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Historia de la Literatura: “Cuentos de amor, locura y de muerte”

“Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces, con un ligero estremecimiento cuando, volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer” (El almohadón de pluma, Horacio Quiroga).

Mónica Acebedo
27 de agosto de 2022 - 02:00 a. m.
"Nada hay más bello y que fortalezca más en la vida, que un puro recuerdo", decía Horacio Quiroga.
"Nada hay más bello y que fortalezca más en la vida, que un puro recuerdo", decía Horacio Quiroga.

El Modernismo europeo de comienzos del siglo XX también permeó la intelectualidad de América latina. El uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) adecuó este sentir moderno/vanguardista en la cuentística influido, fundamentalmente, por el dramaturgo Henrik Ibsen (1828-1906) y por otros de los grandes escritores de relatos cortos como Edgar Allan Poe (1809-1849), Guy de Maupassant (1850-1893), Rudyard Kipling (1865-1936) e incluso del mismo Anton Chejov (1860-1904). Con diferentes colecciones de cuentos y una temática variopinta logró convertirse en uno de los más importantes referentes del género y, con justa razón, llamado el padre del cuento latinoamericano. En los relatos de Quiroga son frecuentes los temas de horror, crueldad, amor, muerte, selva, animales y muchos otros que logra presentar a partir de una narrativa breve y contundente.

Liliana Herker inicia el prólogo de la edición de cuentos escogidos de Alfaguara del 2008 con un magistral retrato de Quiroga: «Profesor de literatura, lector refinado, áspero amante de la selva y de muchachas adolescentes, fotógrafo, admirador precoz del cine, loco, humorista, malhumorado, dispéptico, químico aficionado, testigo y causante de muertes cercanas, ciclista mecánico amateur, padre singular» (p.13). En efecto, la vida de Horacio Quiroga fue de todo, menos simple.

Horacio Silvestre Quiroga Forteza tuvo una vida azarosa que evidentemente se reflejó en su escritura. Nació en el Salto (Uruguay) el 31 de diciembre de 1878. Su aterrizaje en el mundo fue dramático: a los dos meses de nacido, a su padre se le disparó accidentalmente una escopeta y murió en el acto. Luego, su padrastro se suicidó también con un disparo de escopeta (en presencia de su hijastro), después de haber sufrido un derrame cerebral que lo había dejado paralizado, cuando Horacio tenía dieciocho años. Desde muy joven empezó a colaborar en medios periodísticos y revistas literarias. En 1900 se fue a París, en donde paradójicamente su drama con las armas continuó: mató fortuitamente a un amigo cercano porque se le disparó una pistola. Regresó a América y se estableció en Buenos Aires, donde se desempeñó como profesor y donde empezó a publicar de forma recurrente. Vivió dos matrimonios conflictivos, el suicidio de su primera esposa, algunos problemas con consumo de hachís y muchas dificultades económicas. Se enteró de que padecía de cáncer y decidió acabar con su vida al ingerir cianuro el 19 de febrero de 1937.

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Cuentos de amor, locura y de muerte es una colección publicada en 1917 por la Sociedad Cooperativa Editorial de Buenos Aires. Inicialmente contaba con dieciocho cuentos, sin embargo, él decidió eliminar tres de ellos a partir de la tercera edición.

No solamente desde el título del repertorio, sino también de cada uno de los nombres de los cuentos se siente la muerte como eje argumental: «Una estación de amor», «El solitario», «La muerte de Isolda», «La gallina degollada», «Los buques suicidantes», «El almohadón de plumas», «A la deriva», «La insolación», «El alambre de púa», «Los Mensú», «Yaguaí», «Los pescadores de vigas», «La miel silvestre», «Nuestro primer cigarro», «La meningitis y su sombra» y los tres descabezados del grupo inicial: «Los ojos sombríos», «El infierno artificial» y «El perro rabioso».

Ahora bien, la obsesión con la muerte la combina con lo sobrenatural, al estilo Poe, y en general con el sentido trágico de la vida. Lo mismo que sus relatos de amor. Aunque, su originalidad radica en la mirada a la naturaleza y en la cotidianeidad de sus personajes. Es decir, no crea héroes; todo lo contrario, son personas del común; a cualquiera le puede sobrevenir el drama. El lector tiene la sensación de estar espiando las vidas ajenas. En este sentido, las tramas no radican en las emociones de los personajes, sino en la acción, en los episodios. Por eso mismo no se detiene en descripciones, anécdotas o costumbres; se centra el eje del argumento a partir de un lenguaje sencillo, directo y estructurado.

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Por ejemplo, uno de mis favoritos, «A la deriva», corto y contundente, narra el drama y los últimos momentos de vida de un hombre que acaba de ser mordido por una serpiente. Empieza así: «El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante y, al volverse, con un juramento vio una yararacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque». Otro, de los eliminados de la primera edición, «El infierno artificial», hace sentir la influencia de Poe, con el escenario clásico del terror gótico en donde un esqueleto dialoga con el enterrador de un cementerio.

En resumen, entre lo cotidiano, lo macabro y lo sobrenatural, Horacio Quiroga sella un estilo original, modernista y vanguardista que lo convierten en uno de los escritores latinoamericanos más importantes del comienzo del siglo XX. Escribió, además, un compendio de la teoría cuentística que sirve de referente a cualquier persona que se aventure en la escritura: El manual del perfecto cuentista (1925), un decálogo que no solo explica la técnica, sino nos remite a los principales autores de cuentos del siglo precedente.

Por Mónica Acebedo

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