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G Jaramillo Rojas: “la muerte es una fuente inagotable de aprendizaje”

El escritor bogotano, que hace unos meses publicó “Sur”, un libro que recoge varias de sus crónicas en el Cono Sur, habló para El Espectador sobre la experiencia de caminar como un refugio para explorarse; de la escritura como un gesto de megalomanía y de la sensación de ser extranjero y reconocerse como ajeno.

Andrés Osorio Guillott

22 de junio de 2020 - 05:57 p. m.
G Jaramillo Rojas, autor del libro "Sur", considera que caminar es una oportunidad de viaje y de refugio para explorar en el interior de cada quien.
Foto: Óscar Pérez
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Ser extranjero. Volver al verso que dice “se hace camino al andar”. Caminar junto al escritor las calles que narra, los personajes que encuentra, las memorias que revive y los padecimientos que fluyen en cada paso.

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En las vastas ciudades se olvidan las historias más cotidianas. En ese amplio paisaje se olvidan a las prostitutas, a los ladrones, a los amores pasajeros, a los derrotados que caminan con las manos en los bolsillos y con los cordones corroídos. En ese ideal de metrópoli nos olvidamos de los otros que somos todos. En esa pasión que es el fútbol, que “es la cosa más importante de las menos importantes”, como lo dijo Valdano. En esos terrenos movedizos que nos dicen qué somos y por qué somos, en esos mismos terrenos en los que nunca sabremos responder qué seremos, si seremos algo más que una vida que se reafirmó con la muerte. Es en esos pantanos y en esas calles oscuras que tienen grafitis en sus paredes y que son habitadas por marginados y soñadores se mueve G Jaramillo Rojas, que sabe que al caminar fluyen las ideas, que revive esa vieja tradición peripatética y que hace de cada paso una visión refractaria de una realidad que se moldea desde anhelos que mutan en angustias y en expectativas que se derriten en en el más acérrimo nihilismo.

¿Es la literatura, en su escritura y lectura, una forma muy íntima de, por decirlo de alguna manera, desdoblarnos? ¿Qué tanto se pone a prueba la subjetividad cuando construimos un personaje o cuando asumimos ser uno que estamos leyendo?

Escribir, definitivamente, es una forma de estar en el mundo, una manera de sobrellevar la aplastante realidad, incluso de resistirla, llevando a la potencia mil aquella vieja fantasía de habitar otras vidas, cuerpos o mentes. La literatura es desdoblamiento por definición: formación de dos o más cosas a partir de una. La unidad la reside quien escribe y, una vez se ponen a circular esas tres o cincuenta o setecientas o treinta mil palabras que aparentemente conforman un texto o una historia, la proliferación de sentidos y subjetividades además de inevitables, son sumamente poderosas. Cada persona lee con su experiencia vital a cuestas, con sus propios fantasmas acechando y, de esta manera, interpreta y descuartiza cada personaje, diálogo o circunstancia de una manera diferente. En la literatura no existen las verdades absolutas: cada novela, cuento, poema, crónica es una excusa de infinitud. Por eso cada vez que releemos algo encontramos más y más cosas que antes aparentemente no estaban. Si esto no es desdoblamiento ¿qué es? Para mí la lectura es solo una forma de combatir el aburrimiento y la desidia: la aridez de una tarde, la mediocridad de una noche. Los libros me significan el paso del tiempo. Un paso decoroso, digamos.

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¿Por qué esa cercanía con los personajes marginados? Me hace pensar que retratar este tipo de personas es hablar más de frente con la realidad, pero el debate entonces es el siguiente: ¿cuál es la relación de la literatura, en tanto que puede ser un relato ficcional, con la realidad? ¿Hay una especie de compromiso de la literatura con lo que vemos nosotros en las calles?

