Nos conocimos un 31 de octubre, después de haber conversado, primero, por teléfono. Ella, Gloria, vestía de rojo intenso y yo de azul profundo. Ella no era hincha de ningún equipo y yo del verde paisa. Nos unieron los libros, nuestros sueños, afectos y pesares. Nos casamos cuatro años después de este primer encuentro. Desde esa época Gloria se convirtió en cómplice de lecturas, viajes y aventuras, y conoció las canchas de varios barrios de la ciudad, la de la UPB en La Playa y Laureles, las de Comfama y Comfenalco. En cuanto torneo jugué, siempre me acompañaba. Sufrió conmigo la dolorosa expulsión de un árbitro, primera y única vez, porque le dije que no fragmentara tanto el partido. Me sacó amarilla. Después me sacó roja porque un defensa me pegó todo el partido y me salí de casillas. Ella me entregó el trofeo de goleador durante 5 años consecutivos en la UPB. Aún tengo los trofeos.
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Santi, el hijo mayor, comenzó a jugar fútbol muy tarde porque le gustaba más el ciclomontañismo; gradualmente me acompañaba a jugar y lo sedujo la recocha y se quedó, aprendió y se convirtió en goleador. Creo que me vio viejo, enfermo y muy solo, o algo así. Cata, la hija menor, hoy en Argentina, ciclomontañista también, pero más cercana al fútbol, jugaba conmigo y, con el paso del tiempo, los tres se hicieron hinchas del verde. ¿Razones? Veían jugar a Rodas y gozaban con las extrañas maneras de cantar sus goles (se enloquecía, gritaba y narraba el gol) y la necesidad de acompañarlo porque lo presintieron cansado y solitario. Los cuatro nos hicimos compinches de ver fútbol por televisión por las conversaciones que se desataban alrededor del partido. Nos encontramos con el amor, la locura, la política y la religión, es decir, el fútbol era el pretexto para juntar cuatro voces y sentir la compañía cercana de los afectos.
Fuimos a la playa, a la selva, a la sierra, y en todas partes hicimos desafíos que a veces ganaba y en otras perdía, pero había tiempo para el abrazo, las discusiones, la cervecita y armar las porterías, llevarse las piedras y Pico y monto para seleccionar el equipo (dos y dos).
Siempre chutábamos piedras, balones, pedazos de coco, guayaba, frutas, limones. Todo era fútbol. Mejor: el fútbol lo era todo. En esta columna número 100 quiero agradecerles a los tres estas alegrías efímeras y eternas porque, a pesar del paso del tiempo y las distancias propias de la vida, seguimos chutando rosas podridas, pedazos de llanta, tarros de pintura, injusticias humanas, escombros y balones desinflados. Cuando Gloria chuta algo yo siempre le canto el gol, es una comunión que ya va para… mejor no hagamos cuentas.
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Jugar fútbol es inmortalizar los recuerdos y recordar es la condición de quien camina para escribir, jugar fútbol y agradecer los gestos de mi familia. Cien columnas para mantener la comunicación con los amigos lectores y mis hermanos. Un abrazo para Lina, Gerardo y Ruda. Gloria me rebautizó y, por eso, te piedro.