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Hace 280 años: Así evitó Blas de Lezo que Cartagena fuera inglesa

Este capítulo del libro “El galeón San José y otros tesoros. Relatos de intrigas y conspiraciones”, sello editorial Aguilar, reconstruye la batalla a través de la cual el almirante español impidió otra invasión de la ciudad heroica en la época de la Colonia.

Nelson Fredy Padilla *
07 de septiembre de 2021 - 03:26 p. m.
Blas de Lezo y Olavarrieta nació en Pasajes, Guipúzcoa, el 3 de febrero de 1689 y murió en Cartagena de Indias, Nueva Granada, el 7 de septiembre de 1741. Fue el almirante español que pasó a la historia por la resistencia en la ciudad heroica con la ayuda del virrey Sebastián de Eslava.
Blas de Lezo y Olavarrieta nació en Pasajes, Guipúzcoa, el 3 de febrero de 1689 y murió en Cartagena de Indias, Nueva Granada, el 7 de septiembre de 1741. Fue el almirante español que pasó a la historia por la resistencia en la ciudad heroica con la ayuda del virrey Sebastián de Eslava.
Foto: Archivo

“Guardo en mis archivos constancia del descubrimiento histórico quizás más importante del siglo pasado, ocurrido en la década del 60, cuando fue descubierto en Cartagena, exactamente en la bahía y frente al club Naval y a 20 metros de profundidad un galeón que formaba parte de la flota con la cual Don Blas de Lezo defendió la ciudad del ataque que el almirante Vernon de la Real Armada Inglesa infligió en 1741”. Así encabezaba en 2011 la carta que me envió desde Cali el teniente de Fragata (r) Luis Alfonso Mesa Álvarez, quien efectivamente trabajaba en el Comando de la Fuerza Naval del Atlántico cuando, el 3 de diciembre de 1961, fue llamado a la oficina del Estado Mayor para recibir el reporte de que buzos de la Base Naval ARC Bolívar habían descubierto un naufragio durante una práctica rutinaria de buceo a las 8:30 de la mañana. La misión de Mesa fue verificar que se trataba de un hecho cierto para lo cual contó con el apoyo de la Academia de Historia de Cartagena. (Recomendamos: videocharla de Héctor Abad Faciolince y Nelson Fredy Padilla sobre el galeón San José).

El comandante Teófilo Victoria le ordenó ponerse en contacto con los buzos, sargento primero Francisco Vargas Granada y técnico de origen rumano Dussan Bulic. Con esa guía y la del capitán de navío Orlando Lemaitre Torres logró el rescate de cuatro cañones. El reporte, hecho desde la lancha “ARC Triunfante”, habla de una embarcación despedazada al parecer por efecto de una draga, de pedazos de cubierta de 15 o 20 metros y un costillar de buque entre el que sobresalían 15 cañones. Esperaban que fueran de bronce, indicativo de nave mayor, pero eran de hierro recubiertos por una masa negruzca y restos de pólvora que daban indicios de que fueron disparados durante mucho tiempo antes de terminar dominados por las algas en el lecho marino.

También se extrajeron restos de madera, uno de los cuales fue enviado por la Armada Nacional al almirante Julio F. Guillén y Tato, director de Museo Naval de Madrid, en España, para que conceptuara sobre su antigüedad. El presidente Alberto Lleras Camargo fue informado pero el “secreto de Estado” sólo se pudo mantener tres semanas. El 19 de diciembre se armó el escándalo tras el rescate de un quinto cañón.

La operación fue seguida desde la navidad por la prensa nacional durante seis meses. El 21 de diciembre de 1961 el diario El Tiempo tituló: “Fue descubierto galeón hundido hace 350 años”. Dos días después en el artículo “Invaluables tesoros históricos” informó del hallazgo de “una poderosa nave militar española semisepultada en la arena y cubierta en buena parte por el caracolejo”. El hallazgo fue certificado por los historiadores Gabriel Porras Troconis, Donaldo Bossa Herazo, Roberto Arrázola y Camilo Villegas Ángel como perteneciente a “la flota española hundida por Blas de Lezo”.

¿Quién era Blas de Lezo? Uno de los más exaltados generales de la Armada Española, la llamada Armada Invencible de la época colonial hasta 1588, cuando las demás potencias europeas la derrotaron y opacaron. En marzo de 1737 fue enviado a Cartagena con “majestad católica”, para reivindicar la presencia de la Corona y preparar la defensa de la ciudad amurallada, puerto estratégico de Tierra Firme, zona de carga de tesoros de galeones, que los ingleses planeaban tomarse a sangre y fuego para dominar desde la bahía el comercio del Caribe. En octubre de 1739 Inglaterra declaró a España “la guerra de la oreja de Jenkins”, en referencia a un incidente cerca de la costa de Florida cuando el capitán de un guardacostas español, Juan León Fandiño, interceptó el Rebbeca al mando de Robert Jenkins y le hizo cortar a éste una oreja, después de lo cual lo liberó con la amenaza: “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

Entonces ya se sabía que desde la isla de Jamaica la Armada de Inglaterra, en cabeza del almirante Edward Vernon, se preparaba la avanzada que “cubría dos leguas de mar” y fue avistada desde Bocachica el 13 de marzo de 1741. Tres días después se disparó el primer cañonazo y Blas de Lezo aguantó casi tres semanas hasta que fue herido por una bomba y comprendió que su defensa sería arrasada si no tomaba decisiones desesperadas. Luego de consultar al Virrey Sebastián de Eslava, ordenó hundir a la entrada del canal de acceso a Cartagena los buques África y San Carlos logrando bloquear la entrada a la bahía.

