Un día de 1959, el joven de 21 años Héctor Daniel Osuna Gil apareció en la sede de El Espectador a ofrecer sus caricaturas. En la sede situada en el estratégico edificio Monserrate de la Avenida Jiménez con carrera cuarta lo recibieron Guillermo Cano y Eduardo Zalamea. Él les mostró sus dibujos publicados en El Siglo, bajo la tutoría de Julio Abril y el respaldo de Álvaro Gómez Hurtado. El consenso de la conversación fue publicar en ambos periódicos y la charla terminó con un escueto comentario del director del diario: “Voy a conversar con mi papá”. Se refería a Gabriel Cano, que aún ejercía como un poderoso gerente lleno de anuncios y, antes de terminar el año, Héctor Osuna entró a ser caricaturista exclusivo del periódico. “Monerías” tituló su primera serie, que en 1966 rebautizó como “Rasgos y rasguños”, atendiendo el consejo de su padre, Vicente Osuna.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La familia había llegado de Medellín en 1951 y, después de estudiar en el colegio San Bartolomé de la Merced, los tres hijos del hogar formado por Vicente Osuna y Tulia Gil tomaron sus caminos: Javier Osuna fue jesuita, Gabriel Osuna arquitecto y Héctor Osuna abogado en la Universidad del Rosario. En algún momento creyó tener la vocación de su hermano mayor en el sacerdocio y se alistó con los padres jesuitas en Santa Rosa de Viterbo (Boyacá), pero ni las leyes, ni las humanidades, ni la sotana fueron superiores a su inclinación por los dibujos. En marzo de 1959 publicó su primera caricatura en El Siglo en torno al juicio político del expresidente militar Gustavo Rojas Pinilla, cuatro meses se sostuvo en simultánea con El Espectador y también en el periódico Occidente de Cali, pero no volvió a los códigos, sino que optó por contar la historia semanal de Colombia desde el imperio de la caricatura.
Nadie mejor que Gabriel García Márquez describió su método: “Organizar las situaciones más complejas de un modo que sólo él conoce, para reducirlas luego a un símbolo único, con la simplicidad y el filo sangriento de una cuchilla de afeitar”. La técnica la aprendió primero en casa, pues su padre era pintor y escultor y su madre artista de academia. Él también estudió pintura en Europa, con un intenso proceso de observación en los museos. Pero lo suyo fue dibujar y pronto empezaron a desfilar los personajes extraídos de la realidad nacional e internacional. El rostro sonriente del joven presidente de Estados Unidos John F. Kennedy o el ceño adusto del general francés Charles de Gaulle, junto al incorregible de moda en los periódicos del mundo: el triunfador en Cuba, Fidel Castro. Junto a ellos, el presidente Guillermo León Valencia, dueño de tantas anécdotas como trofeos de cacería en las montañas y selvas del Cauca.
En octubre de 1963, cuando El Espectador se mudó a la sede de la Avenida 68, el primero que tuvo oficina propia fue Héctor Osuna, pero su timidez natural y su acomodo al mundo público lo sacaron corriendo. Durante buen tiempo vivió y trabajó desde un apartamento en la calle 55 con carrera octava y después se marchó a una casa en Cajicá que convirtió en su taller. En esos trances de la vida fue afilando su trazo y también su técnica como pintor. Al tiempo que el estilo confrontador del gobierno del presidente Carlos Lleras le permitió desentrañar las vicisitudes del Frente Nacional, sus óleos de Abraham Lincoln o de Winston Churchill fueron portada del Magazín Dominical. En el tránsito hacia los años setenta, alcanzó a exponer en Madrid y tuvo su propio estudio de retratista, pero nunca bajó la guardia en los lances y burlas al poder, con el turno al bate de Misael Pastrana Borrero.
