Goethe, sus tribulaciones y su obra (I)
Para Johann Wolfgang von Goethe, la vida era hacer, y en el hacer, descubrir y evolucionar y volver a hacer. Vivir era una espiral de acciones, y para que hubiera vida, eran casi que indispensables la valoración y, por supuesto, la voluntad.
Fernando Araújo Vélez
Y entonces escribió Ralph Waldo Emerson sobre Goethe, y dijo que “Este alegre trabajador sin popularidad ni estímulos exteriores, que sacó de su propio seno sus temas y planes, se impuso una tarea de magnitud gigantesca y, sin relajación ni reposo, como no fuese para alternar sus ocupaciones, trabajó durante ochenta años con la perseverancia de su celo juvenil”, y luego concluyó que “El secreto del genio consiste en no sufrir que exista ninguna ficción para nosotros; en verificar todo lo que sabemos; en el alto refinamiento de la vida moderna, en las artes, en las ciencias, en los libros, en los hombres; en exigir la buena fe, la realidad y un propósito; y antes, durante y después, interminablemente, honrar a la verdad practicándola”.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Y entonces escribió Ralph Waldo Emerson sobre Goethe, y dijo que “Este alegre trabajador sin popularidad ni estímulos exteriores, que sacó de su propio seno sus temas y planes, se impuso una tarea de magnitud gigantesca y, sin relajación ni reposo, como no fuese para alternar sus ocupaciones, trabajó durante ochenta años con la perseverancia de su celo juvenil”, y luego concluyó que “El secreto del genio consiste en no sufrir que exista ninguna ficción para nosotros; en verificar todo lo que sabemos; en el alto refinamiento de la vida moderna, en las artes, en las ciencias, en los libros, en los hombres; en exigir la buena fe, la realidad y un propósito; y antes, durante y después, interminablemente, honrar a la verdad practicándola”.
Emerson sabía de lo que hablaba. A fin de cuentas, como dijo de Goethe, él había trabajado durante muchos años en su propia obra, palabra tras palabra, coma tras coma, tachando, borrando, añadiendo, pensando, observando, puliendo. Sabía lo que era escribir, y la importancia de escribir. Conocía el hilo y las costuras y la forma y el fondo de un libro, y por lo mismo, decía que le parecía una “insensatez que se diga que hay cosas que no se pueden describir”. Emerson, y Goethe, como Novalis, y antes, Shakespeare o cervantes, estaban convencidos de que todo lo que podía ser pensado, podía ser escrito. “A sus ojos -aclaraba, refiriéndose a Goethe-, un hombre es la facultad de referir, y el universo, la posibilidad de ser referido”.
Desde antes de empezar a estudiar derecho en la Universidad de Leipzig, Goethe consideraba que la acción era lo más valioso del ser humano. Había que actuar, siempre y sin excusas. Hacer, y en el hacer, descubrir y evolucionar y volver a hacer. La vida era una espiral de acciones, y para que hubiera vida, eran casi que indispensables la valoración y, por supuesto, la voluntad. Cuando escribió en un mes, días más o días menos, Las tribulaciones del joven Werther, Goethe actuaba de Goethe y tomaba de la realidad personajes y elementos, e incluso cartas y frases para su libro. Cuando Werther fue publicado, en 1774, parte de la sociedad europea comenzó a actuar según aquel muchacho enamorado de un amor imposible, que por amor y desamor acabó por suicidarse.
Las crónicas de la época reseñaron el caso de un zapatero que se lanzó por una ventana muy alta y llevaba entre sus manos el libro de Goethe, y el de una mujer sueca que se arrojó a un río con Werther en el bolsillo, frente a la ventana del escritor. Los suicidios se multiplicaron. Algunos escritores, filósofos y periódicos culparon a Goethe de aquella especie de pandemia, hasta el punto de que el libro fue prohibido en Dinamarca, Italia y Alemania. Como lo señaló Ismael Iriarte Ramírez en la revista Nova et Vetera, de la Universidad del Rosario, “Las críticas crecían al mismo ritmo que la preocupación, en especial las provenientes del filósofo y escritor Johann Caspar Lavater, inquieto por las implicaciones morales de la historia, a quien Goethe respondió con la siguiente frase: ‘Admito de buena gana el que, desde vuestro punto de vista, podáis condenarme, y estimo la sinceridad con la que me habéis hecho estos reproches. Rogad por mí’”.
“Pero Goethe -escribía Iriarte Ramírez- era consciente de la dimensión de su obra y del efecto que estaba causando al entrar en contacto con una población moldeable y aunque se defendía con frases como ‘Debe de ser malo, si no todos tienen un momento en su vida en el que sientan que Werther ha escrito solo para ellos’, también reconocía que ‘Lo que tiene de peligroso este libro es que en él la debilidad está descrita como una fuerza’ como confesó en una ocasión al escritor y político francés Benjamin Constant”. Años más tarde, muy lejos de Alemania, en Colombia, el suicidio del poeta José Asunción Silva provocó reacciones similares, con decenas de personas de una u otra condición que decidieron quitarse la vida, luego de que trascendiera que se había disparado en el pecho con un revólver Smith and Wesson y de que lo hubieran enterrado como pecador en el panteón de los suicidas del Cementerio Central.
Pasados varios años del asunto Werther, Goethe, Johann Wolfgang von Goethe, encumbrado a la nobleza por el duque Carlos Augusto, describió en una frase su vida: “He vivido, amado y sufrido. Eso es todo”. Él había sido Werther, y padeció el dolor de los amores en el aire, pero también se sobrepuso con su obra y por su obra. La protagonista de su novela, Lotte, era en realidad Charlotte Buff, una mujer de la que Goethe se enamoró hacia 1772, y quien lo rechazó con suma delicadeza para casarse meses más tarde con su prometido. Las cartas y las copias de los diarios de la época con noticias sobre distintos suicidios por Europa, indujeron a Goethe a reescribir alguno apartes de su obra para una de las tantas ediciones que se hicieron de la novela. Como una especia de advertencia, decía “Sé un hombre y no sigas mi ejemplo”, y luego explicaba las penas del joven Wheter con dos palabras: “enfermedad anímica”.
De cualquier manera, y más allá de los pequeños cambios de Goethe, Werther seguía prohibiéndose cada vez más, y por su prohibición, debido a ella, circulando de mano en mano por debajo de la mirada de los censores, a veces en copias reescritas a mano, a veces en ediciones de clandestinas editoriales. En España, los tribunales del Santo Oficio prohibieron el libro y lo catalogaron de licencioso y proclive al erotismo, y en Leipzig, la casa donde había vivido Goethe en sus tiempos de universitario fue prácticamente estigmatizada. Sin embargo, lo prohibido se convirtió en lo más deseado. Pese a que las autoridades de la moral declaraban y sentenciaban que Werther era un atentado contra la moral y contra las buenas acciones, y una clara invitación al pecado, y lo peor, a morir en pecado, su vida y su muerte seguían circulando, incluso más que en sus tiempos de legalidad, e inauguraban aquello que unos años después los críticos denominaron “El romanticismo alemán”.