Según el teniente Mesa, para entonces Vernon había disparado 18 mil cañonazos y se acercaba peligrosamente hasta que, como último recurso, Blas de Lezo hizo hundir frente a Castillo Grande más embarcaciones incluidos los galeones El Conquistador, de 38 cañones, y El Dragón, de 52 cañones. El Galicia no alcanzó a ser echado a pique. Los ingleses alcanzaron los manglares y ahí también fueron resistidos de tal forma que el 30 de mayo se fueron en retirada. El balance: 600 muertos y todos los buques incendiados de parte española y seis navíos hundidos y 9.000 víctimas de parte de la marina de Vernon. Una batalla naval épica sobre la que se consiguen muchos libros.

Establecido el hallazgo histórico en aguas equidistantes entre la Base Naval, la isla de Tierrabomba y el antiguo Lazareto de Caño de Loro, se descartó que se tratara de una de las naves de Vernon, o de Francis Drake, o del barón de Pointis, otros piratas que intentaron tomarse Cartagena, fundada en 1533. A tan solo diez años de su fundación, el pirata Roberto Baal se apoderó fácilmente de ella. Dieciséis años más tarde, una segunda flota al mando de Martín Coté y Juan de Beautemps cobró un jugoso rescate a cambio de no quemar la ciudad. En 1568 la bombardeó el corsario inglés John Hawkins. El pirata inglés describía a Cartagena así: “una ciudad tan bien conocida que no diré nada sobre ella”. Lo impresionaba el monasterio de Nuestra Señora de La Popa, “un lugar de increíble riqueza, a causa de los donativos recibidos continuamente, y por esta razón siempre en peligro de ser visitada por los corsarios, a los que el entorno de Cartagena no les sobrecogía”. El último y más cruel usurpador de los tesoros de la ciudad durante el siglo XVI, fue el renombrado Francis Drake. Por orden suprema de la Reina Isabel I de Inglaterra irrumpió en Cartagena en 1586. Una prueba de lo que se hundió en la bahía de la Heroica es un mapa levantado por el capitán Phillips Durrel, con el visto bueno del almirante Sir Charles Knowles y editado en la capital inglesa en 1741, en el cual se relacionan los 13 navíos de Blas de Lezo hundidos allí para detenerlos.

Con base en esos documentos, se advirtió al gobierno de Alberto Lleras Camargo (1958-1962) y se le pidió presupuesto para rescatarlos, “teniendo en cuenta su importancia histórica y que en el navío o los navíos pueden hallarse valores extraordinarios”. No hubo repuesta, según el teniente, a pesar de que se armó la barahúnda: “un día se informaba del hallazgo de una bala, al otro del ‘rasqueteo’ o limpieza de los cañones sacados del fondo del mar, que curiosamente fueron ubicados junto a los primeros torpedos que compraba la Armada Nacional”.

El 27 de diciembre de 1961 El Espectador publicó fotos de los buzos cuando explicaban el uso de las escafandras con las que inspeccionaban el naufragio. A Cartagena no cesaban de llegar forasteros dispuestos a espulgar las aguas de la bahía en busca de tesoros. Un grupo de buzos llegados de Cali resultaron los más arrojados y recibieron la ayuda de Dussan Bulic, uno de los buzos descubridores, a quien su amigo, el teniente Mesa, le rogó que siguiera buceando porque quería comprobar que la bahía de Cartagena es un cementerio de barcos coloniales.

Luego de una inmersión el 7 de enero de 1962, el rumano radicado en Colombia reportó la localización de otro presunto galeón a unos 50 metros del hallado en diciembre y mejor conservado. Los inspeccionaron durante una hora y reportaron: “se observaron claramente los mástiles y la botavara de la vela mayor”. “Es visible la tumba que forma el buque, la dirección del palo mayor es hacia popa, su eslora es de 50 a 60 metros, la proa está dirigida hacia la antigua Escuela Naval de Cadetes y, en general, este buque sí está en buenas condiciones de conservación a unos 20 metros de profundidad”. Mesa celebró a gritos, como cuando Colón descubrió América. El 29 de julio de 1962 el mismo diario sostenía el tema a ocho columnas de la edición dominical planteando el debate que ya era nacional: “¿Pueden rescatarse los galeones de Cartagena?”. Se subrayaba que todas las investigaciones indicaban que se trataba del Conquistador y El Dragón, hundidos junto a otros barcos más pequeños llamados “marchants”.

