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García Márquez en Barranquilla, en recuerdos de Tita Cepeda

La amiga del premio nobel de literatura colombiano y la memoria de sus llegadas y salidas, desde 1951 hasta nuestros días.

Tita Cepeda / Especial para El Espectador

18 de abril de 2024 - 10:00 a. m.
Tita Cepeda estudió Humanidades y Filosofía en la Universidad Metropolitana y en la Universidad del Norte. Esta última institución le hizo un reconocimiento por salvaguardar la cultura.
Foto: Redes sociales
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Es bonito celebrar la publicación de En agosto nos vemos, historia que le oí contar y que no terminaría de escribir en vida, porque la dama había suspendido sus apariciones. (Recomendamos: Lea el especial de El Espectador por los diez años de la muerte de García Márquez).

Conocí a Gabriel García Márquez en 1951, cuando yo vivía en casa de mi abuela, en la carrera 51b con 76. Álvaro lo trajo de visita, para que conociera al autor de una Jirafa que contaba las pesadillas que había tenido por comer una cazuela de mariscos. Hablamos de la jirafa de marras y a partir de esa fecha empezamos a escribirnos y desde entonces no paramos de conversar, en vivo y en directo, por teléfono, por carta y por cable, durante más de cuarenta años.

Un mediodía del año 1951, estábamos en la mesa, en casa de Doña Sarita Samudio, Carrera 48 con 72, cuando sonó la puerta, ¡BOOM! Pasos apresurados y un grito-rugido de animal herido: “Mataron a Cayetano”. Álvaro Cepeda palideció y yo, alarmada, presenciaba la escena sin saber de qué se trataba… algún tiempo después, cuando supe la historia me conmovió profundamente y empecé a reunir datos de la época.

Cayetano Gentile fue un gran amigo de Gabito, de toda la vida y era una especie de héroe de Sucre-. Guapísimo y aventurero y riquísimo y ahijado, de Doña Luisa, la madre de Gabito. Quien se opuso con todas sus fuerzas a la publicación de la tragedia del asesinato de su ahijado, acusado falsamente, de la violación de Margarita Chica, (recién casadita con Bayardo San Román) mientras viviera Doña Juanita Chimento, madre de Cayetano, y, por lo tanto, comadre, de Doña Luisa.

Parentesco sagrado, aquellos tiempos. Razón lógica y legítima para que “Crónica de una muerte anunciada” tardara treinta años en publicarse (Oveja Negra 1981) Veintitrés años más tarde, Álvaro Cepeda los encontró viviendo en Manaure, (Bayardo y Margarita Chica). “Maestro, habló Cepeda a Gabito, con cuidadosa seriedad, tengo algo que decirle: Sus personajes están viviendo juntos en Manaure”.

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Carlos Huertas Gómez toca la guitarra y canta para Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio (izq.). / Archivo particular

La revelación de Álvaro Cepeda Samudio me puso el mundo en orden, ese era el final que faltaba a la historia del asesinato de Cayetano. No era una historia de un asesinato, sino la historia de un amor terrible, que al fin había encontrado su lugar en la tierra.

Decía Gabito: “Volví por Barranquilla en 1960, atraído por la reunión de Cine Clubistas de todo el país que Álvaro había organizado, para fundar La Federación de Cineclubes de Colombia. El primer Cine Club de Barranquilla existía desde 1956, fundado por Cepeda Samudio con el apoyo de Luis Vicens. Llegué con el texto mecanografiado, de un proyecto para fundar una escuela de cine, y lo presenté en esa reunión... (venía de presentarlo a las autoridades de Cultura en Bogotá) pero nadie me paró bolas. El texto quedó en los papeles de la Federación, en casa de Tita”.

“En 1961, regresé a Barranquilla, de paso para New York, a trabajar con Prensa Latina, la Agencia Cubana de prensa y me llevé las dos latas medianas verdes que acababa de rodar Cepeda, del Carnaval de Barranquilla reciente”. Oigamos al escritor: “compré una moviola y me dediqué a ordenar los negativos revelados por la Kodak, Álvaro asesoraba desde lejos”.

Carta va y carta viene, un proceso lento. Mucha correspondencia produjo este sistema, guardé todo, un paquete que llegó a tener el tamaño y el peso de una bolsa grande de arroz pinillar... que se convertiría en la película: “Un carnaval para toda la vida” (1961), filmación y dirección de Álvaro Cepeda. Primera edición de Gabriel García Márquez, 1961, cámara de Enrique Scopell. Edición Final y dirección de Pacho Bottía 1986, textos de Ernesto Gómez, narración de Germán Vargas, edición General y producción de Tita Cepeda.

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Álvaro Cepeda, me señala el sobre blanco con sello Heráldico de la Universidad de Columbia. Es el anuncio del doctorado, Honoris Causa1971 para Gabito. Llega dirigida a Álvaro, a mi casa, porque no encontraban al ganador. Álvaro había sido alumno de Columbia en años anteriores 1949-1951 (Ciencias sociales-magazín-teatro contemporáneo). Las palabras, “personal” y “confidencial”, impresas en el sobre, produjeron grandes carcajadas a nuestros protagonistas, nunca me quisieron explicar el porqué del alboroto.

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“Llegué a visitar a Álvaro a principios de 1972 sin imaginar cuan cerca estaba de la fecha de su muerte y revisando la biblioteca encontré un texto original de Cien años de soledad. Tita está sorprendidísima, yo me doy cuenta que La Casa Grande y Cien Años están empastadas igual, de un rojo encendido”.

Gabito reacciona, lo toma en sus manos y lo soba, lo acaricia y de repente lo desprende del fólder de tapas gruesas y pesadas, palidecí, pensando, lo rompió, pero no, el hombre sabía lo que hacía, empareja con seguridad las páginas y las coloca dentro del fólder, repitiendo una maniobra de hacía muchos años, como si fuera ayer. Me mira satisfecho y recomienda: “Envíalo a Patricia Cepeda que lo ponga en un banco a la temperatura que los gringos acostumbran y que no lo venda sino después de mi muerte”.

Por Tita Cepeda / Especial para El Espectador

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