A propósito de las polémicas elecciones del 19 de abril de 1970, Osuna dibujó a Pastrana sin su acostumbrada sonrisa, a bordo de un coche sin ruedas. El prólogo de cuatro años de crítica y también de formación artística, que dejaron muchos cuadros de exhibición y decenas de dibujos de antología para describir con sutil sarcasmo varios momentos determinantes en el devenir de Colombia. El gobierno de Alfonso López Michelsen resultó un escenario de banquete, y semana tras semana, su ingenio supo mostrar las costuras del ejecutivo. Los incisivos tábanos de Bertha Hernández desde el periódico La República picando en la cabeza del presidente López y sus ministros; o la pequeña constituyente, fallida bandera política del gobierno, interpretada como una niña pataletuda señalando entre lloriqueos a su detractor, el expresidente Carlos Lleras Restrepo, marcaron una época.
Sacó sonrisas y rabias en medio de los debates, y a Osuna le permitió crear uno de sus emblemáticos personajes de reparto: la perrita dálmata Lara, perspicaz a la hora de exteriorizar sus comentarios sobre el agitado “mandato caro” del presidente López. El cuatrienio terminó con la agitada jornada del paro cívico del 14 de septiembre de 1977, en el que las centrales obreras le cobraron al ejecutivo sus promesas incumplidas. Ese día hubo muertos en Bogotá, y se desbordó la cifra de detenidos y de lesionados en duros enfrentamientos entre los manifestantes y la fuerza pública. Héctor Osuna dejó para la posteridad el testimonio del negacionismo oficial. El presidente López y el alcalde de Bogotá, Bernardo Gaitán, se asoman a la ventana y el primero anota: “Yo no veo nada”. El alcalde agrega: “Pero absolutamente nada”. La perrita faldera en tono alborotado concluye: “Y así ha sido todo el día”.
Luego llegó Turbay Ayala con el Estatuto de Seguridad y le sobraron dibujos a Héctor Osuna para oponerse. Mientras Guillermo Cano desde su Libreta de Apuntes rechazó sin medias tintas el uso de la tortura y la violación de los derechos humanos, Osuna inmortalizó a los equinos de las caballerizas de Usaquén conversando sobre la suerte de los detenidos. Estos también aportaron comentarios insólitos, como el de un encadenado que tranquiliza a otro con rostro desencajado: “No hay que desesperarse que estas torturas ya las están investigando”. En otra caricatura, un reportero pregunta al ministro de defensa, general Luis Carlos Camacho Leyva: “¿Y sobre la posibilidad de un golpe qué me dice?”. Y el oficial le contesta confiado: “”¡No creo que Turbay se atreva!”. El Estatuto de Seguridad dividió a Colombia y El Espectador no dudó en rechazarlo. Héctor Osuna fue el opositor mayor.
En febrero de 1982 fue premiado por el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) y un autorretrato suyo fue portada del Magazín Dominical. El periodismo reconoció a Héctor Osuna por su trazo valiente para defender los Derechos Humanos o compartir las luchas del periódico contra el grupo Grancolombiano y su bloqueo publicitario, a raíz de las denuncias que revelaron la crisis financiera de los años ochenta. Entonces llegó el gobierno de Belisario Betancur en el que, buscando la paz con los grupos insurgentes, el ejecutivo se encontró de frente con las garras del paramilitarismo y el narcotráfico. Osuna se inventó un nuevo personaje palaciego para asomarse a las entrañas del poder. La monja Sor Palacio, comentarista del carrusel de dificultades en que se convirtió el cuatrienio, con el último júbilo nacional antes de la mala hora: la concesión del premio Nobel de literatura a Gabriel García Márquez.
En adelante, como el país, los trazos de Osuna dejaron el registro de la crisis. A petición del gobierno Betancur, el procurador Carlos Jiménez Gómez le reveló a Colombia las verdades del movimiento Muerte a Secuestradores (MAS), y ese informe evidenció la confrontación entre el gobierno y las Fuerzas Armadas que anticipó un proceso de paz en contravía. Dos caricaturas resumieron esa coyuntura. En la primera, tomando las palabras del Procurador, una cruz en un camposanto comenta a la otra: “El MAS no existe, es una mentalidad de crisis”. La cruz compañera responde: “¡Haberlo sabido!”. La polémica elevó sus decibeles y el jefe del Ministerio Público se vio forzado a un estratégico silencio. “Y no más”, fue el título de la caricatura de Osuna con el rostro estupefacto de Jiménez y la misma frase con el signo + cruzado en mitad de su boca. Sin palabras ante la indignación de los generales.