Los marginados son paisajes en sí mismos. Insondables paisajes. Esto me lo enseñó Víctor Gaviria con Rodrigo D. Cuando la vi por primera vez yo llevaba una cresta y botas con punta de acero y me creía un marginal que estaba en contra de todo, menos en contra de mí mismo, pero, una vez terminó la proyección también terminó mi estupidez: me di cuenta de que la virtud más grande que poseen todos esos seres retratados ahí, los marginados, es que siempre están yendo en contra de sus propios sueños e intereses y esa carrera, que es una fatalidad tremenda, es la que los determina como individuos profundamente dignos. Hallo en la marginalidad el pundonor que no existe en la zona de confort. Creo que, por encima del dolor y la mierda, lo que más abunda en la marginalidad, es la poesía y, por supuesto, la filosofía. Un personaje marginal siempre está situado, así sea inconscientemente, en las antípodas de la superficialidad. A mí no me gusta la literatura que no puedo creerme. Que no puedo pasar como real, probable, existente. Mi imaginación es limitada: detesto las historias de superhéroes, invasiones extraterrestres, fines del mundo, fantasías científicas e intergalácticas, monstruos, resurrecciones. Esas cosas no pasan. Me gusta el polvo de la vida cotidiana, la infecundidad de las existencias, las miradas heridas, las violencias latentes, y esto me ha llevado a compaginar con el periodismo, especialmente con la crónica, género más o menos marginal que tiene una labor maravillosa dentro de la literatura: comprobar a cada rato que no hay cosa más ficticia e imposible que la realidad en sí misma. No creo en los compromisos. Los compromisos lo destruyen todo. Son peligrosos sesgos, sobre todo ideológicos. De lo que se trata es de escribir y hacerlo como a uno le cante y al que no le guste que se la tome. La aprobación es lo que menos me importa.

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¿Qué le ofrecieron las sociedades del Cono Sur para entender más al ser humano? ¿Qué vio usted de la organización de una sociedad al pasar por esta zona de la región?

Más allá de la estrecha relación con países específicos lo que me ofreció mi estancia en el sur fue la posibilidad de abandonarme, de sentirme ajeno y vago y deambular por espacios físicos y mentales desconocidos. “De como me fui a la mierda” es la narración de un abandono: alguien que se va de su lugar natal a otro lugar sin más intención que respirar otro aire. Nada de cambiar de vida, ni de buscar futuros, ni perseguir sueños. Abandonar algo es una simple circunstancia que hay que caminar y caminar, hasta que un día miras atrás y ya no vez nada y ahí es cuando algo se quiebra: entiendes que el ser humano es memoria y que la memoria es pasajera. Por eso la muerte es aquella fuente inagotable de aprendizaje: te curte porque te recuerda la fragilidad, la finitud. En el ánimo de la gente del sur prolifera una melancolía muy particular. Una suerte de adversidad emocional. Al ser sociedades mayoritariamente descendientes de inmigrantes, siempre hay una añoranza por lo perdido, por lo que ya no puede volver a ser, por lo imposible. Tal vez por esto es que son tan atorrantes y orgullosos, no les queda otra que defender lo que les ha tocado porque ya una vez fueron despojados de algo. Eso me impactó un montón. También descubrí que, en Colombia, desde chico, te dicen que lo lógico es que tú seas quien quieres ser, mientras que allá, en el sur, te dicen que lo absurdo es que tú eres tú y ya. Allá son fatales, bucólicos. Acá somos obligantes, ligeros.

En uno de los textos se plantea esa incertidumbre del ser humano con el futuro. Y resulta curioso hablar siempre de nuestra relación con el tiempo. ¿Si el futuro está en nuestras manos por qué le tenemos miedo? ¿Es entonces el miedo a nosotros y nuestra responsabilidad y no el miedo a lo desconocido? ¿Cómo es que tenemos mejor relación con el pasado, aparentemente, que con aquello que podemos guiar según nuestro comportamiento?

El futuro no existe y ese es el terror capital. El cuento se llama “Tiempo nublado” (por el gran libro de Octavio de Paz) y trata justamente sobre el miedo a la constante indeterminación que es el futuro y la insondable tristeza por el pasado. Me interesaba ahí elevar una banderita alrededor del paradigma del presente, el ahora, acaso el único tiempo en el que somos reales, más que nada porque podemos actuar, decidir. Me quedo con el verso de la banda de punk vasca Eskorbuto: el pasado ha pasado y por él nada hay que hacer, el presente es un fracaso y el futuro no se ve. La vida es una serie sucesiva de fracasos y uno siempre fracasa en el instante, en el momento. Nadie fracasa en el pasado y mucho menos en el futuro. Nos enseñaron a vivir el pasado, a dejar pasar el presente y a soñar con el futuro. Tres disparates que no permiten vivir tranquilamente: somos el maldito santiamén que habitamos.

