Hace 77 años, en los fulgores de la recientemente iniciada guerra civil española, la madre patria se debatía entre dos frentes que reportaban caídas y desapariciones constantes a lado y lado de las barricadas.
En ese contexto, en un conflicto que dejaría, según informes del historiador Francisco Espinosa cerca de 130.000 desapariciones, daba sus últimas reflexiones al mundo uno de los hombres que brindó a la llamada ‘Generación del 98’, el sustento filosófico y literario que posteriormente cimentaba el advenimiento de las meditaciones existencialistas en el pensamiento global.
Miguel de Unamuno, enfrentado principalmente contra su propio ser, personifica el debate constante, en las artes y el pensamiento, entre la racionalidad lógica y la espiritualidad del ser como alimento de los anhelos humanos. Unamuno supo desencantarse de sus posiciones ideológicas.
En un comienzo militante socialista de su natal Bilbao, luego, decepcionado de los fallidos ideales del partido y el gobierno reinante, solicita el apoyo internacional para la causa de los militares insurrectos en cabeza de Francisco Franco Bahamonde.
De sus frases de apoyo a la insurrección franquista, en las cuales advertía que “(…) lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional”, se arrepentiría poco después al presenciar las represalias y crímenes cometidos contra detractores del régimen, por lo demás, allegados a él.
A su amigo, el filósofo italiano Lorenzo Giusso, escribió poco después, cautivo de las visiones de la guerra: “España está asustada de sí misma, horrorizada”.
Independientemente de sus posiciones y contraposiciones en el enfrentamiento bélico, el escritor vasco supo reconocer la importancia que tenía para el mundo entero y para el futuro de la comunidad internacional, una guerra que debatía los preceptos inamovibles de la modernidad y la relación con el otro.
“(…) tropezando a cada paso, con los grandes ojos preñados de espanto que parecían mirar al vacío y con los brazos extendidos” así recibió, como en su obra ‘La venda’, las noticias de la desdicha que sufrían compañeros de letras y de tertulias, sumidos en el olvido y en la represión de las cárceles españolas de la época.
Uno de los momentos más rememorados de la vida del poeta de Bilbao, fue su intervención en la celebración del Día de la Raza (22 de octubre) en 1936 en la Universidad de Salamanca, donde se desempañaba como rector. Intervención interrumpida y amenizada satíricamente por los gritos de "¡Viva la muerte!" y "¡Mueran los intelectuales!", proferidos por el General Millán Astray.
El mismo Francisco Franco, a quien en el pasado había solicitado indulgencia para sus contemporáneos, fue el artífice y oficiador de la sanción que le retiraba de su puesto en la universidad, de la forma más deshonrosa y avocada al rechazo.
Unamuno se iba de la vida intelectual cargando a rastras la categorización de “pseudo-intelectual liberal masónico”, que recuerda el concejal socialista Rubio Polo. Consideraciones que se le siguen adjudicando hasta el año 2006 cuando se presentó la primera propuesta para absolver la deshonrosa destitución del catedrático.
El puesto que varias veces desempeñó en el claustro de Salamanca, le fue restituido póstumamente, luego de numerosos debates en el ayuntamiento de Salamanca, en el año 2011.
El hombre, que según Rubio Polo, autor de la primera propuesta de absolución, “no tuvo criterio, sino pasiones”, es aún hoy recordado en territorio vasco como un activista del movimiento de la Falange Española.
Alfonso Fernández Mañueco, alcalde de Salamanca, ha colocado hoy, en señal de redención a la obra y vida de Unamuno en la tierra que hoy administra, las habituales ofrendas florales que coronan la estatua del pensador del País Vasco, siempre recordado el último día del año.