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Gabo, Vives, Dangond y los cachacos

Mientras el creador de Macondo veía llover felicitaciones en todas las lenguas por su gesto democrático, su compadre de gusto vallenato, Armando Zabaleta, lo levantó a trompá verseada.

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Farouk Caballero, especial para El Espectador
18 de mayo de 2024 - 06:02 p. m.
A Carlos Vives y a Silvestre Dangond los lapidaron con palabras escritas a pulgar encendido desde ese regionalismo exacerbado tan nuestro, por interpretar “Aracataca espera”, de Armando Zabaleta.
A Carlos Vives y a Silvestre Dangond los lapidaron con palabras escritas a pulgar encendido desde ese regionalismo exacerbado tan nuestro, por interpretar “Aracataca espera”, de Armando Zabaleta.
Foto: Cortesía
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Los costeños dividen el mundo en dos partes cuyo límite está demarcado en un neumático prehistórico en el que, con letras de colores, se lee: LLANTERÍA. Cuando en ese mismo neumático el viajero lee MONTALLANTAS, eso ya es territorio cachaco. Para los hijos del gran Caribe, los cachacos somos los no nacidos bajo su calor de cuarenta grados a la sombra. Da igual si naciste en Belén, París, Medellín, Londres, Bucaramanga, Barcelona o Nueva York, eres cachaco. Te marchita el sol que no le hace mella al cardón guajiro.

Esta división volvió a notarse gracias a las redes sociales. En una parranda vallenata los cantantes Carlos Vives y Silvestre Dangond, acompañados del acordeón magistral de Álvaro López, entonaron temas sabrosos del folclore colombiano. Todo iba bien hasta que Vives cantó “Aracataca espera”, que es una crítica en verso a Gabriel García Márquez. De inmediato, la ignorancia de las redes inundó las tendencias con la ya característica velocidad demencial.

A Vives y a Dangond los lapidaron con palabras escritas a pulgar encendido desde ese regionalismo exacerbado tan nuestro. García Márquez también llevó palo de las malas lenguas cachacas que revelaron, en pleno 2024, lo desconectado que sigue estando el país. Ante esto, desde el cielo de los vallenatos, Armando Zabaleta y Gabo mamaron gallo con whisky en mano y sus carcajadas retumbaron en el Caribe al ritmo de caja, guacharaca y acordeón.

¿Por qué Armando Zabaleta? Pues él es el poeta vallenato, nacido en El Molino, La Guajira, que escribió lo que cantó Carlos Vives. Lo hizo después de que Cien años de soledad obtuviera en Venezuela el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1972. Gabo donó, en la misma patria de Bolívar, el dinero a la consolidación del partido político Movimiento al Socialismo (MAS); fueron unos 25.000 dólares de la época.

Mientras el creador de Macondo veía llover felicitaciones en todas las lenguas por su gesto democrático, su compadre de gusto vallenato Armando Zabaleta lo levantó a trompá verseada. Compuso: “Al escritor García Márquez, le han regalado dos premios, y no ha’sio’ capaz de acorda’se de Aracataca, su pueblo. En vez de darle un colegio, que necesita su tierra, lo que hizo fue darle un premio, que se ganó en Venezuela”.

La esencia vallenata en esas rimas es tan rica como incontrovertible. Zabaleta no le da crédito a Gabo, menosprecia su trabajo incansable y su sueldo de hambre. De entrada, afirma que no se ganó los premios, sino que se los regalaron. Al nombrado Rómulo Gallegos hay que sumarle al menos tres galardones más que el trabajo novelístico de García Márquez había obtenido hasta el 72: Esso de novela por La mala hora en 1962, Chianciano Aprecian en 1969 y el Premio Internacional Neustadt en 1972, los dos por Cien años de soledad.

A la misma estrofa hay que subrayarle una costumbre con denominación de origen colombiana: exigirles más a artistas, cantantes, actrices o deportistas, que a los gobernantes. Por eso, Zabaleta pide el colegio y aquí debo recordar el texto breve que Gabo escribió y leyó para intentar cambiar la educación durante el gobierno de Andrés Pastrana; quien es, para aclararles a los lectores más jóvenes, el Iván Duque del cambio de milenio (1998 – 2002). Todavía no sé cuál de los dos fue más nefasto.

Gabo se sumó al gobierno cachaco de Pastrana y al trabajo destacado del vice costeño: Gustavo Bell. Propuso una educación más reflexiva, creadora, vocacional y menos “dogmática, conformista y represiva que parece concebida a posta para tirarse la felicidad”. La causa tuvo un título aburridísimo: “La revolución de los procesos pedagógicos”, pero el vale que prefería el olor de la guayaba sobre el perfume de cuatrocientas barras, se comprometió: “estoy dispuesto a camellar con ellos por el imperio de la educación y la paz, sin sueldo ni domingos, y por los fueros del amor en esta familia desventurada donde ya no nos queremos ni a nosotros mismos”.

