanco y negro, aparecían tomas de aviones que bombardeaban, de bombas que caían, de fuego que incendiaba, de hombres que morían. Imágenes de tragedia y muerte. Salvador Allende decía por la radio que moriría, si era necesario, por defender la causa de aquellos que habían votado por él. Y murió, claro. Tenía que morir. Y de nuevo las bombas y los aviones, el dolor, el reguero de sangre que luego cantarían algunos como Pablo Milanés: “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentado, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”. Algunos, como Silvio Rodríguez: “Eso no está muerto, no me lo mataron, ni con la distancia ni con el vil soldado”.

                                                                                                                              Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                              Y de pronto, luego de una pelota de fútbol, de aquellas viejas pelotas de fútbol en blanco y negro, aparecían tomas de aviones que bombardeaban, de bombas que caían, de fuego que incendiaba, de hombres que morían. Imágenes de tragedia y muerte. Salvador Allende decía por la radio que moriría, si era necesario, por defender la causa de aquellos que habían votado por él. Y murió, claro. Tenía que morir. Y de nuevo las bombas y los aviones, el dolor, el reguero de sangre que luego cantarían algunos como Pablo Milanés: “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentado, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”. Algunos, como Silvio Rodríguez: “Eso no está muerto, no me lo mataron, ni con la distancia ni con el vil soldado”.

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                                                                                                                              Puede leer: Felipe Aljure: “El cine es mi forma de explorar la especie humana”

                                                                                                                              Ahí, en el Estadio Nacional de Santiago habían matado a Víctor Jara, Te recuerdo, Amanda, y ahí habían desaparecido a cientos, a miles que mostraban las imágenes, miles angustiados, temerosos, rebeldes también. Ahí, al Estadio Nacional, barrio de Ñuñoa, Santiago de Chile, el 12 de septiembre de 1973 habían comenzado a llevar a todos los “sospechosos” de allendismo que hubiera en la ciudad. Allende había fallecido un día antes, durante la toma del Palacio de la Moneda, junto a varios otros de sus seguidores. Se suicidó, dijeron. Lo asesinaron, replicaron. Murió, informó, lacónico, el Gobierno, y cubrió con un manto de silencio lo ocurrido.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Debía enfrentar a la Unión Soviética, que obtuvo su derecho luego de derrotar a Francia. El partido de ida debía jugarse en Moscú el 26 de septiembre. El de vuelta, en Santiago, el 21 de noviembre. Los chilenos intensificaban su preparación para la serie cuando Pinochet se tomó el poder. “Ese día yo fui a entrenar. Todo era humo, sangre, ruido. A mí me detuvieron como 10 veces los militares, pero veían el bolso de la selección de Chile y me dejaban pasar”, le recordó luego a Pablo Aro el defensa Eduardo Herrera. Todo era humo y sangre y muerte. Todo era miedo. Así viajaron los chilenos para enfrentar a los soviéticos en Moscú, donde los periódicos escribían y gritaban que Chile masacraba, que Chile desaparecía gente, que Chile torturaba.

                                                                                                                              El marcador quedó en ceros. Augusto Pinochet y los suyos y miles de ingenuos ignorantes celebraron. Pero el humo y la muerte seguían, y el Estadio Nacional era un hervidero de miedos. Gregorio Mena Barrales, gobernador de Puente Alto, una localidad cercana a Santiago, recordaba que “todos los días dejaban libres a veinte, cincuenta personas... Los llamaban por los altavoces. Los encuestaban”. Los obligaban a firmar un documento declarando “no haber recibido malos tratos en el Estadio” (aunque algunos aún lucieran muestras de las torturas y los golpes). Todos firmaban, era el precio que había que pagar. Muchos volvieron a caer. La mayoría de ellos se incorporaba a la lucha clandestina. “Todos esperábamos oír nuestro nombre alguna vez en las ‘Listas de Libertad’, era lógico y legítimo. No éramos culpables de otra cosa que la de ser defensores de la legitimidad constitucional. Sin embargo, cerca de mil quinientos nunca fuimos llamados. Con el correr de los días las graderías se fueron despoblando: muchos libres, otros asesinados en las noches y un par de suicidas...”.

