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“Lo que siguió después ocurrió para Julio como fuera del tiempo, como una alucinación producida por la jaqueca. El caza del capitán Abadía se acercó a la tribuna presidencial a cuatrocientos kilómetros por hora, pero parecía flotar inmóvil en el mismo lugar del aire fresco; y a pocos metros dio un rollo en el aire y luego otro —rizar el rizo, lo llamaba el capitán Laverde—, y todo en medio de un silencio de muerte. (…) En un instante Julio comprendió que su padre tenía razón: el capitán Abadía había buscado terminar sus dos rollos pasando tan cerca de la bandera ondeante que pudiera coger la tela con la mano, una pirueta imposible dedicada al presidente López como un torero dedica un toro. (…) Y entonces sintió en los ojos la sombra del avión, cosa imposible porque no había sol, y sintió un soplo que olía a algo quemado, y tuvo la presencia de espíritu para ver cómo el caza de Abadía daba un salto en el aire, se doblaba como si fuera de caucho y se precipitaba a tierra, destrozando al caer las tejas de madera de la tribuna diplomática, llevándose por delante la escalera de la tribuna presidencial y reventando en pedazos al chocar contra el prado”. Así describió Juan Gabriel Vásquez en El ruido de las cosas al caer, el accidente aéreo de Santa Ana ocurrido el 24 de julio de 1938.
Este suceso es recordado por Gustavo Arias de Greiff como uno de los momentos que le ayuda a referenciar en su memoria la época en que empezó a pintar aviones. Apenas tenía cinco años cuando sucedió el accidente de Santa Ana: “yo no vi el accidente. Con mi papá habíamos acordado salir antes para evitar el trancón, en ese entonces ya existían los trancones. Cuando mi papá vio que se venía el último acto que era de los aviones de caza, me dijo que saliéramos. Por donde pasamos, medio minuto después cayó el avión. Uno de mis hermanos volteó a mirar y dijo ‘¡huy, miren!’ Yo volteé y lo que recuerdo es la llamarada”.
Arias ha trabajado como director general de talleres de los Ferrocarriles nacionales de Colombia, como director de ingeniería de mantenimiento de Avianca, como director del proyecto de Morrison Knudsen (Wabtec) para reconstrucción de locomotoras en México, ha asesorado a las Cámaras de comercio internacional de Bogotá y París, entre otros oficios que develan los años que pasó entre bodegas, vagones y cabinas.
Para Arias de Greiff, el DC-3 es el avión más importante en la historia de la aviación por su diseño e ingeniería. Arthur E. Raymond, Ed Burton, Bailey Oswald y Donald Douglas fueron los artífices de este modelo aeronáutico que reseña el colombiano tras los 80 años de creación y, también, como una casualidad por los 100 años de la aviación que se cumplen en Colombia en este 2019. La estructura de tipo celular de las alas con tres vigas principales y la forma de flecha de las partes exteriores de las alas son algunas de las características esenciales de este avión que fue equipado con flaps de borde de fuga divididos y que voló por primera vez el 17 de diciembre de 1935.
El DC-3 es un avión que todavía tiene mucha importancia en el país. Este modelo, que todavía vuela y recorre el interior de Colombia, especialmente la zona de la Orinoquia, tiene más de mil ejemplares en todo el territorio nacional.
De la conversación con Gustavo Arias de Greiff no podía dejar de preguntarle por su relación con el poeta León de Greiff, su tío. Al respecto, y mientras observaba los álbumes y los aviones que construye y colecciona como otro modo de reafirmar su pasión por este medio de transporte, el autor me comentó: “León de Greiff fue mi padrino de nacimiento. León era el mayor de cuatro hermanos: era él, Leticia (mi madre), Otto y Olaf. León y Otto eran muy afines a nuestra familia. La familia tanto por el lado de Greiff como por el lado Arias es una familia refugiada de Antioquia que vino a vivir al guetto antioqueño de Bogotá. Sus relaciones eran, excepto por papá, exclusivamente por negocios. De Antioquia salieron perseguidos más que todo por razones religiosas. No hemos pertenecido nunca a ninguna religión y esta región del país siempre ha sido supremamente católica y lo que es malo es que es fanática. Otto, León y Olaf iban todos los domingos a almorzar a la casa. Se hablaba mucho de música, de música clásica. Nunca nos ha gustado la música popular, yo odio ese tipo de música. A veces, y me atrevo a decirlo, creo que hay muchos cantantes de música popular. Con León y con Otto nunca se hablaba de literatura. En los años 50 se hablaba de fútbol y música. León nunca habló de su obra, nunca habló de otros poetas”, afirmaba Gustavo Arias de Greiff.