En 1983, a instancias de El Áncora Editores, con prólogos de Gabriel García Márquez y Álvaro Gómez Hurtado, se publicó la primera antología en siete capítulos y un epílogo sobre la ya trascendente obra del caricaturista emblema de El Espectador. Sus principales dibujos hasta ese momento, con una muestra significativa de su obra pictórica y la diversidad de sus retratos. La dedicatoria de ese libro que incluyó fotografías de Fernando Cano y Francisco Carranza, no pudo ser más elocuente. “A Vicente que dibujaba caballos y a Tulia que pintaba rosas, porque me enseñaron a cabalgar sin estropear las flores”. A sus padres artistas de la imagen como él, con un comentario adicional en su epílogo para autodefinir su trabajo: “A la vista de todos, sin disfraces, como dijera el poeta De Roux. Queda en estas páginas una constancia de vida y quedó a mano para la confrontación y la crítica”.
Del gobierno Betancur y su prisa por la paz quedaron dibujados muchos momentos de euforia y también de súbito dolor. Sor Palacio enarbolando una bandera de paz en las montañas del Cauca durante los diálogos con el M-19, o la romería de visitantes a Casa Verde, en las montañas de Uribe (Meta), para sellar los acuerdos de cese al fuego de 1984. En la caricatura “La escala de Jacobo” representó este instante de incertidumbre y también de esperanza. En la cúspide de la montaña, ayudando a subir a sus invitados, los jefes guerrilleros de las FARC, Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. En la escalera de ascenso el expresidente Alfonso López Michelsen, el sacerdote Rafael García Herreros, el constructor Pedro Gómez y la ministra de comunicaciones Noemí Sanín. En el comienzo de la escalera, la inquieta perrita Lara con un latido persistente: “¡Farc, Farc, Farc!”.
Después del holocausto del Palacio de Justicia el 6 y 7 de noviembre de 1985, Héctor Osuna dejó su testimonio de rechazo con una caricatura titulada “La justicia arrasada”. Con la fatídica imagen del templo de la justicia en llamas, quedó escrito: “En un país en que se queman dos palacios suyos, se asesina a su ministro, al presidente de la honorable Corte, a los magistrados y a los jueces, la justicia ya no cojea más…”. Sor Palacio, con ojos atónitos agregó: “¡Ha muerto!”. Una semana después ocurrió la tragedia de Armero que dejó más de 20.000 víctimas. No hubo lugar al humor y Héctor Osuna, en el resumen del año en caricaturas que empezó a ser tradicional cada 31 de diciembre, aportó una ilustración copiada de una de las fotografías divulgadas por El Espectador desde la zona del desastre. Lo hizo con un comentario editorial: “Si hubo alguien del año fue el socorrista”.
La era Barco resultó trágica en las memorias del diario, a pesar de que Héctor Osuna vislumbró optimista un cambio de mentalidad por el anuncio de una nueva república liberal. Dos semanas después de su posesión, a la manera del cuadro del famoso pintor y grabador neerlandés, Rembrandt, dibujó al presidente Barco como la cabeza de la “Lección de anatomía”, acompañado de los expresidentes liberales, Enrique Olaya, Eduardo Santos, Darío Echandía, Carlos Lozano, López Pumarejo y Alberto Lleras. Todos atentos a la disección del cuerpo del derrotado candidato conservador Álvaro Gómez Hurtado. Sin embargo, más temprano que tarde, tanto El Espectador como su caricaturista de “Rasgos y rasguños” tuvieron que lamentar la forma como la violencia entró a protagonizar a través de magnicidios, masacres y actos de terrorismo, en medio de una sociedad sitiada por los ilegales de todos los pelambres.
