Nació en Arezzo (Toscana) en 1304 y murió en Arquà (Padua) en 1374. Hijo de Petracco di Ser Parenzo, un notario florentino, y de Eletta Canigiani. Su padre fue expulsado de Florencia por desavenencias político-religiosas (conflicto de los güelfos y gibelinos) y le fue forzoso viajar por muchos lugares de Francia e Italia. Estudió en Montpellier donde conoció los movimientos poéticos provenzales y luego en Bolonia donde viajó con su hermano para estudiar leyes. Conoció el Dolce stil nuovo, que seguramente lo alejó de la vida jurídica y lo centró en el estudio de las letras. Heredó una pequeña fortuna de su padre que, al parecer, dilapidó muy pronto. Por esa razón tuvo que tomar órdenes religiosas menores. Esta formación religiosa le permitió acceder al estudio de los clásicos: Cicerón, Virgilio, Tito Livio y Agustín de Hipona.
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Alessandro Vitale puntualiza que Petrarca fue un precursor en términos lingüísticos y culturales: «Petrarca dirigió su agudeza y su gusto a la definición de una lengua que debía conversarse durante siglos como la lengua de la literatura italiana, de una lengua que no querida y siempre sentida como algo extraño y artificial, elevada por encima de la gran variedad de los modos de hablar del italiano durante siglos, quedó con lengua de la formación superior» (Historia de la literatura, Akal, V 2, p. 348). Y, es que a pesar de que la mayor parte de su obra la escribió en latín, también produjo múltiples escritos en lengua vulgar a partir de diversos esquemas que amalgaman las formas cultas con el lenguaje vulgar y los conceptos literarios latinos clásicos.
Su erudición y amor por los clásicos le permitió desarrollar una escuela lingüística y literaria. Afirma Francisco Rico que «[…] Petrarca va más allá cualquier predecesor: no es un aficionado que amplia sus horizontes leyendo a los antiguos, sino que se convierte en un verdadero profesional de la filología clásica» (Lecciones de literatura universal, Cátedra, p. 102). En latín escribió en prosa, en verso y en forma epistolar. Una de sus obras magistrales es Epístola ad posteros o Posteriati que contiene parte de su biografía hasta alrededor de 1371. También es conocida su obra de cartas sobre la iglesia de Aviñon cuando esta era la sede papal, llamada Sine nomine. Pero, probablemente, su legado más relevante es el Cancionero, este sí escrito en lenguaje vulgar y en verso. Los estudios literarios coinciden en que Petrarca empezó a escribir esta recopilación lírica desde que conoció a Laura, una mujer que supuestamente conoció en Aviñon el Viernes Santo de 1327. No se sabe si en efecto la tal Laura existió o si es simplemente un instrumento de idealización amorosa que le sirve para el perfeccionamiento de su voz poética.
El Cancionero, publicado por primera vez en 1470, es un compendio de gran parte de su obra poética que, a pesar de contener supuestos fragmentos (frammenta) y naderías (nugellae), mantiene unidad en la trama: el amor hacia una mujer durante toda una vida e incluso después de la muerte de esta. Consta de 317 sonetos; veintinueve canciones; nueve sextinas; siete baladas y cuatro madrigales. Estas diferentes métricas son esenciales a la hora de presentar el cambio de los sentimientos del poeta. El relato amoroso que atraviesa la colección de poesía se presenta en dos partes: una durante la vida de su amada y otra después de muerta (in vita, in morte)
De este esquema nace precisamente “el petrarquismo” como movimiento lírico que, a pesar de constar de partes poéticas independientes, presenta una estructura unificada en cuanto al eje temático. Es decir, allende de su estructura fragmentaria debe reservar una secuencia argumental; el núcleo es el amor y todo lo que lo rodea: los celos, la pérdida, el sufrimiento, el desamor y la soledad; también se nutre de metáforas, alegorías, antítesis y diversos motivos literarios para expresar el sentimiento; los rasgos físicos de la mujer amada, usualmente, presentan un dibujo de una dama rubia, cuyo cabello es solo comparable con el oro, labios del color de un rubí, tez blanca como la nieve, ojos azules del color del cielo.
Así se refiere el poeta al ataque de Amor en algunos versos de la famosa antología:
«Para hacer más agraciada su venganza / y castigar en un día toda ofensa, / celado Amor toma el arco y tensa, / como hombre que por hervir va en asechanza. / Estaba en el corazón mi virtud en danza / para hacer allí con los ojos su defensa, / cuando el golpe mortal ya se dispensa / donde se despuntaba todo dardo o lanza.» (Traducción de Pedro Navarro Ainoza)
En síntesis, a través de una colección poética amorosa que contiene una métrica heterogénea, el Cancionero de Petrarca se convierte en un paradigma estilístico renacentista que combina los sentimientos y la visión antropocéntrica propia del humanismo con lo clásico. Dialoga de manera directa con el “amor cortés medieval” que idealiza a la dama y la eleva a beldad sublime y a perfección virtuosa y espiritual.