                                                                                                                              Todo valía. El fin justificaba los medios, y los medios eran aberrantes. El gobierno de los militares ponía las condiciones. La Fifa las avalaba. El pueblo callaba. La prensa era condescendiente. Encubría. Limpiaba la sangre. Asistía a la fiesta de los criminales. Pocos días antes del juego determinante, los soviéticos decidieron no ir a Santiago. “Yo estuve presente en el 0-0 jugado en Moscú —explicaría Oleg Blokhin, la figura excluyente de los soviéticos—. Pero hablamos con el plantel y decidimos no jugar la revancha. No quisimos hacerlo porque estaba Pinochet en el gobierno. Para nosotros era peligroso viajar a Chile y le llevamos nuestra preocupación a la federación de fútbol. Al final se decidió abandonar la eliminatoria”.

                                                                                                                              Puede leer: Alejandro González Iñárritu: un símil de la libertad

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                                                                                                                              La federación emitió un comunicado difundido por la United Press International: “Por consideraciones morales los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos (…) La Unión Soviética hace una resuelta protesta y declara que en las actuales condiciones, cuando la Fifa, obrando contra los dictados del sentido común, permite que los reaccionarios chilenos le lleven de la mano, tiene que negarse a participar en el partido de eliminación en suelo chileno y responsabiliza por el hecho a la administración de la Fifa”.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              El día del partido, 21 de noviembre de 1973, los diarios anunciaron la clasificación a grandes titulares. Los jugadores se sentían atrapados. Ya no podían renunciar a nada, pero la gente se les acercaba y les pedía por la liberación de un primo, de un hijo, del amigo. Y en el vestuario, en la tarde del juego, percibían un lejano olor a muerte y a sangre y a humo. “Fue escalofriante —recordó 30 años más tarde Leonardo Veliz—. Creo que aún había rastros de lo que había acontecido en los vestuarios y fue algo muy difícil de asumir. La jornada se inició con el himno nacional y el seleccionado chileno formado ante la bandera. Luego, sobre las cinco de la tarde, “eran las cinco de la tarde”, como escribiera García Lorca, el árbitro, Francisco Hormazábal, dio la orden para que se iniciara la parodia.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Los chilenos sacaron del medio del campo. Hicieron varios toques, se aproximaron, hasta que Francisco Valdez anotó, sonriendo para que los fotógrafos registraran la escena. Sonriendo para que decenas de miles olvidaran. Sonriendo para firmar una mediocre y sangrienta obra de fútbol. A las pocas horas el presidente les envió un comunicado de felicitación y los invitó al Palacio. “Todo era pompa, ceremonia, solemnidad”, diría Caszely. “De repente, se abrió una gran puerta y apareció Augusto Pinochet, de gafas oscuras y su uniforme, impecable”. Caszely echó sus brazos hacia atrás y entrelazó sus manos, pensando en las víctimas, recordando a quienes le suplicaban que intercediera por éste o aquél.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              “Cuando me llegó el turno de saludar, yo apreté mis manos. Pinochet no tuvo más remedio que seguir de largo”, recordó. Meses más tarde, el dictador se vengaría. Hubo entonces un corte en la película, y una transición llevó la imagen hacia Éric Cantona, quien explicó que por aquellos años Carlos Caszely era el gran ídolo de los chilenos. Todo se le permitía. Todo se le aplaudía. Luego la trama pasó hacia 1990, el año del plebiscito que decidiría el futuro de Chile. Hubo campañas sórdidas para que el pueblo votara por el sí a Pinochet y al continuismo, y campañas abnegadas por el no. En una de ellas, emitida por televisión, se veía a una señora que relataba cómo a finales del 73 y comienzos del 74 los militares la habían detenido por orden directa de Augusto Pinochet. “Fueron tantas las vejaciones y las torturas que tuve que sufrir, que yo no he querido ni contarlas por respeto a mis hijos y a mi esposo”.

                                                                                                                              En seguida, la cámara del comercial enfocaba a Carlos Caszely, quien caminaba y se dirigía hacia la señora. Entonces la abrazaba y decía: “Yo voto por el no por múltiples razones, por el futuro y la democracia, y también, porque esta señora que está acá es mi madre”.

                                                                                                                              Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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