Algunos dicen que la Edad Media se caracteriza por ser oscura; esto es, a mi modo de ver, una mentira histórica. El hecho de que se trate de una cultura distinta a la clásica y a la moderna, y que haya quedado atascada en el medio, no quiere decir que sea lóbrega o que esté ausente. Para sustentar esta afirmación me permito parafrasear al profesor Aurelio González, del Colegio de México, en sus extraordinarios videos llamados Vida y cultura medieval, quien nos explica que basta con observar las catedrales góticas para destacar la luminosidad de los vitrales y toda la producción artística que rodea la vida medieval, como la arquitectura, la música, la pintura, la escultura, la literatura en general y la poesía en particular (que juega con la música de una manera original) y que, por el hecho de estar influenciada por el cristianismo, no deja de ser fabulosa, además de un referente indispensable para el desarrollo sociocultural del mundo occidental moderno. La culpa de llamar oscura a la Edad Media proviene, probablemente, de la interpretación hecha por parte de movimientos neoclásicos posteriores que consideraron que durante esos 10 siglos no hubo creaciones culturales comparables a las grecorromanas o a las renacentistas.
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El polémico período que llamamos medievo o Edad Media se inicia, según algunos historiadores, a partir de la muerte del emperador Romulus Augustos Pío Félix Augusto (461-476). Después de su muerte no hubo ningún sucesor y, por lo tanto, con él termina el Imperio romano. Así, un Imperio que manejaba todo el Mediterráneo, Europa y el norte de África deja de tener sentido como organización política. Es decir, la sociedad requiere un nuevo modelo que garantice la vida en sociedad. Surge entonces la necesidad de que unos grupos sociales, que se van instalando junto con las invasiones de los pueblos bárbaros, se organicen para protegerse y vivir bajo un nuevo proyecto político, social, cultural, económico y militar. Unas personas tienen la posibilidad castrense para proteger a otras, que, en cambio, tienen la capacidad productiva. En ese sentido, se hace una especie de contrato social entre los partícipes de la sociedad que luego, unos siglos después, Carlomagno llamara oficialmente el feudalismo.
Dentro de este nuevo modelo no todo es novedoso. Se mantienen algunos esquemas culturales del Imperio como el idioma (el latín), el cristianismo (que ya era la religión oficial del Imperio desde tiempos del emperador Constantino) o el derecho romano (que se mantiene vigente hasta nuestros días), pero se instauran otros esquemas de organización política y social que se divide en estamentos, según su función. La pirámide estamentaria se organiza de la siguiente manera: en primer lugar está el estamento Bellatore, que cuenta con la capacidad guerrera; el siguiente es el Oratote, que maneja el sistema de creencias religiosas y le da soporte espritual a la sociedad y, por último, esta el Labratore, que tiene la función productiva. Dentro de esta pirámide, cuya base es el pueblo, no hay posibilidad de movilidad social. Porque, precisamente, entre los dueños de las tierras, quienes además tienen la capacidad guerrera, surge la idea de nombrar a una persona que los gobierne: un rey. En otras palabras, entre “los iguales” nace un monarca y se crea un pacto vasallático, según el cual esos guerreros se comprometen a proteger, mientras que el pueblo, en su mayoría rural, produce lo necesario para que la población se alimente y para que los nobles cumplan con su misión guerrera. Germina el concepto de la corte, que es la que rodea al monarca dentro de la nobleza. Pero, además, se crea el sistema de herencia del trono para garantizar estabilidad en el nuevo esquema. Por su parte, el clero mantiene el control del conocimiento escrito y, aunque no es clara (por lo menos al comienzo) su función en el manejo político, sí hay injerencia.
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Poco a poco va surgiendo el artesano y con ello se crean los gremios y se desarrolla la economía de intercambio, la creación de las pequeñas ciudades o burgos que contribuyen al fortalecimiento de la vida cultural. Desde la perspectiva de la literatura se mantiene la oralidad que se combina entre la vida del pueblo y la de los diferentes castillos y cortes que empiezan a surgir. Por ejemplo, los trovadores desarrollan una de las más hermosas producciones lírico-musicales: el trovador (compone), el juglar (canta). Igualmente, en tiempos de paz, los guerreros se ven obligados a refuncionalizar su labor, usualmente dentro de los palacios y por eso surgen los torneos, los bailes e incluso la novela de caballería a partir del amor cortés, al cual haremos referencia en próximos artículos.
En resumen, diversas influencias, un marco religioso claro y dominante contribuyen al establecimiento de un nuevo método social y cultural que va a comportar una variada producción literaria, principalmente a partir de la tradición oral: poesía lírica; las jarchas españolas, que amalgaman las expresiones islámicas, judías y cristianas; la poesía épica, dentro de la que encontramos los cantares de gesta, que van a incorporar los valores del héroe guerrero presentes en el ideario colectivo; las novelas de caballería, que definen el amor a partir del esquema vasallático, y otras expresiones religiosas y profusas formas literarias que se entremezclan en todas las esferas sociales. Cierro con una cita de Walter Ullmann que sintetiza el eje temático en el que crecerá la literatura medieval: “La literatura y la organización política de la Edad Media europea se caracterizan por la fusión del ideario platónico con las ideas romanas, cristianas y germánicas”.