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Hasta que te conocí (Cartas a la madre)

Aunque el día de la madre fue este domingo 10 de mayo, el día de las madres en realidad es todos los días del año. Por eso continuamos con este pequeño homenaje a ellas.

Mariana García Prada

11 de mayo de 2020 - 07:31 p. m.
Cortesía
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Hasta que te conocí

No sé si será la mejor tía del mundo. Decir eso es subjetivo, en este caso, imposible, pues en realidad solo he tenido una. Incluso me costó años entender que la esposa de un tío se convierte automáticamente en “tía política”. ¿Política? ¡Cuál es la connotación de ello?, ¿tiene otras responsabilidades? El cargo que tiene es un tanto frío, al menos su nombre. Sin embargo, ella me demostró todo lo contrario. 

No es de abrazos, ni besos, ni mucho menos consentimientos. Sabe querer a su manera. Todos admiran sus habilidades gastronómicas; su personalidad es bien marcada, no se quebranta por nada, no le teme a nada. Se parece a una piña, tiene una cubierta fuerte, protectora y, por dentro, dulce y suave con detalles que solo ella sabe hacer. 

La vine a conocer en la primer “tusa” de la vida, eso que llamamos desamor. Fue muy clara: “llore lo que tenga que llorar, todo pasa”, mientras fue a reproducir la nostalgia hecha música. Conocí a Juan Gabriel, el famoso, el que nos hace cantar a grito entero mientras le damos reversa a la vida para recordar. 

Tuvo una hija. Cada año se parecen más. Los años no le pasan, no se le notan. Tiene un alma muy generosa, da de lo que le falta y recibe con humildad cada regalo de la vida. Disfruta sacar sus raíces isleñas bailando reggae con mi tío, su esposo, el papá de su adoración hecha ya mujer. Tiene un corazón muy grande. Siempre que podía me contaba anécdotas de su mamá, su tocaya, un roble de mujer también. Ambas se aman tanto como se necesitan, no importa las circunstancias, no importa la adversidad.  

Es dueña de lo simple y lo práctico. No se complica. Me ha enseñado que vivir es tan sencillo como cocinar: saber qué ingredientes mezclar, a qué temperatura prepararlos y con quién se va a compartir semejante manjar.  

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Ser mamá.

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Diez

Tiene más de cinco décadas en este mundo. Sabe con determinación cómo salir adelante y no demuestra debilidad alguna. Dos hijas. Tres hermanos. Mamá. Papá. El alma santandereana le sale por los poros cada que habla, cada que piensa, cada que baila. Tiene un encanto al sonreír que contagia y le cambia el día a algún desconocido con solo hacerlo. Ni hablar de sus carcajadas. Si algo le encanta, dice: ¡Divino! 

Es diseñadora de interiores profesional, le encanta transformar su espacio tal cual como su mente lo proyecta, incluso su creatividad a veces le cambia los planes. Excelente chef, logra endulzar paladares con platos típicos de la región. Es enfermera, sabe qué hacer cuando sus hijas tienen dolor: tomar ibuprofeno o en su defecto, ir al médico. Es creadora de exclusivos diseños para modelarlos al mundo entero con orgullo: grandes collares, coloridas pulseras, entre otros. Amplia experiencia en ferretería, pintura, arreglos locativos, no necesita más que sus dos manos para lograrlo y ya está. Amante de la playa y del sol, lo saluda todas las mañanas con los brazos abiertos. Fanática de historias que la lleven a viajar a otros tiempos, a otras vidas… 

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Su segundo nombre no lo suele mencionar, no le gusta. Si alguien la quiere nombrar, que no le falte el “Doña” primero. Los modales son símbolos de educación para ella y los aprecia mucho. En sus años mozos, coqueta posaba mostrando ángulos perfectos de sus caderas hasta sus pies, unas curvas que encantan aún y lo seguirán haciendo. Muy elegante, “muy fina” como ella misma dice, le gusta la salsa, el vallenato, los boleros y una que otra vez se goza un reguetón a su manera y con gracia.  

Está orgullosa de todo lo que ha logrado y seguramente lo que sus hijas también. No quiere ser abuela, tal vez cambie de opinión en unos años cuando aprenda a ser alcahueta. Amante de los perritos como toda la familia, vive con el amor de su vida, una señorita de raza pug que es tan perezosa como cariñosa. Se complementan a la perfección. Cumple un diez. Es la mamá diez.  

La amo y la admiro. Le saco risas, le saco rabias y viceversa. Somos tan parecidas y tan diferentes al mismo tiempo, sabemos que el tiempo y la distancia no importa cuando se nos sale un “Te amo” con el alma y nos llena de VIDA.  