El deicidio como paseo

García Márquez hizo de la anécdota y del mamagallismo dos recursos esenciales de sus letras. Académicamente, esto fue estudiado con prosa elegante por Mario Vargas Llosa en su tesis doctoral, en la Universidad Complutense de Madrid, que se conoció como García Márquez: Historia de un deicidio (1971). Vargas Llosa analizó la fuerza oral, la riqueza popular, la iconoclasia, el conocimiento y las estructuras de la literatura garciamarquiana para señalar que, en su obra creativa, el escritor cataquero mataba a los dioses. Esto es no seguir las tradiciones, buscar nuevas formas, tonos y lenguajes e irrespetar todo lo que la que la gente de bien, cachacos en su mayoría, decía que debía respetarse, empezando por no hablar de política y religión. Gabo no comió de nada y escribió, con sabiduría, sabor y lenguaje popular, contra todo.

Este principio es el mismo que usó Armando Zabaleta en la canción que parrandearon Carlos Vives y Silvestre Dangond. Si no fuese por las redes, sería una anécdota privada, pero se hizo viral y eso ayudó para que la gente de aborrajados, carne oreada, bandeja paisa y changua supiesen de “Aracataca espera”.

El paseo fue merecedor del premio a Mejor Canción Inédita del Festival de la Leyenda Vallenata en 1973, grabado en 1974 por los hermanos López y en voz de Jorge Oñate en el elepé: Fuera de concurso. Pasaron 50 años y la mayoría de los que escucharon a Vives, apenas lo conocieron. Y lo conocieron gracias a la crítica ácida que redactó Zabaleta y que es un deicidio con ñapa, pues va contra el “dios” de la literatura colombiana y comete el buen acto, mal señalado, de compararlo. Las comparaciones son odiosas, decían, pero en esta letra son sabrosas y noquean a Gabo: “Mejor lo ha sabido hacer, sin ser un hombre eminente, ha sido Kid Pambelé, con San Basilio e’ Palenque, que apenas se hizo influyente y empezó a ganar dinero, habló con el presidente y le dio luz a su pueblo”.

Con la devoción que Gabo le tenía a Pambelé, no dudo de que brindó con Zabaleta por ese verso que afinó Carlos Vives. Gracias a Vives, una parte de Colombia está conociendo la memoria y el aporte invaluable de Armando Zabaleta. Compositor de música gruesa, misma que dos cachacos, ya costeños por adopción, Pilar Tafur y Daniel Samper Pizano, definieron así en su libro 100 años de vallenato: “Armando Zabaleta, al morir Freddy Molina, le compuso un paseo memorable: No voy a Patillal. Antes había criticado en otro a Gabriel García Márquez (Aracataca espera) que también tuvo mucha audiencia. En Amor comprado formula una insultante declaración de despecho a la mujer que lo rechaza por pobre. El pajarito es un lamento, en doble lenguaje, ante la evidente mengua de cierta potencia física de la que antes disfrutara. Semejante variedad de temas nos muestra que estamos ante un autor de talento original y variado”.

También, sería fantástico que conociéramos el aporte enorme de Fredy Molina, quien, con tan solo 27 años de vida, creó temazos inmarcesibles como “Tiempos de la cometa”, “Los novios” y “Amor sensible”. La obra artística del poeta de Patillal debe resonar más. A la par, sería del carajo que más regiones colombianas conocieran estas tradiciones vallenatas que Carlos Vives aprendió y mantiene vivas. Con Escalona, la serie, logró mostrarle a Colombia la esencia Caribe y lo hizo desde el pueblo más garciamarquiano que existe: Santa Cruz de Mompox. Treinta y tres años después lo sigue haciendo y ratifica la inmortalidad de Gabo, de Armando Zabaleta, de Freddy Molina y de tantos parranderos eternos del folclor vallenato. Lo mismo hizo Silvestre Dangond interpretando al hombre que con los ojos del alma pintó con palabras a “Matilde Lina”, “La gordita” y a su “Diosa Coronada”: Leandro Díaz.

Lamentablemente, seguimos criticando sin saber, señalando sin leer y alimentando regionalismos que nos dividen sin razón. Con todo respeto, no aprendimos una mondá. Se las dejo ahí.

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Por Farouk Caballero, especial para El Espectador

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Constanza(15576)20 de mayo de 2024 - 11:48 p. m.
Y canta contra Gabo porque en la costa Caribe "no hay prestigio que dure 24 horas", según decía el propio Gabo. Y toda parranda deviene en mamadera de gallo, agrego yo
Marce(d5vti)20 de mayo de 2024 - 02:55 p. m.
Bonita e interesante columna.
Marce(d5vti)20 de mayo de 2024 - 02:23 p. m.
Bonita columna.
María(11708)19 de mayo de 2024 - 02:30 a. m.
Excelente crónica
Jorge(14196)19 de mayo de 2024 - 02:17 a. m.
que bonita columna!!, gracias
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