
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Me gustaría un poema -dice Teresa- y, durante un segundo que dura una eternidad, la casa queda en silencio. Robert Enke mira incrédulo a su esposa, sin estar seguro de si hablaba en serio. ¿Le está pidiendo que le regale un poema para su cumpleaños? -Bueno, sería bonito -añade Teresa- sin darle demasiada importancia, y ya no vuelve a pensar en ello. Ronald Reng.
(Le puede interesar: De la madera al instrumento, los lutieres de Ibagué)
De esta manera comienza la obra titulada Una vida demasiado corta, escrita por Ronald Reng como un homenaje a su amigo Robert Enke, quien después de una severa depresión por la muerte de su hija Lara, de dos años de edad, se suicida. El texto cuenta la historia de una promesa mundial en el arco de la Selección de Alemania. Teresa, su esposa, quería un poema escrito por Enke y él, inmerso en una situación difícilmente comprendida por el resto del mundo, toma la decisión de tirársele a un tren, a la manera de Ana Karenina, ese clásico de la literatura escrito por León Tolstoi.
Otro que se suicida, como Horacio Quiroga, es decir, con una toma de cianuro de mercurio, es el jugador brasileño Maneca, apodo que le pusieron al delantero Manuel Marinho Alves. Fue jugador de la Selección de fútbol de Brasil en seis ocasiones y marcó dos goles. Además, hizo parte la selección subcampeona de la Copa del Mundo de 1950. (Maracanazo).
Tomó esta decisión en la casa de su novia, quien lo llevó al Hospital Miguel Cuoto, pero no pudieron hacer nada por su vida. Tenía 35 años. Una curiosidad: su novia se llamaba Pena. Asuntos propios de las discasualidades humanas.
(Le recomendamos: Margarita Rosa de Francisco, premio a Mejor Actriz en la Mostra de Venecia)
Uno más en esta lista es Tommy McLaren, jugador escocés, quien fue una verdadera leyenda en un equipo llamado Port Vale, de Inglaterra, porque “se hizo amigo de todos”. La salida de este equipo le arruinó la salud mental y se suicidó dentro de su propio carro, un mes después de concluido el Mundial de Argentina 78.
Otro caso similar sucedió con el jugador húngaro Sándor Kocsis Péter, integrante de la Selección de Hungría, a la que le dieron el epíteto de Los magiares mágicos. Una vida gloriosa, repleta de goles, de triunfos que termina con un salto del séptimo piso de un hospital en el que era tratado de un cáncer. Militó en el Barcelona, hizo parte de un equipo de exilados de Hungría y fue compañero de equipo de jugadores como Kubala y Puskás.
Ante estas situaciones nos quedan más preguntas, más silencios y más pretextos para auscultar en la mente del jugador de fútbol que decide saltar al vacío antes que enfrentar una muerte lenta, dolorosa y penosa. No hay que juzgar, sino, por el contrario, leer sus rostros de alegría por los triunfos y los de la tristeza por su soledad en el mundo. Parece ser que jugar fútbol es sinónimo de subidas rápidas y de caídas lentas y estrepitosas. Caer es el destino de los seres humanos que viven en el mundo futbolístico. Teresa quería un poema… Nada más. Les sugiero, sobre este tema, leer el libro Réquiem por un suicida, de René Avilés Fabila. Gracias Mauricio por esta excelente recomendación.