El texto fue escrito por el fascinado teniente Mesa, vocero de la Armada para este caso y quien allí proponía un plan de localización, estudio y salvamento de las naves coloniales hundidas en cercanías a la Bahía de Cartagena. Calculó que el operativo de rescate de cada nave podía costar entre tres y cuatro millones de pesos, incluyendo mano de obra entrenada y técnica, “conservación química de la madera y reconstrucción”.

La lista incluía un buque con cámara de descompresión para inmersiones de largo tiempo. Para ahorrar costos esbozó la flotación de los navíos con la ayuda de seis bongos capaces de mover hasta mil toneladas en desplazamientos y una ver emergidos, serían ubicados en “Isla Artificial construida sobre el bajo que divide la entrada al Terminal Marítimo y la entrada a los muelles de la Base Naval. Tendría allí Cartagena un sitio turístico para hacerla más famosa de lo que ahora es”. Su mente era ambiciosa y el proyecto colosal para la década de los 60: quería que Colombia se convirtiera en potencia mundial de rescate submarino y, en este caso, formar la isla depositando en esa zona al menos 600 toneladas de tierra sobre las que estaría una gran urna de cristal donde estarían los galeones a una temperatura favorable, rodeada de cocoteros.

Sin embargo, ni el gobierno de Lleras ni el de Guillermo León Valencia aprobaron inversiones para lo que consideraban una aventura demasiado arriesgada en un país pobre con necesidades básicas sin resolver como vías de comunicación y acueductos. Según las notas del teniente, desde entonces el gobierno y la Armada hubieran podido patrocinar un estudio pionero en el continente y se asustaron con la dimensión de lo que él proponía, se asustaron con sacar la historia a tierra firme.

El solo rescate del Conquistador y El Dragón, los héroes de aquella batalla naval contra los ingleses, hubiera dado información valiosa sobre por qué en nuestro país y Latinoamérica terminó imponiéndose la cultura española y no la anglosajona. Todo el escándalo, episodios dignos del realismo mágico, lo único que hizo fue alertar a cazatesoros extranjeros listos a arriesgar todo con tal de saquear los galeones de la Colonia mientras las autoridades colombianas seguían en la indecisión.

Entonces el teniente Mesa se deprimió, dio por terminada su carrera naval en 1963 y se dedicó a estudiar y a dictar conferencias sobre el tema, como la que recuerdan en Cartagena con motivo de la inauguración de la iluminación del Castillo de San Felipe y la instalación de la estatua en memoria de Blas de Lezo, a quien llama “El mutilado del mar” porque era cojo, manco y tuerto, y al que quisiera ver no en la muralla sino al pie de las playas del Caribe, “donde resistió como ningún otro”.

* Editor de El Espectador, escritor y profesor de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.

Por Nelson Fredy Padilla *

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Hernando(roc6d)13 de septiembre de 2021 - 05:20 p. m.
Fue un gran error de vernon desatender la sugerencia de su estado mayor de levantar una batería para abrir brecha en San Lázaro que permitiera penetrar el fuerte, alegando que Wenworth tenía suficientes fuerzas para tomarlo por asalto. También falló al no cortar la retirada de la guarnición de 2000 hombres de Bocachica, que se sumaron a la defensa de la ciudad.
Hernando(roc6d)13 de septiembre de 2021 - 05:27 p. m.
El éxito de la defensa de Cartagena en 1741, se debió a la estrecha colaboración de los dos jefes, Eslava y Lezo. Ambos eran militares muy competentes y de larga trayectoria en el servicio a la monarquía española, participando en muchos combates navales.
Hernando(roc6d)13 de septiembre de 2021 - 05:13 p. m.
Vernon subestimó la capacidad defensiva del fuerte, que había sido complementada por Eslava con un hornabeque y una trinchera, durante los 17 días que Lezo detuvo a Vernon en Bocachica.
Hernando(roc6d)13 de septiembre de 2021 - 04:51 p. m.
¿Vernon atacó los manglares? Después de penetrar por Bocachica, el almirante inglés se acercó a San Lázaro y desembarcó sus tropas de tierra, comandadas por Wentworth, comenzando el ataque al fuerte en abril 20. No hay prueba fehaciente de que un capitán español cortara la oreja a Jerkins. Lo mas probable es que haya muerto con la oreja en su puesto .
Hernando(roc6d)08 de septiembre de 2021 - 12:04 a. m.
Es muy probable que Jerkin hubiera muerto con su oreja puesta, de acuerdo al profesor español Julian Zulueta, que publicó un enjundioso ensayo sobre la batalla de Cartagena que desmiente la versión de que a los ingleses los derrotó el cólera y la fiebre amarilla no la superioridad de las fuerzas españolas.
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