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Los 100 pasos

No se parece tanto a mi mamá, sino a la mamá de la mamá de mi mamá. Tiene un aura tan especial que por donde pasa deja la bendición sin dudar, agradece por cada bocado de comida, por cada gesto de generosidad y por las maravillas que pueda ver, oír, probar y sentir. Me enseñó que las palabras tienen poder y que todo en la vida tiene un propósito, además de demostrarme que la ternura no va ni en el sexo, ni en la edad, mucho menos en las circunstancias, y eso es mucho decir en un entorno donde aquel sentimiento tiene tanta escasez como la confianza. En sus ojos puedo ver la emoción de enamorarse otra vez a través de las telenovelas mexicanas que tienen la porción ideal de romanticismo, tragedias y pasiones para envolver sus días y llenarla de intriga. 

Su memoria es excepcional, incluso mejor que la mía… recuerda a la perfección los nombres de galanes de la televisión de hace décadas, su árbol genealógico con nombres y apellidos completos y sus fechas de cumpleaños o los viajes en familia y las anécdotas para reír mientras se toma un chocolate con pan, pues eso sí, adicta al dulce como su nieta. Antojos de chocolate, golosinas y tortas no le faltan, tuvo que conocer del autocontrol unos años tarde, pues cuenta que el doctor ya ve con gracia pero con firmeza las recomendaciones para bajarle el nivel de azúcar. 

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Indudablemente el tiempo compartido con ella es mi mayor regalo. Ella no lo sabe y creo que ni se dará cuenta que cuando logro fotografiar en mi mente esos momentos que quedan para la posteridad viéndola disfrutar una historia, una comida o admirando su dedicación por sus mascotas o por cocinar algo que disfrutemos en familia, entiendo que en su corazón no hay nada más que unas ganas insaciables de servir y de dar amor. Cada que he tenido chance, me la llevo a pasear a donde ella elija, casi siempre debo decidir yo, porque para ella, cualquier lugar es bonito, cualquier lugar está bien. 

Su nombre es un homenaje a lo que emanan sus obras: Gloria. Tiene más de siete décadas en este mundo y es tan fuerte como un roble, como decimos por ahí. Logró vencer el cáncer, una enfermedad cuyo nombre ha sido sinónimo de muerte y para nombrarlo sin nombrar, ella deletrea las dos primeras letras: “C.A.”. Guarda minuciosamente cada examen y se programa para el siguiente, mientras va rezando el rosario con tanto fervor, algo que no aprendí a rezar como lo hace ella todos los días a las tres de la tarde en punto. 

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Precisamente su sentido de organización y disciplina me asombra, pues tiene una rutina bien estructurada, es muy quisquillosa con los quehaceres de la casa y no le importa que le tome más tiempo mientras quede bien hecho. Le obsesiona lo que conocemos como “optimización de recursos”, puesto que ahorra cada que puede, incluso para hacer la lista del mercado escribe en una letra cursiva tan pequeña que a veces se dificulta entender lo que allí dice. 

Nunca aprendió a silbar y aún lo intenta con gracia. Tampoco le gusta que le tomen fotos, no sonríe en ellas, pues se siente vieja y sus arrugas de vida van asomando cada año, pero tiene un alma de niña que sale a jugar cada que puede con sus chistes y ocurrencias. Me encanta verla reír al punto que los ojos se le esconden; alguna noche, a escondidas la vi comer como si no hubiera un mañana y minutos después, se acercó a mí, pensativa y pícara me dijo: “Mija, creo que me dio depresión”. Juntas nos reímos tanto al darnos cuenta que se refería a ansiedad. 

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La conocen como Doña Gloria, le guarda arroz a las palomas y le da “bocadito” a los perritos, así sea a escondidas. Como típico de una abuela, le sirve de más al resto y ella queda de última, su felicidad está ahí, en que le digan lo rico que estaba cada plato que con amor y paciencia prepara. Por supuesto que no desperdicia nada, con lo que resta del chocolate caliente de la tardecita, lo convierte en un helado delicioso y aprovecha para contarme cómo en su niñez aprendió a cocinar en familia los famosos tamales santandereanos y entre hermanos se peleaban el más grande. Siempre hay ocasión para recordar a mi bisabuela y con una voz entrecortada, me cuenta lo especial que fue y la valentía que emanaba de ella luego de afrontar el asesinato de su esposo a causa de un cuñado rebosado de envidia, un empleado despedido de su empresa, quien tomó la peor decisión. El perdón en ella, es un milagro de Dios. 

Mi bisabuela, su mamá, o Isolina, como la quieran llamar, siempre llevaba amplios vestidos, una gordita encantandora, cubierta de canas brillantes y oliendo a bebé, le gustaba escuchar “La guacherna” y llevaba el ritmo con su pie derecho, algo que siempre recordaré, pues la disfrutó en sus últimos días de vida. Doña Gloria me cuenta que cuando Isolina quedaba muy llena después de almorzar, se quedaba de pie y decía que se le pasaría la pesadez dando 100 pasos por la casa y efectivamente, así era. 

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El amor, la convicción y las palabras tienen un poder increíble en lo que decidimos pensar, hacer y decir. Ella me lo enseñó. Yo lo enseñaré. Es el ciclo de la vida.

Por Mariana García Prada

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