Gérard Genette: de la densidad del lector basilisco

Nunca hemos sabido ni lo sabremos, como abordar a Gérard Genette, desde que tensiones o intenciones, desde que necesidad teórica o histórica, desde que sentido o sin sentido de las estructuras que ha construido para desarrollar su tarea.

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Óscar Jairo González Hernández
26 de junio de 2018 - 08:10 p. m.
Gérard Genette, el gran teórico del arte de narrar, murió el pasado 11 de mayo.  / Cortesía
Gérard Genette, el gran teórico del arte de narrar, murió el pasado 11 de mayo. / Cortesía
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Y también dada la cantidad de lecturas que concurren en él, dadas las circunstancias históricas que lo median, dado el sentido de totalidad que lo posee. Y dada también la necesidad constante, obsesiva y llena de perturbaciones que lo llenan, que lo hacen, que lo forman. O dada la ironía o el humor con los que trata mucho de sus temas, que proyecta entonces desde el deseo insaciable de transformarse en aquello que es su medio: el arte. O de destruirlo.

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Y por ello, una invención teórica tras otra, es lo que lo contiene. Masa de las teorías que pueda proponer, en las que se propone a sí mismo. Por eso  tenemos de él, una construcción teórica con términos nuevos, en los que Genette, se sentía realizado teóricamente, como: architexto, paratexto, diegésis, extradigético, hipotexto, metalepsis, transtextualidad, hipertextualidad, etc., que forman entonces la masa densa, condensada y concentrada de sus teorías. Dice entonces en las consideraciones con que inicia el texto Ficción y dicción que: “Por razones diversas, los cuatro estudios que siguen versan sobre la cuestión de los regímenes, los criterios y los modos de la literalidad, definida desde Román Jakobson como el aspecto estético de la literatura, que –huelga decirlo- entraña muchos otros. Se trata, pues, de precisar en qué condiciones pueden percibirse en un texto, oral o escrito, como una “obra literaria” o, en sentido más amplio, como un objeto (verbal) con función estética, género cuyas obras constituyen una especie particular, definida, entre otras cosas, por el carácter intencional (y percibido como tal) de la función.”

Y que hacen relación a una obsesión del estructuralismo inicial, la de intervenir, incidir y excavar en el texto totalmente, sin medida y sin condicionamientos, sino cada vez más incisivos en esa manera de hacer la intervención. Cavar más, cada vez más en el texto, someter el texto a la teoría; liberar al texto de sí mismo. Condenarlo a su destino, sin mediación de quién lo hizo. Tarea entonces, indestructible de la disección del texto, en la que Genette, se involucró en su momento.  

Tras ello, tuvo que sostenerse en esa tarea, irreductiblemente, que lo radicalizo en esa medida a observar, considerar los textos como medios para probar o demostrar las tesis que concebía, que estructuraba. Y entonces él, moría en esas intervenciones textuales, o sea, sobre y en los textos mismos. Así no quedaba nada de él, de su mundo vaciado en el misterio de la vida misma. Moría de una manera a él.

De un momento a otro, ese lector que es Genette, decide no construir más teorías, y por lo tanto, le queda es también observarse a sí mismo, inclinarse hacia, la quizá devastadora mirada sobre sí mismo, hacer esas incisiones en él, con la misma obsesión que lo hace en los textos. Que ha de intentar la nueva tensión de su provocación irónica, en él mismo.

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Frenesí y furor (deslizamientos) de esa nueva relación, que deviene del tener conciencia que él mismo es un texto, que él mismo es un tratado, que debe tratarse a sí mismo. Y  de ese trato, resultará entonces unos textos, sus textos, como está evidenciado para su otro lector en: Bardrac, Codicille y Apostilles; en los que Genette, transforma en reflexiones de una intencionalidad irrestricta e invulnerable de sí mismo, de su mundo y de lo que la duda le lleva a inscribir en otra relación, en otras relaciones de realidades, no dominadas por la ciencia racionalizante sino por lo que llamaré: ciencia de las sensaciones, de los momentos en que esas sensaciones llevan hacia una conciencia de sí. Y que desde allí se hacen entonces, otra manera de tratarse a sí mismo. Nuevo texto, que se llamará: Texto Gérard.

Y esos son también, los que interesan al lector, que busca más que teorías, una mezcla insubordinada de esa teoría estructurada con la teoría de las sensaciones momentáneas. Mezcla de lo consciente y lo inconsciente, de lo real e irreal, en ese mundo de la teoría totalizada. Los tres textos mencionados anteriormente, se relacionan en una misma dimensión de la teoría de Genette, en una masa poderosa, con otros tres textos, decididos arbitrariamente, como: Palimpsestos: La literatura en segundo grado, Ficción y dicción y La obra de arte, inmanencia y trascendencia.  

Gennet (que me lleva por momentos al incendiario de Genet) es un lector basilisco, que todo lo mira, que interviene un texto metódicamente desde los intersticios, es un lector de los intersticios, así como otros lo son de los incidentes. Ese lector basilisco insaciable (recuerdo Insaciabilidad de Witkiewicz) en su deseo de lector crítico, que se trastorna a sí mismo en los textos para extraer de ellos, con sus herramientas teóricas, la realidad de esos textos. Y un texto trae otro texto, lleva a otro texto, interminablemente. De tal modo que el texto Gérard, lleva a otro Gérard, que no es el mismo, siéndolo.

Transformado, mirado por Homero o por Ovidio, o insertándose en otro texto que se llama: Texto Queneau, por decirlo en cierto sentido de la destrucción del sentido, que busca causar. De la destrucción de la realidad. De la destrucción del símbolo. O sea, no queda nada ni del lector Gérard ni del texto Gérard, en el que él es sumido, devorado, intervenido sin medida, es su muerte, es de su muerte de la aquí tratamos. Y el texto ante su muerte como tumba, pero en este momento sin lector, porque lo que hacía Genette con los textos, era darles vida de nuevo, proveerlos de nuevo sentido e inscribirlos en una nueva dimensión, la que él llamó: Trascendencia del texto. Excesiva tarea la que hizo por nosotros.  

Por Óscar Jairo González Hernández

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