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Gabriel García Márquez: más que un cuerpo y una obra (Diez años de soledad)

Más allá de lo literario y lo periodístico, el legado de Gabriel García Márquez también está presente en lugares, objetos y espacios que llevan su nombre como una forma de sostener su huella en nuestra memoria. Este texto hace parte del especial sobre el escritor colombiano, a propósito de los 10 años de su muerte, que se cumplen este 17 de abril.

Samuel Sosa Velandia
16 de abril de 2024 - 10:07 p. m.
Aracataca, el pueblo originario de García Márquez, es uno de los lugares que mantiene vivo el legado del autor.
Aracataca, el pueblo originario de García Márquez, es uno de los lugares que mantiene vivo el legado del autor.
Foto: Óscar Pérez

“¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!”, gritó la tía Francisca Simodosea en el momento de su nacimiento, pues el cordón umbilical redondeaba su cuello y le impedía respirar. Aunque no murió, cabía la posibilidad, por eso era mejor bautizarlo y ponerlo en manos de Dios lo antes posible. Lo llamaron Gabriel, igual que su papá, pero también le pusieron José, como el patrono del pueblo. Aquel domingo 6 de marzo de 1927, sin voz y voto, el recién nacido fue bautizado como Gabriel José García Márquez.

Para recordar a García Márquez no solo están los libros, los cuentos o los textos periodísticos que escribió: una forma de su presencia también está plasmada en lugares físicos y habitables. Su nombre evoca más que una persona y su obra. Hoy en día, también es una calle por recorrer, una biblioteca por visitar, un escenario cultural para disfrutar y un nombre para no olvidar.

Derek Aldemar, profesor de geografía en la Universidad del Este de Carolina, Estados Unidos, aseguró a la BBC que los espacios pueden llevar el nombre de algún personaje como un recordatorio y que puede ser hasta más efectivo que un museo en términos de memoria histórica, pues se convierten en puntos de referencia y se adhieren a la cotidianidad, lo que resulta útil para que la gente hable y se pregunte por su propia historia.

En Colombia son varios los espacios que llevan el nombre del autor: la Biblioteca Pública Gabriel García Márquez, ubicada en el barrio el Tunal, en Bogotá. La Casa Museo Gabriel García Márquez, en Aracataca, el lugar que lo vio nacer (por primera vez). Más de cinco colegios de Colombia están bautizados como él. En la capital del país se encuentra también el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en donde antes había un colegio que fue incinerado durante el Bogotazo. De esas cenizas resurgió este epicentro del pensamiento, que además demuestra lo que comentó Gerald Martin, biógrafo de García Márquez, y es que este autor simboliza todo un continente, una época y una historia. Él fue de aquí, de allá y de todos los lugares en los que vivió.

El Centro Cultural Gabriel García Márquez, que está en todo el corazón histórico de Bogotá, fue un lugar que nació por iniciativa del Fondo Económico de Cultura, ubicado en México, el que puede ser considerado el segundo país del hijo de Aracataca. “Aquí convergen distintas vertientes y manifestaciones culturales. A lo largo de los años, en este espacio se han realizado importantes eventos con autores mexicanos y colombianos, así como se han llevado a cabo una multitud de exposiciones y conciertos, que indudablemente han contribuido a ahondar las relaciones que existen entre ambos países. Por otra parte, como nuestro premio Nobel vivió gran parte de su vida en México, su nombre, su figura y su legado se convierten en uno de los puntos de unión de este triángulo que nos ha traído grandes satisfacciones”, señaló Gabriela Roca, directora del recinto.

Fue el 30 de enero de 2008 que la Secretaría de Educación Pública de México y la Embajada de México en Colombia, así como el Ministerio de Cultura y la Alcaldía Mayor de Bogotá, junto al arquitecto mexicano Teodoro González de León, inauguraron el lugar que, desde entonces, se trazó el propósito de mantener a García Márquez vivo por medio de sus letras e ideas.

“Llevar el nombre de Gabriel García Márquez no solo es un orgullo, sino que también implica un compromiso con la obra, la figura y la imagen de nuestro premio Nobel, pues nos compromete a seguir su propio ejemplo como escritor como es la seriedad, la disciplina, la entrega total al trabajo, y sobre todo, la calidad.”, aseguró Roca, quien exaltando la universalidad del escritor y su obra, han dedicado una librería con una sección específica sobre él y muchos de sus libros están traducidos a distintos idiomas.