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Porque me gusta el fútbol tanto como a usted es que sé que le puedo preguntar qué le ha dejado este deporte para escribir. Muchos creen que de un estadio no pueden surgir historias, o que de los rituales de las hinchadas no hay nada más allá...

El fútbol me ha dejado la pasión. Es algo que debería darme igual pero que extrañamente no me da igual y cuando pasa esto, con la cosa que sea, es que hay fervor, pasión. En nada me modifica un gol, excepto en que cuando lo grito me siento vociferando millones de novelas y cuentos y poemas. En nada cambia mi vida cuando pierde Millonarios, excepto en que puedo descargar miles de cosas en detrimento de mi propia idiotez y, posteriormente, sentirme mejor. Pier Paolo Pasolini nos enseñó que el fútbol tiene un lenguaje de poetas y otro de prosistas, es decir, que hay un fútbol narrativo y otro lírico. El fútbol es literatura, por una sencilla razón, y acá me robo una frase de Javier Marías: el fútbol es la recuperación semanal de la infancia. Es la capacidad de sorprendernos con lo trivial. De asombrarnos con lo sencillo. El fútbol es, también, el gran teatro de la actualidad, el último heredero de la dramaturgia griega, que fue hecha para los grandes espacios y las grandes multitudes. Osvaldo Soriano vendió tantos libros en los 70s y 80s (dentro y fuera de la Argentina) como Jorge Luis Borges. La crítica y la obtusa caterva academicista argentina se negaron a favorecerlo o por lo menos a comentarlo seriamente, por la sencilla razón de que era un escritor de provincia, no europeizado y brutalmente honesto, popular y futbolero. Sus héroes son personas comunes y corrientes, arrastrados por pasiones y sensibilidades tan mundanas como polvorientas. Si Borges hubiera visto el fútbol con otros ojos jamás se habría quedado ciego y, capaz, hasta se habría ganado el Nobel.

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Otra vestimenta para sus cuerpos tiene un ejercicio interesante en la escritura. Y es que hacer ficción es otorgarnos cierta licencia para ser dioses y fundar otra humanidad, otro mundo. ¿Es entonces en ese ejercicio donde develamos aquello que no atrevemos a demostrar en lo cotidiano? ¿Cómo pasamos a entender el poder cuando nos sentimos en la capacidad de crearlo todo bajo nuestra ética, nuestros gustos y nuestros sueños?

Escribir, sin duda, es jugar a ser Dios. Es un juego de absoluta megalomanía. Y el poder, como es común, suele esconder más que lo que destapa. “Otra vestimenta para sus cuerpos” es una puesta en escena de un mismo personaje, pero con diferentes ropas y así es que se van desmenuzando sus incontables metamorfosis que a su vez nunca logran definirse plenamente. Este cuento es sobre la duda y la imaginación. Tiene mucho de mí, y mucho de lo que no soy y me gustaría ser, pero también es algo que no tiene nada que ver conmigo en la medida en la que fui yo quien determinó el delirio narrativo, como un grito, casi inaudible, en medio de la terrible imposibilidad de no poder ser esos otros que proyecté.

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La portada y las historias mismas ya sugieren que usted tiene una relación importante con el ejercicio de caminar. ¿Cómo se describe cuando sale a caminar? ¿Qué cambia cuando recorre las mismas calles y cuando está descubriendo otras ciudades?

A mí me gusta deambular. Salir sin dirección, dar vueltas sin sentido, detenerme en cualquier lugar a observar el devenir de cualquier cosa. Camino para no estar muerto. Creo que la novedad consiste en abrir los ojos, ahí es donde está lo sorprendente, la vida. Es algo básico: cuando camino estoy en movimiento y, en esta medida, es imposible que mi mente no entre en ese dinamismo. Ir al super, al banco, a la librería, incluso ir al baño o a la cocina, cuando abres los ojos, cuando miras con atención y sientes la respiración de lo que te rodea, son viajes en sí mismos. Bah, por ahí exagero, pero es lo que me pasa. No asumo el fenómeno de caminar como simples salidas, sino como regresos, refugios, como excusas para explorar más por dentro que por fuera…

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