Historia de la literatura: Martín Lutero

La mitología grecorromana, las creencias egipcias, las leyendas celtas, los mitos nórdicos, el judaísmo, el cristianismo y todos los sistemas dogmáticos han tenido opositores, reinterpretaciones y un abanico de constelaciones conflictivas. En ese orden de ideas, la reforma a la Iglesia católica romana en Europa, iniciada por el alemán Martín Luder, quien posteriormente deja su huella en la historia como Martín Lutero, se convierte en un referente histórico, político, religioso, filosófico y, por supuesto, literario; no solo por las condiciones extratextuales que se filtran de las novelas, de los poemas, de los ensayos y de todas las expresiones artísticas contemporáneas y posteriores, sino también por los mismos escritos luteranos.

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Nació en Eisleben, Alemania, el 10 de noviembre de 1483, y falleció en la misma ciudad el 18 de febrero de 1546. Entró en 1505 a la orden de los monjes agustinos; se doctoró de teólogo de la Universidad de Wittenberg en 1512 y, poco después, se convirtió en profesor de la misma institución. Desde sus primeros años como catedrático y religioso empezó a criticar varios aspectos de la Iglesia católica, en especial, el tema de las bulas e indulgencias que se impartían a diestra y siniestra. A cambio de una suma de dinero, que ingresaba directamente a las arcas de la Iglesia romana, se perdonaban los pecados, en principio para reforzar uno de los postulados esenciales del cristianismo: la piedad y la caridad. Sin embargo, poco a poco esta práctica se fue mercantilizando. Afirma Berd Roeck en la Historia de la literatura de Akel: «[…] las indulgencias habían devenido un negocio excesivamente escandaloso en virtud de la avenencia entre el Estado y la Iglesia» (V IIII, p.76). Es decir, la salvación cristiana se había convertido en un producto que se ajustaba a la oferta de demanda, como cualquier otra mercancía que terminaba favoreciendo a las personas con mayor poder y recursos, a costa del miedo de los fieles de perder el alma en la otra vida si no adquirían las famosas indulgencias.

Pero no solamente eran las indulgencias las que molestaban al agustino, también, la creciente corrupción, las ansias de poder y la politización dentro de la Iglesia romana. Por eso propuso en 1517, ante un grupo de colegas académicos, noventa y cinco postulados que, inicialmente, escribió en latín y fijó en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, y que de inmediato tuvieron un éxito que él mismo no se esperaba. Fue tal el nivel de inconformismo de la sociedad y el ejercicio arbitrario de la Iglesia, que la acogida de sus planteamientos fue inmediata. Ahora bien, también fue útil la invención de la imprenta, que ya por ese entonces se había popularizado y por lo tanto fue mucho más rápida su divulgación. Igualmente, dentro de los condicionamientos que favorecieron el ambiente reformista estaban la creciente alfabetización de la sociedad, las influencias del pensamiento humanista y la mirada renacentista en la creación artística del momento.

Uno de los fundamentos de la Reforma que más implicaciones tuvo en el comportamiento de las personas y, por ende, en la literatura, y el más importante, consistía en que el individuo se podía situar directamente ante Dios y, en esa medida, no requería de una intervención o intermediación constante de la iglesia. Así, Jesús era el único mediador entre Dios y los hombres y, por lo tanto, las actividades y ritos creados por la Iglesia católica romana no serían la forma de salvación; solo a través de Cristo y de la fe era que el ser humano podría obtener la salvación y no a través de actos burocráticos y mercantilistas. Este planteamiento supuso un desconocimiento del papado romano y de la mayoría de los sacramentos católicos, como, por ejemplo, la confesión. Afirmó que los pastores eclesiásticos podían contraer matrimonio y tener familia porque, según él, así ocurría en las primeras comunidades cristianas, que no estaban impregnadas de poder y ambición.

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Otra tesis luterana que revolucionó el pensamiento medieval era su visión de la sexualidad. La Iglesia católica había desarrollado la interpretación de la sexualidad a partir de la idea de la inmaculada concepción y en esa medida las relaciones que no tuvieran el propósito de procrear se consideraban pecaminosas. Lutero, en cambio, aseguraba que la sexualidad era parte inherente del ser humano y del matrimonio.

En suma, solamente Cristo, la gracia, la fe y la sagrada escritura llevarían al ser humano a la salvación del alma. Estos sencillos postulados revolucionaron el pensamiento del mundo y condujeron a muchísimas reinterpretaciones y variantes del cristianismo. De hecho, se podría decir que el luteranismo dividió la historia de Europa en dos. Fue esencial para el cierre de la Edad Media y el inicio de la Modernidad y, de la mano del humanismo y la intención artística renacentista, sirvió para sellar unos planteamientos que hasta ese momento se creían inamovibles. Tanto, que a la Iglesia católica le fue forzoso responder a este huracán sociológico con el Concilio de Trento y con la llamada Contrarreforma, que al igual que Lutero, se convirtió en un referente cardinal en la literatura y en el pensamiento social posterior.