A más de 1.000 kilómetros de este lugar, en Cartagena de Indias, se encuentra la Fundación Gabo, un lugar creado por él mismo y que desde su muerte, no solo lo ha homenajeado llevando su nombre, sino que ha construido un legado periodístico a su estilo: una robusta base cultural, mucha práctica y mucha ética.

El 24 de junio de 1994 se constituyó la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, un lugar que se gestó desde las preocupaciones y las convicciones que el escritor tenía sobre el oficio periodístico. Allí pondría en práctica eso que le aprendió a uno de sus maestros: Ernest Hemingway, quien le mostró la complejidad de organizar las palabras, pero, sobre todo, que el periodismo no acababa con el redactor, pues consideraba que era ahí donde realmente se iniciaba un mundo, el que se debía contar y para hacerlo se debía saber investigar. Por eso construyó talleres que ideó inspirado en las tertulias que tenía con sus colegas en las salas de redacción, los lugares donde, según él, aprendió más de esta labor.

En 2012, el recinto cambió su nombre. Ahora sería Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Desde entonces, su nombre se convertiría en la firma de otros escenarios como el Premio Gabo y el Festival Gabo, que celebran y ponen sobre la mesa los temas que moldean al periodismo en el mundo.

Tras su muerte, esa necesidad de mantener vivo su nombre en la memoria se volvió más necesaria, por eso se creó en 2017 el Centro Gabo como una iniciativa para promover su legado. Dos años después, el nombre de la fundación se simplificó en términos de caracteres, pero se amplificó en su accionar y presencia, ya no llevaba su nombre completo, ahora sería solo Fundación Gabo, así como lo llamaban sus amigos, los mismos con los que fundó este lugar.

“Este sitio tiene alta pertenencia de Gabriel García Márquez, no solo porque es de su autoría, sino porque aquí está su legado: su esposa Mercedes fue la presidente luego de que él muriera. Rodrigo y Gonzalo, sus dos hijos, están en la junta directiva y aquí reposa el patrimonio colectivo que obedece a una visión que quiso aportar más allá de su condición de icono literario”, aseguró Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, cargo en el que ha estado desde que su amigo le contó la idea y lo invitó a hacer parte de ella.

Que la entidad llevará su nombre fue una decisión que llegó con el “desvanecimiento” del autor, como lo señaló Abello, pues para él, García Márquez nunca murió, sino que se desvaneció, pero siguió viviendo entre ellos, con los recuerdos, en las conversaciones y con esta antología de sus pensamientos hechos lugar.

Darío Fernando Patiño, periodista y autor de La verdad bien contada. Ética y estética en el periodismo de García Márquez, señaló que al nobel le preocupaba el olvido y que, de hecho, hay una frase que escribió en una carta que fue el presagio de su muerte, que desentrañó su convicción de que los recuerdos son la manifestación de la vida eterna: “A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”.

“Quizás la manera para mantener vivo a Gabo es nombrarlo, tener en espacios en lugares, incluso, en objetos, porque él fue un hombre viajero y estuvo en todos lados. En Barcelona hay una biblioteca maravillosa, galardonada como las mejores del mundo, que lleva el nombre de García Márquez, y su casa en México ya fue habilitada como un museo y es un lugar en el que los escritores pueden trabajar”, reflexionó Patiño, quien también afirmó que, así como García Márquez ya tenía consciencia de su muerte, también tenía la certeza de que trascendería gracias a su obra. Por eso, además de escritor y periodista, fue maestro, uno que hizo de sus manuscritos un pizarrón.

“Él escribía para los lectores de su presente, pero también con la esperanza de que los del futuro aprendieran. Después del Gabo cronista, en Colombia hubo una serie de muy buenos narradores periodísticos que siguieron sus pautas y los lugares en los que reposan sus obras son la demostración de que quería dejar un legado, como lo es la Fundación Gabo”, concluyó Patiño.

Jaime Abello afirmó que al escritor no se le podría reducir a una sola cosa: fue un humano y esto implica que su existencia no podría ser únicamente recordada como la de un consagrado autor. En su obra El Coronel no tiene quien le escriba, el escritor habló de que todos nacíamos una y otra vez: cada día somos el resultado de algo. “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”.

“No somos la iglesia de Gabo. Nosotros lo que queremos es que la gente se sienta cerca y lo entienda, lo use. Queremos que Colombia y América Latina aprovechen ese legado y se inspiren. Que Gabo sirva de pretexto para crear nuevas cosas y sea un activo del desarrollo cultural. No le hacemos propaganda a Gabo, no es nuestra intención. En realidad, queremos aportar conocimiento, pero de una manera inspiradora y rigurosa, como lo fue él”, reflexionó Abello.

Samuel Sosa Velandia

Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com

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