Galileo Galilei acababa de cumplir 10 años cuando sus padres, Giulia Ammannati y Vicenzo Galilei, se mudaron de Pisa hacia Florencia por razones laborales y dejaron al mayor de sus hijos a cargo de un vecino y amigo religioso, Jacobo Borhini, quien lo llevó al convento florentino de Santa María de Vallombrosa. Allí, entre lecturas y rezos, y por el ejemplo que le ofrecían sus compañeros y superiores, Galilei decidió que iba a dedicar su vida a Dios. Sin embargo, con el tiempo sufrió una infección en uno de sus ojos. Su padre, músico, matemático, algo filósofo y a la vez escéptico, fue a buscarlo y acusó al convento de negligencia. Exageró, pues lo último que hubiera querido era que alguno de sus hijos se dedicara a la vida religiosa.
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Pasados dos años, lo matriculó en la Universidad de Pisa, donde estudió medicina, matemáticas y filosofía. Entre una y otras materias, se fue inclinando por las matemáticas, muy a pesar de que su padre quería que se dedicara a la medicina. Un amigo de la familia, Ostilio Ricci, estudiante de Tartaglia, lo había iniciado ya en el mágico oficio de unir la teoría y la práctica, una costumbre extraña por aquel entonces, y le había prestado distintos libros sobre Euclides, Platón, Pitágoras y Arquímides. Poco a poco se fue distanciando de los postulados clásicos de sus profesores y de las teorías casi sagradas de Aristóteles. Apasionado por y con sus nuevos descubrimientos, se enfrentó a la institución y redactó un panfleto contra su anacronismo.
Día tras día, se debatía con algunos de sus compañeros y profesores, y comenzaba a acumular adversarios. Luego de dos años de estudios en Pisa, volvió a Florencia sin ningún tipo de diploma, pero convencido de sus descubrimientos y de sus borradores de teorías sobre la caída de los cuerpos, el centro de gravedad de algunos objetos y la oscilación del péndulo pesante, entre tantos otras. Poco a poco se iba difundiendo por la Toscana la noticia de que en Florencia había un hombre que estaba absorto con sus investigaciones, y que incluso hablaba de la forma, las dimensiones y el lugar del Inferno de Dante Alligheri. Galilei tocaba todos los temas posibles y escuchaba a aquellos que le quisiera referir sus teorías y sus supuestas locuras.
Escribía. Cada vez que hallaba una nueva puerta abierta, pasaba por ella para descubrir a dónde podría llevarlo. Y tomaba apuntes y hacía dibujos. En 1632 escribió el primero de sus tratados, “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”. Lo hizo en italiano y lo presentó en forma de obra de teatro para que la gente pudiera comprender mejor sus teorías y sus hallazgos. Ya para entonces había trabajado como profesor de matemáticas y de ingeniería militar con un salario de 60 escudos de oro al año en la Universidad de Pisa, y había conseguido leer un documento secreto del gobierno holandés del que le había hablado uno de sus viejos alumnos, Jacques Badovere, desechado por un tiempo debido a la guerra que enfrentaba a Holanda contra los españoles: el telescopio.
Para los militares, aquel objeto era un asunto de guerra. Para Galilei fue la oportunidad de observar y explorar los cielos. “Y cuando apuntó su telescopio hacia el cielo nocturno -como lo escribió Peter Watson en su libro “Ideas”-, experimentó uno de los máximos sobresaltos de la historia, pues de inmediato comprendió que los cielos abarcaban muchas más estrellas que nadie había visto previamente. Hablando en términos generales, hay aproximadamente dos mil estrellas que pueden ser observadas de noche a simple vista. Gracias al telescopio, Galileo vio que había miríadas más”. Su descubrimiento tendría múltiples consecuencias físicas y contradecía, cuestionaba los postulados de la Iglesia Católica.
Transcurridas varias décadas, pagaría con prisión su atrevimiento. Galilei se había ido haciendo de diversos detractores, convertidos en enemigos. “En los mares agitados actuales, ¿quién puede evitar de ser, yo no diría hundido, pero sí al menos duramente agitado por los vientos furiosos de los celos?”, le escribió un amigo. Galilei apenas si leyó su carta. Unos lo querían destruir por teorías religiosas. Otros, por vanidades. Unos más, por viejas rencillas ideológicas. En 1616, la Inquisición y el papa Pablo V lo condenaron a abandonar sus heliocéntricas teorías copernicanas, consideradas como heréticas. Dieciséis años más tarde, la misma Inquisición y un nuevo papa, Urbano VIII, lo sentenciaron a prisión y a abjurar de sus teorías.
El detonante de la nueva causa fue su libro “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”, por el que la Iglesia, comenzando por el papa, Urbano VIII, se sintieron ridiculizados. El sumo pontífice había sido cercano a Galilei, e incluso hubo quienes dijeron que le había solicitado que escribiera su libro. Luego, durante el juicio, sus detractores llevaron un acta en la que constaba que había sido así. No obstante, no fue tenida muy en cuenta, pues no tenía firmas. En la obra de Galilei, tres personajes hablaban y discutían sobre el sistema astronómico de Ptolomeo y el de Copérnico. Uno, llamado Salviati, era un hombre de ciencia. El segundo, Sagredo, un laico instruido y muy inteligente. El tercero, Simplicio, actuaba como un aristotélico no muy agudo.
Los principales instigadores, Christoph Scheiner y Horazio Grassi, miembros del Colegio Jesuita de Roma, propagaron la idea de que Simplicio era el papa. Cuando lo interrogaron, Galilei contestó que se había referido a Simplicio de Cilicia, un filósofo y matemático neoplatónico. La Inquisición no tenía suficientes pruebas para condenar a Galilei. Por ello, y por debajo de la mesa, lo amenazó con torturas y demás si no confesaba. Por fin, el 21 de junio de 1633, en el convento de Santa María sopra Minerva, uno de los miembros de la Inquisición leyó la sentencia, por la que condenó a Galilei a abjurar de sus ideas, una vez más, y a prisión perpetua. El castigo, sin embargo, fue conmutado por Urbano VIII por una moderada prisión domiciliaria.
“Y sin embargo, se mueve”, dijeron que dijo Galilei, en alusión a su convicción de que la Tierra se movía, y lo hacía alrededor del Sol. Según el relato de Watson, “Durante el año que pasó en prisión, preparó ‘Las dos ciencias nuevas’, un diálogo sobre dinámica entre los mismos tres personajes del anterior. En este segundo libro fue donde expuso su teoría de los proyectiles y demostró que prescindiendo de la resistencia del aire, el recorrido que traza un proyectil es una parábola”. Con su nueva obra, Galilei le puso punto final a varias de las teorías físicas de Aristóteles, y fundamentó la mecánica como ciencia. Cuando murió, el 8 de enero de 1642, algunas copias de su libro comenzaron a distribuirse por Francia y Holanda, y se reeditó y tradujo al inglés y al alemán “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”.
Más de 50 años después, se erigió un mausoleo en su honor, en la iglesia de Santa Cruz de Florencia.