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Hannah Arendt: de la obediencia, el poder y la violencia

Han pasado ocho décadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La barbarie de aquel entonces fecundó cientos de ideas e historias que nos hacen reflexionar sobre lo que somos capaces de hacer los seres humanos. En medio de la filosofía de la época, rescatamos algunos conceptos de la pensadora alemana Hannah Arendt. Segunda entrega.

Andrés Osorio Guillott

23 de junio de 2025 - 03:10 p. m.
Entrada del campo de concentración de Auschwitz, uno de los más emblemáticos del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.
Foto: Éder Leandro Rodríguez
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La obediencia de la que venimos hablando nos sitúa en un ejercicio de poder, concepto transversal en la obra de Hannah Arendt, especialmente del poder político, que llevó a la filósofa alemana a preguntarse también por la violencia. Pero vamos por partes. Para ella, y lo dice en La condición humana, “La política se basa en el hecho de la pluralidad humana. Dios creó al hombre, los hombres son producto de la tierra. La política trata de la convivencia entre diferentes”.

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El ejercicio de la política incluye un principio no menor: la libertad. También en su libro ¿Qué es la política?, ella afirma que: “el sentido de la política es la libertad […]Si algo tiene que ver con la libertad es únicamente en el sentido de que ésta es su fin, es decir, algo fuera de la política y para lo que la política es sólo un medio. Pero el sentido de una cosa, a diferencia de su fin, está incluido en ella misma. Por lo tanto, si la libertad es el fin de la política, no puede ser su sentido. Consiguientemente, la libertad empieza donde el ejercicio de la política termina”.

¿Cómo se llega a esa libertad? Por medio de la acción y del diálogo, lo que implícitamente le da una importancia a la pluralidad, a la capacidad de consenso entre distintas partes. Para Arendt, no puede haber política si no existe un diálogo o una cooperación entre individuos que intentan construir o generar un debate acerca del ejercicio de gobierno y el apoyo del pueblo.

Marcela Madrid, en su ensayo “Sobre el concepto del perdón en el pensamiento de Hannah Arendt”, nos explica que: “La pluralidad humana, concebida en términos arendtianos, no remite a una determinada cantidad de personas, es decir, que no puede ser definida en términos cuantitativos. Por el contrario, con el concepto de pluralidad humana, Arendt pretende dar cuenta de la diversidad humana que caracteriza la Condición humana, esto es, pretende dar cuenta del hecho de que todos los seres humanos son diferentes entre sí, que cada uno es un ser singular, único e irrepetible y que, al mismo tiempo, todos son iguales, es decir, seres humanos. De modo que, aun cuando a primera vista parezca contradictorio, la pluralidad humana se define tanto por la igualdad como por la diversidad”.

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En Sobre la violencia, otro de los libros que escribió Arendt, asegura que: “Políticamente hablando lo cierto es que la pérdida de poder se convierte en una tentación para reemplazar al poder por la violencia […] y que la violencia en sí misma concluye en impotencia. Donde la violencia ya no es apoyada y sujetada por el poder se verifica la bien conocida inversión en la estimación de medios y fines. Los medios, los medios de destrucción, ahora determinan el fin, con la consecuencia de que el fin será la destrucción de todo poder”.

La violencia, según Arendt, no se equipara al poder, si acaso genera un control sobre otros por medio del miedo, pues recordemos que el poder se da sí y solo sí es avalado por una comunidad o sociedad. “Políticamente hablando, es insuficiente decir que poder y violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro, pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder. […] La violencia puede destruir al poder; es absolutamente incapaz de crearlo”, escribió la pensadora alemana.

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En el libro La condición política en Hannah Arendt, escrito por Guillermo Zapata, el autor escribe: “Toda violencia va en contra de la misma humanidad, porque recurre a la relación medio fin, haciendo de los seres humanos fines o instrumentos de ideologías […] negando su condición más auténticamente humana, que para Arendt sigue siendo, la condición política. Esta condición política supone, no sólo el reino de la acción en donde cada quien pone en escena su singularidad y su diferencia, sino la capacidad del juicio”.

Allí donde la violencia surge, sucede entonces una pérdida no solo de la condición humana, sino también de esa condición política, pues dejamos de ser actores activos en el ejercicio de la democracia y pasamos a ser medios o instrumentos, perdiendo entonces nuestra voluntad y, por ende, nuestra libertad. Esto nos regresa a lo que hablábamos anteriormente, pues parece ser entonces que la violencia instaurada en un escenario político crea una especie de burocracia en donde la voluntad va desapareciendo conforme aumenta la cadena de mando, lo que termina entonces en esa banalidad del mal que reconoció Arendt en los testimonios dados por Eichmann en Jerusalén.

¿Y el miedo que puede asomarse cuando hablamos de violencia dónde queda? Arendt, que prefirió hablar de terror, aseguró en Los orígenes del totalitarismo que “La diferenciación entre la dominación totalitaria basada en el terror y las tiranías y dictaduras, establecidas por la violencia, es que la primera se vuelve no sólo contra sus enemigos sino también contra sus amigos y auxiliares, temerosa de todo poder, incluso del poder de sus amigos”.

El terror supone precisamente un peligro para la pluralidad, por ende, para la política, pues es capaz de apropiarse de todos sin distinción alguna. Si bien Arendt no plantea una solución práctica o concreta, sí es clara en que el ejercicio del pensamiento es clave para no perder la voluntad, pues el mal triunfa cuando perdemos la posibilidad de cuestionar lo que pasa a nuestro alrededor.

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Aunque no es lo mismo pensar que comprender, este último concepto lo traigo para cerrar este texto porque finalmente eso fue lo que quiso hacer Hannah Arendt con su tiempo, y es lo que nos invita a hacer también. “La comprensión (understanding), diferenciada de la información correcta y del conocimiento científico, es un proceso complicado que nunca produce resultados inequívocos. Es una actividad sin final, en constante cambio y variación, por medio de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella, esto es, intentamos sentirnos a gusto en el mundo”.

Arendt no pretende que la comprensión arroje verdades universales, sino que con ella encontremos precisamente un lugar en el mundo que nos permita generar el diálogo que señala en su obra. Al final, e incluso esta cita funciona para dimensionar su legado: “La comprensión de los asuntos políticos e históricos, en cuanto que éstos son tan profunda y fundamentalmente humanos, tiene algo en común con la comprensión de las personas: sólo conocemos quién es esencialmente alguien tras su muerte”.

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