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Fósiles: desenterrando los secretos de la historia de la Tierra

Los fósiles son objetos maravillosos que guardan secretos y cuentan historias de un pasado remoto. Misteriosas rocas con formas orgánicas, en las cuales lo inerte y lo vivo se confunden, son mágicas porque permiten viajar en el tiempo y ver o imaginar un mundo que ya no existe.

Mauricio Nieto Olarte

15 de julio de 2025 - 07:00 a. m.
Amonita gigante dibujada por Anna Lister, en Historiae sive synopsis methodicae Conchyliorum (1685-1692) de Martín Lister.
Foto: museumsvictoria.com
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Por siglos, y con razón, los fósiles despertaron la curiosidad de muchos que han querido entender sus bellas y misteriosas formas, su origen y significado. Estas enigmáticas piedras motivaron preguntas y reflexiones que cambiaron la historia de la ciencia y le dieron un nuevo sentido a nuestra comprensión de la vida en la Tierra. Veamos algo de su historia.

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La fascinación del Renacimiento, por lo exótico en tiempos de grandes viajes de exploración, hizo que los fósiles se sumaran a la lista de objetos apetecidos por coleccionistas de piezas antiguas y extrañas provenientes de lugares y tiempos remotos. Al lado de animales disecados, conchas, pieles, esqueletos, objetos etnográficos, piedras preciosas, monedas y obras de arte, estas extrañas rocas con formas orgánicas fueron parte de los gabinetes de curiosidades de la temprana modernidad europea. Al igual que los animales y las plantas, los fósiles llamaron la atención de naturalistas y artistas que se ocuparon de su reproducción en detallados grabados y pinturas. Además de ser valiosas posesiones, los fósiles motivaron difíciles preguntas y pronto fueron parte central de los debates científicos y religiosos de la Europa moderna.

Conrad Gesner (1516-1565), el gran naturalista del siglo XVI, escribió un tratado titulado “De Rerum Fossilium” (“Sobre objetos fósiles”) que se refería a objetos “desenterrados”, rocas curiosas o piedras preciosas que llaman la atención por su forma y apariencia. Las extrañas formas de estos objetos ocultos bajo tierra generaron toda clase de interrogantes y especulaciones sobre su origen y significado, así como sus posibles poderes mágicos o medicinales. El sentido de la palabra fósil ha cambiado, nuestra convicción de que son vestigios petrificados de seres vivos fue una idea difícil de aceptar que no tuvo amplia aceptación hasta el siglo XVIII.

Martin Lister, un médico y naturalista inglés del siglo XVII, insatisfecho con la calidad de las ilustraciones científicas de los tratados de historia natural, decidió entrenar a sus hijas, Susanna y Anna, en el arte de la ilustración científica. Las hermanas desarrollaron un notable talento y elaboraron centenares de preciosas imágenes que hicieron famoso a su padre como autor de un gran tratado sobre conchas y moluscos colectados alrededor del mundo. Las hermanas Lister son un ejemplo más de la importancia del arte en la historia de las ciencias naturales, y en este caso también de la activa participación femenina en el mundo del conocimiento, generalmente dominado por hombres. Las ricas colecciones de Martin Lister ganaron vida en las manos de sus hijas, cuyos dibujos, una vez impresos, llegaron a un creciente público ávido de catálogos visuales del mundo natural. El grabado que seleccionamos en esta oportunidad representa el bello diseño de una amonita que llamaba la atención por su gran tamaño, más de 60 centímetros de ancho, que no correspondía a ningún molusco vivo del que se tuviera conocimiento. Lister llegó a tener una de las más importantes colecciones de conchas, moluscos y fósiles de Europa, y si bien pudo cotejar las similitudes entre los especímenes vivos y estas “conchas de piedra”, se negó a reconocer un origen orgánico para las mismas. Sus razones eran entendibles: no se contaba con una explicación plausible de procesos de petrificación de seres vivos y, aún más difícil de explicar, estaba el hecho de que algunas de estas “creaturas”, como es el caso de la amonita gigante, no correspondiera a ningún ser vivo conocido. En el siglo XVII el origen de los fósiles es objeto de un debate, en el que participaron grandes figuras de las ciencias naturales. Algunos como Robert Hooke defenderían su origen orgánico, argumentando además que se trataba de vestigios petrificados de “creaturas” antediluvianas, cuando los seres vivos que habitaban la tierra, se solía pensar, eran de gran tamaño.

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El gran defensor de la idea de un origen orgánico de estas rocas fue el médico y naturalista danés Nicolás Steno (1638-1686), a quien los historiadores de la ciencia le atribuyen el crédito de ser precursor de dos campos del conocimiento inseparables, como lo son la geología y la paleontología modernas. Steno estudiaba las capas terrestres y los tipos de rocas que las componen para entender la historia de la Tierra. En 1666 tuvo la oportunidad de examinar las mandíbulas de un enorme tiburón encontrado por pescadores en playas italianas. Steno observó con sorpresa que los fragmentos de roca triangulares que se conocían como “lenguas de piedra” eran idénticos a los dientes de este enorme tiburón y defendió la hipótesis de que estas curiosas rocas conocidas desde la antigüedad eran realmente dientes de tiburón fosilizados. Esta tesis que hoy les puede parecer obvia a los paleontólogos modernos, suponía la difícil pregunta sobre cómo era posible que seres vivos o partes de ellos se transformen en piedras. Pero aún más extraño y perturbador era el hecho de que algunos de estos organismos petrificados hubieran dejado de existir, lo cual implicaba cierta imperfección, intentos fallidos en el diseño de la naturaleza, que no corresponden con la tradicional idea de un creador omnipotente. Además, aceptar que son vestigios de un remoto pasado cuestionaba la tradicional cronología cristina de la creación que suponía una tierra relativamente joven. En 1650, James Usher (1581-1656), arzobispo de Armagh, calculó que la Tierra debía haber sido creada en el año 4004 a. C. Desde entonces, y en parte a causa de los fósiles, la edad de la Tierra se incrementaría gradualmente hasta la actual idea de que nuestro planeta tiene miles de millones de años.

Georges Cuvier (1769-1832), con acceso a las ricas colecciones del Museo de Historia Natural de París, difundió numerosas evidencias de que los fósiles eran vestigios de especies extintas. Su sofisticado entrenamiento en anatomía comparada le permitió argumentar que los fósiles de ciertos elefantes correspondían a especies distintas de las que habitaban la Tierra o demostrar que restos fósiles como los de Megaterio americano, una enorme “creatura” de estructura similar a la del oso perezoso o del armadillo, correspondía a un enorme animal extinto hace siglos.

Estas “creaturas” petrificadas, congeladas en el tiempo, hicieron evidente que la vida en la Tierra tenía una historia oculta y misteriosa, y fueron la razón por la cual la historia natural, la descripción y la clasificación de las distintas formas de vida se transformó en una verdadera historia de la naturaleza. El estudio de los fósiles no solo transformó las nociones tradicionales sobre la historia de la Tierra, sino que fue determinante en el desarrollo de la teoría de la evolución darwiniana, sin la que nada tendría sentido en la biología moderna.

Por Mauricio Nieto Olarte

Mauricio Nieto Olarte es filósofo de la Universidad de los Andes y doctor en Historia de las Ciencias de la Universidad de Londres.
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