En febrero de 1986, Osuna dibujó con entusiasmo a Guillermo Cano Isaza, con ocasión de la exaltación de su Libreta de Apuntes en el Premio de Periodismo CPB. Sin embargo, diez meses después, entre el desaliento colectivo, tuvo que ilustrar una serie para despedir al director del periódico asesinado el 17 de diciembre de 1986 por el narcotráfico. En el primer dibujo, la imagen de Guillermo Cano y la frase que dio en su última entrevista a la periodista Cecilia Orozco: “Yo salgo del periódico por las noches y no sé qué va a pasar”. Las tres gráficas restantes resumieron la secuencia dolorosa. El periodista sale de El Espectador por la puerta principal y luego aborda su camioneta Subaru en la penumbra de la noche. La última imagen representó el sentimiento del país ante lo sucedido: El corazón roto de Colombia, partido en dos como un estallido de tristeza y también de infamia.
Nunca han faltado desde entonces sus testimonios a la memoria de Guillermo Cano. Lo hizo en febrero de 1987 con una ilustración de su rostro en medio de los trazos de la escultura a Bolívar del maestro Rodrigo Arenas Betancur; y lo repitió en la edición centenaria de El Espectador del 22 de marzo de 1987, junto a su abuelo Fidel Cano Gutiérrez, su padre Gabriel Cano Villegas y su tío Luis Cano. No obstante, aquella fue una época de violencia sin límites, con cuatro candidatos presidenciales asesinados —Jaime Pardo Leal en octubre de 1987, Luis Carlos Galán en agosto de 1989, Bernardo Jaramillo en marzo de 1990 y Carlos Pizarro en abril de 1990—, y en cada momento no faltó el dibujante. Con una mano sobre un borrador tachando las iniciales de la Unión Patriótica, representó la tragedia de una nación sometida por los violentos, y el sombrero de Pizarro fue también su homenaje ante el “Inclemente desangre”.
Casi por sustracción de materia ante el asesinato de los candidatos, llegó a la presidencia César Gaviria y con él la política de sometimiento a la justicia. Decretos de Estado de Sitio para buscar la rendición de Pablo Escobar y los demás capos a través de penas laxas. La síntesis de este momento de tratativas la aportó la caricatura de Osuna del 1 de febrero de 1991, para lamentar la muerte de la periodista Diana Turbay durante un intento de rescate de la Policía. En medio de las negociaciones entre el gobierno y los narcos, el capo secuestró a un grupo de periodistas para maniobrar con su libertad. La semana en que murió Diana Turbay, el gobierno cambió el decreto 3030 de 1990 por el 303 de 1991. Osuna lo resumió con la imagen del presidente Gaviria y su ministro de justicia, Jaime Giraldo, convirtiendo el último cero del decreto 3030 en una corona de flores para depositar en la tumba de la comunicadora.
Al final, Pablo Escobar Gaviria se salió con la suya porque solo se entregó a la justicia cuando la Asamblea Nacional Constituyente prohibió la extradición de colombianos. Ese mismo junio de 1991, Escobar, acompañado de sus lugartenientes, aceptó recluirse en la cárcel de La Catedral en Envigado. El caricaturista Héctor Osuna lo ilustró con la figura del capo a la manera del emperador francés Napoleón Bonaparte al llegar a la isla de Santa Elena, y un comentario suficiente: “Me gusta”. A su lado, el sacerdote del programa de televisión El Minuto de Dios, Rafael García Herreros, garante de su entrega. La primera tarea del capo en la cárcel para darle aire a su egolatría fue editar un libro con las principales caricaturas de diversos diarios en las que fue protagonista. Por supuesto, la del maestro Héctor Osuna fue incluida en esa insólita antología de escasos ejemplares que todavía se venden a precios millonarios.
Luego gobernó Ernesto Samper y la presencia de dineros del cartel de Cali en las cuentas de su campaña dio lugar a un escándalo de proporciones nacionales. A raíz de un mordaz comentario de monseñor Pedro Rubiano en torno a que nadie podía ignorar su presencia si aparecía en la sala de la casa, el elefante se volvió el símbolo y Osuna lo volvió protagonista en sus dibujos. Mientras el expediente 8.000 puso tras las rejas a una veintena de parlamentarios y a un alto número de funcionarios y personalidades del mundo social, los caricaturistas se dieron gusto y Osuna deleitó por igual a los defensores y críticos de Samper. A su vez, Lorenzo Madrigal no dejó de escribir su columna y además se dejó conocer entre los gestos del presidente tratando de convencer a los demás de que todo lo sucedido pasó a sus espaldas.
