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Para continuar con este tema de futbolistas que deciden terminar sus vidas de manera “prematura y voluntariamente”, es preciso citar a Dave Clement, jugador inglés que, como otros de los jugadores ya citados, ganó, triunfó, se llenó de la gloria de los campeones pero, de nuevo, hacen presencia las crisis, las preguntas existenciales, las que marcan el derrotero personal, y las caídas. Dave decide tomar un herbicida y se hace daño con un cuchillo, que lo condujeron a una muerte inmediata. Además, sospechaba que padecía de cáncer. Uno de sus hijos jugó fútbol profesional y el otro, Paul, fue un gran entrenador, quien trabajó con Carlo Ancelotti en Chelsea, París Saint-Germain, Real Madrid y Bayern Múnich.
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Otro futbolista desaparecido de esta misma forma fue John Lyons, galés que se especializó en hacer goles de tiro libre. Este hombre se suicidó en su casa de Layer de la Haye, el 11 de noviembre de 1982, pocas horas más tarde de jugar un partido de fútbol con el Colchester United, en Layer Road, cuatro meses después de terminado el Mundial de España 82. Como Robert Enke, este jugador se le tiró a un tren en movimiento para dejar de padecer una depresión severa que lo acompañó por varios años. En esta misma línea, aparece el jugador rumano, de etnia tártara, Surian Borali, defensa de equipos como Farul Constanta y Galati Steel. Este defensa fue encontrado por su compañero Gelu Popescu, en el estudio que el equipo le había asignado. ¿Las causas del ahorcamiento? Se enamoró de una mujer rumana, pero sus padres no le permitieron casarse con ella. He aquí un tema escabroso que bien puede leerse en un cuento de Hoffmann, Poe, Quiroga, Maupassant o Lovecraft. Tal vez estos escritores recrean sus historias con elementos de la vida real porque están dadas todas las piezas para un cuento de terror: envenenados, ahorcados, se le tiran al tren o desde un piso alto de un hospital.
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Amores truncados, prohibidos o imposibles y la presencia de unos héroes que logran gloria y fama en un deporte apasionante como el fútbol. Estos cuentos macabros nacen o tienen origen en el mundo real y concreto, pero se recrean en la literatura para minimizar el dolor de una muerte trágica como la de estos jugadores que caminan por el mundo con nudos, desasosiegos e incertidumbres que creen resolver con una salida digna, a la manera del Harakiri japonés. No estoy en sus guayos, ni en sus camisetas para saber qué estaba pasando por sus cabezas, pero de algo estoy seguro: vieron aquello que no he visto en mis años de existencia. Eso que vieron les permitió pensar en una salida y por ahí metieron su corazón porque se trata de un gran dilema ético que supieron resolver a través del sacrificio de sus propias vidas. Bueno, no se suicidaron, resolvieron salirse de la fila y buscar otra cancha para seguir jugando al fútbol porque “cancha es cancha”, decían en mi cuadra.