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La imagen del hombre convertido en un insecto gigante es posiblemente uno de los símbolos más poderosos de la historia de la literatura del siglo XX. La metamorfosis (1915), de Franz Kafka, es una novela publicada en un momento de guerra doloroso y abrumador en Europa; una novela existencialista que nos habla del individuo frente a una sociedad que lo apabulla, en la que lo de menos es la transformación en insecto. Esta es, sin duda, la obra más representativa y popular del autor. Sin embargo, en esta Historia de la Literatura me voy a referir a una que me impresionó tanto o igual que la de Gregorio Samsa: El proceso, publicada de manera póstuma en 1925 gracias a que su amigo Max Brod no quemó los restos de sus escritos después de su muerte, como expresamente Kafka le había exigido. Dejó el manuscrito sin terminar, pero lo que quedó se convirtió en uno de los más importantes referentes literarios y, de paso, jurídicos.
Franz Kafka tuvo una vida corta, trágica y difícil. Nació en 1883 en Praga en el seno de una familia de comerciantes judíos. Su madre era perteneciente a una clase social superior que la de su padre y con más recursos económicos. Estudió en un colegio alemán en Praga y de hecho el alemán se convirtió en la lengua de su escritura. Su padre lo obligó a estudiar leyes a pesar de la evidente preferencia por las letras y la filosofía. Fue víctima de la discriminación contra los judíos, lo que lo llevó a interesarse por el sionismo y sus orígenes. Tuvo una relación tormentosa y conflictiva con su padre que, según algunos de sus biógrafos, se refleja en varios de sus escritos, sobre todo en La metamorfosis. Se iba a casar, pero cuando se enteró de su enfermedad rompió el compromiso. Murió de tuberculosis en 1924 en un sanatorio de Kierling (Austria).
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Sigue a El Espectador en WhatsAppEl conocimiento de las leyes y el paso por varios bufetes de abogados le dejaron una mirada crítica a la justicia, a la aplicación de las leyes y al debido proceso. Precisamente esta obra, originalmente titulada en alemán Der prozess, ha sido considerada por algunos una novela política de tendencia anarquista, y por otros, simplemente una continuación de su exploración existencialista. Al mismo tiempo dibujó con esta singular trama una especie de aparato judicial paralelo, distópico y contrario a lo que las ideas liberales constitucionales abogan. Representa el miedo de cualquier ser humano a ser juzgado injustamente o, mejor aún, a ser procesado al margen de la ley, sin ser consciente de haber cometido un crimen.
Así empieza el relato: “Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido”. En efecto, el protagonista, a quien a lo largo de la narración los jueces llamarán exclusivamente K, es detenido y los individuos que lo arrestan no le informan la razón de su detención; simplemente le dicen que se encuentra procesado. En adelante K será víctima de un sistema judicial decadente, sumamente burocrático e insólito. Las oficinas judiciales están ubicadas en extraños edificios de la periferia. Por momentos se enfrenta a personas que parecen querer asistirlo, pero nunca alcanza ni entiende a ninguno. No sabe por qué lo juzgan, no sabe qué tribunal lleva su caso, no sabe nada, salvo que se trata un sistema judicial paralelo y ambiguo. Un tío le consigue un abogado, el de los pobres, que se encargará de ayudarlo en su defensa. Pero el proceso cada vez parece consumirlo y enredarlo más. Una de las más famosas frases de la novela se refiere a los abogados:
“—¿Los grandes abogados?— preguntó K. —¿Quiénes son? ¿Cómo es posible llegar a ellos?”.
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“—Veo que nadie le había hablado de su existencia —dijo el comerciante. —Apenas hay un acusado que, después de oír hablar de los mismos, no se haya pasado una larga temporada soñando con ellos. Mejor será que no se deje inducir a semejante cosa. No tengo ni idea de quiénes son los grandes abogados y es imposible tener acceso a ellos. No conozco ni un caso en el que se pueda decir con toda certeza que han intervenido. Defienden a alguien, pero su colaboración no se obtiene nunca por propia voluntad; sólo defienden a quienes desean defender […]”.
En medio de la angustia y desolación, el procesado conoce a un pintor que retrata a los jueces y le explica que él puede serle de mucha ayuda, por lo menos para suspender o retrasar el proceso. Tampoco sirve… Luego, una de las más famosas escenas es su conversación con un sacerdote de la cárcel, de cuyo diálogo se extrae el núcleo del pensamiento kafkiano sobre la ley. Para él, la ley plasma un principio de justicia utópico que nunca podrá ser alcanzado: “Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre procedente del campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada”.
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En suma, Franz Kafka, al igual que lo hizo con la mayoría de su obra literaria, retrata una especie de alineación del hombre de la sociedad; una forma de inadaptabilidad de los individuos a las instituciones. Pero, aparte de esa mirada crítica a la burocracia, a la sociedad burguesa y a la condición humana, su mayor contribución, a mi juicio, es el aparato narratológico que deambula entre lo real y lo fantástico y que sella la construcción de la gran novela moderna del siglo XX, junto con otros contemporáneos como Proust, Joyce, Mann, Céline y Wolf.