Tras el festín caricaturesco de la era Samper llegaron los tiempos de Andrés Pastrana y el cambio de dueños en El Espectador. Entonces Osuna se fue a la revista Semana y durante tres años dejó en ese impreso su rastro virtuoso. Con lápiz bien afilado, ante el desplante de Manuel Marulanda en el acto de inauguración del proceso de paz en una zona desmilitarizada entre Meta y Caquetá, no perdió la ocasión y dibujó al presidente Pastrana ante la silla vacía de Marulanda con un comentario mordaz: “Je, Je,... es lo que me gusta de ti, viejito querido… con transparencia”. En la esquina inferior izquierda el lagarto que caracterizó a la romería de personalidades para conocer a los líderes de la guerrilla que controlaban el sur de Colombia. En paralelo, el juramento de Hugo Chávez en Venezuela con dibujo del mandatario y su antecesor Rafael Caldera: “Juro, sobre esta moribunda constitución, que gobernaré sin ella”.
Hasta los empresarios se sumaron a la novelería de ir a conversar con los jefes de las FARC. Osuna sintetizó ese desfile con la caricatura “Flagelantes del Caguán”, en la que sin faltar el lagarto en la mesa, representó a Manuel Marulanda y Raúl Reyes recibiendo a Nicanor Restrepo, Juan Sebastián Betancur y Hernán Echavarria Olózaga entre los comentarios de duda de los jefes guerrilleros: “¿Estos llegan como invitados o como secuestrados?”. En junio de 2001, Osuna volvió a El Espectador y el día 14 lo anunció con una caricatura de antología titulada “El otro grupo”. En el centro, sentado en una poltrona, él mismo portando un bastón. A su alrededor, Sor Palacio de la era Betancur, Lorenzo Madrigal, su imaginado hijo Lilín, la hermanita Epifanía (La Pifis), el elefante de los tiempos de Samper, los caballos del cuatrienio Turbay, la perrita Lara del ciclo López y la jirafa del zoológico de Pablo Escobar.
El regreso a El Espectador tuvo pronto otro desembarco de colección. El 11 de septiembre de 2001 el mundo se estremeció con el ataque a las torres gemelas de Nueva York por parte de un grupo terrorista. En la edición del día 16, Osuna trazó su interpretación inequívoca. Mientras una de las torres se derrumba entre las llamas, la otra queda atravesada por una cimitarra, el sable de hoja curva larga del Oriente Medio que se usó en las cruzadas. De regreso a Colombia, documentó en caricaturas el drama del proceso de paz fallido de la era Pastrana que dio paso a un incremento de la confrontación armada por la aplicación del Plan Colombia impulsado desde Washington y el comienzo de la era Uribe Vélez. Ocho años de caricaturas semana tras semana, lo mismo que los ocho años de Santos, los cuatro de Duque y casi tres de Petro. Sin descanso en su lápiz, incluida su ñapa del resumen del año de cada 31 de diciembre.
Son 66 años dibujando a Colombia y contando su historia con humor y rigor. “Rasgos y Rasguños” que resaltan la disciplina de un comunicador excepcional que con sobrados méritos recibe ahora la distinción de miembro honorario de la Academia Colombiana de la Lengua. La recibió junto a Lorenzo Madrigal y acompañado de una sociedad complacida. En 2014, el premio Simón Bolívar honró su vida y su obra y el anunció así su compromiso: “Pienso continuar el tiempo que Dios me permita en el oficio, que en mi caso de trata de un divertimento, por medio del cual he tenido algunas veces la intención de fustigar al régimen”. Ahora lo honran los académicos y él sabe que ellos entienden su lenguaje y sus formas de narrar la accidentada memoria de Colombia. Dos libros han seleccionado sus mejores dibujos, pero su obra completa es un legado invaluable que dignifica a El Espectador en sus 138 años de historia.
De Uribe a Petro: las mejores caricaturas de Héctor Osuna entre 2002 y 2025: