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“Historias que corren como ríos”: Latinoamérica contada en mitos y leyendas

Este compendio de Adriana Carreño revive algunas de las historias fantásticas que han trascendido generaciones y que explican la creación del hombre, el origen del Sol y la Luna, la aparición del fuego y del maíz, entre muchos otros sucesos.

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Jefferson Echeverría
15 de junio de 2025 - 11:30 p. m.
"Historias que corren como ríos" es un compendio de mitos y leyendas escrito por Adriana Carreño e ilustrado por Óscar Soacha.
"Historias que corren como ríos" es un compendio de mitos y leyendas escrito por Adriana Carreño e ilustrado por Óscar Soacha.
Foto: Cortesía Panamericana Editorial
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El legado de nuestros antepasados indígenas es un vasto río que fluye incansablemente por los cauces de la memoria y la palabra. En este, sus viajes, compuestos de sucesos increíbles, suelen atribuir fenómenos y símbolos a una esencia cultural propia que atraviesa las fronteras del tiempo y acude a elementos sobrenaturales para explicar de manera poética el principio de todas las cosas. La comunión con la tierra, así como las voces que narran los grandes misterios de la naturaleza, configuran el principio de una riqueza literaria interminable, plasmada en mitos y leyendas.

Pese a diversos accidentes geográficos y a múltiples cicatrices ocasionadas por rupturas históricas, en esta gran porción continental llamada Latinoamérica, las hazañas, los héroes y los dioses aún prevalecen dentro de las raíces de una tradición milenaria. Los protagonistas, poseídos por una valentía innata, nos traen historias de encuentros fantásticos, revelaciones inauditas y complejas travesías, materializadas en valores que poco a poco determinan el destino de una comunidad.

Dentro de esa amplia trayectoria que ha logrado trascender a lo largo de varias generaciones, debemos conceder un mérito especial a esos testigos de la narración cuya intensa labor ha podido consagrar en páginas aquello que, en su momento, tan solo era parte de la tradición oral. Sus obras, si bien imprecisas tanto por el estilo de una composición lineal como por las convicciones de una época compleja, nunca han perdido vigencia literaria ni, mucho menos, sus alcances culturales, tan presentes a lo largo de un descubrimiento profuso e intenso en cuanto a creencias y concepciones sobre el mundo.

Obras como Popol Vuh, Chilam Balam y Yurupary son algunos ejemplos de dicha magnitud investigativa que hoy siguen explicando rasgos importantes sobre el origen y el reconocimiento de múltiples comunidades, enriquecidas por sus mitos y leyendas.

En suma, son varias las obras que han emergido en cantos, voces y conjuros: los antecedentes de una herencia que, indiscutiblemente, necesita de testigos que la aprecien; y el caso de la obra compuesta por la colombiana Adriana Carreño no es la excepción. Historias que corren como ríos es un compendio práctico de paisajes y sucesos. Cada relato es una aproximación al reconocimiento de culturas latinoamericanas importantes, trazadas en fenómenos naturales e ilustradas en la magia de sus lugares, que todavía definen el sentido de su propia existencia.

Algunos relatos de Historias que corren como ríos

Esta obra está dividida en dos partes: “Cuando todo empezó” y “Cuentan los que saben”. Con ellas se compone un tejido impregnado de momentos en los que sobreabunda el protagonismo de los héroes, e invita a los lectores a distinguir la magia de los diferentes espacios que la rodean. La primera historia nos revela cómo Bochica, uno de los dioses de los muiscas, le da una recompensa de obediencia a Piracá, un hombre trabajador quien, para llevar sustento a su casa, es el primero en conocer el luminoso grano de oro llamado maíz.

Si bien los valores esenciales han hecho parte de la tradición milenaria, las rencillas familiares también componen este vasto repertorio de tradiciones; en el caso de Pachamama y Pachacamac, la historia de un amor interrumpido por los celos del perverso Wacon nos ilustra cómo los delirios crueles pueden causar el espíritu de la venganza, finalmente justificado por los sueños.

El agua también puede convertirse en precursora de la muerte. Así le ocurrió, en el pasado, a las provincias de Azuay y Cañar, en Ecuador. Dicen que fue tanto el diluvio que arrasó con todo lo que había en la naturaleza, que solo dos hermanos sobrevivieron semejante catástrofe, quizás para ser testigos de un posterior milagro.

En el caso de los chamacocos y nukak makú, tribus indígenas de Paraguay y de Colombia, el libro comparte el origen de la humanidad a través de un suceso peculiar: un milagro colectivo. Dicen que antes los hombres solían vivir en el centro de la Tierra, específicamente en las profundidades, pero, gracias a un instinto de exploración, accidentalmente fueron esparcidos por diferentes territorios y, de ahí, se definió el principio de todas las civilizaciones.

En la tierra de los motilones barí, el dios Sabaseba, junto con su familia, se hallaba concentrado en su incansable labor de organizar el caos que rodeaba el mundo. Apenas el deseo de comer sacudió su vientre, tomó una piña y vio, perplejo, los primeros vestigios de vida que surgían en forma de seres humanos.

En el mito de Makemake, la isla de Pascua, en Chile, tiene una explicación onírica sobre el origen de la humanidad. De la roca a los mares, fue la tierra roja moldeada bajo sus pies la que definió el principio de una civilización que, posteriormente, se transformó en una determinación nómada por descubrir nuevos horizontes, exactamente en las inmediaciones del océano Pacífico, donde actualmente habita la etnia rapanui.

El brillo de los isondúes es el claro símbolo luminoso de un fuego sagrado que nunca se apaga. Antes bien, como el brillo de las luciérnagas, alguna vez expandió sus destellos por todo el mundo gracias al suave soplo de Tupá, el dios generoso, quien, al lanzar una larga bocanada, quiso darle una lección contundente al envidioso Añá.

En Bolivia, hay una abuela grillo a la que una vez se le despreció por un descuido. Solo un acto de misericordia conmovió su interior y la hizo regresar, pero cuentan que todavía en su corazón se alberga ese ligero resentimiento.

Hay una leyenda ejemplar de la cultura maya que habla sobre un hombre que siempre se mostraba inconforme con todo. Su corazón, preso de una profunda tristeza, alarmó a los animales de todo el reino. En su empeño de complacer al hombre, quisieron sacrificar todo lo que tenían con tal de transformar su tristeza; sin embargo, la frustración se agudizó cuando todos descubrieron cuáles eran las verdaderas intenciones de aquel raro espécimen humano.

Los koreguajes colombianos tienen una historia muy particular. Cuentan que, en la selva del Caquetá, era tanta la escasez de agua que, si destinaban el poco suministro para comer, les era imposible tener una porción mínima para bañarse. Pero la perplejidad captó todas las miradas de los habitantes al notar el aspecto de un hombre cuya serenidad sobresalía por su extrema limpieza con respecto a los demás: claramente tenía un estanque secreto.

El destino de Kapracán con los volcanes, según la tradición quiché, es la historia de un gigante, dueño de una fuerza descomunal, cuya ambición lo cegó a tal punto de permanecer eternamente esclavizado en aquello que solía destruir con imponencia.

La princesa Curubandá hizo todo lo posible por engrandecer su indigno amor hacia Mixcone, un hombre que no pertenecía a su tribu. Al soportar flagelos, exilios y desprecios, ejecutó un sacrificio desmesurado pero significativo, donde el fruto de sus entrañas se resguardó en los contornos de la tierra como un acto de memoria a una larga ausencia.

En cambio, la historia de los waraos nos enseña la cómplice fantasía de dos jóvenes quienes, tras apreciar el espectáculo de la luz refulgiendo en la penumbra extendida, olvidaron por un momento sus obligaciones e intereses propios.

Como podemos apreciar, nos encontramos ante una proliferación de sucesos extraordinarios organizados a través de un trabajo que redefine el sentir latinoamericano. Por eso, gracias a las ilustraciones de Óscar Soacha, la diagramación de Iván Correa y Martha Cadena, y la edición de Luisa Noguera Arrieta, Panamericana Editorial ofrece un compendio de mitos y leyendas que nos ayuda a reconocer un poco más sobre el panorama ancestral.

Por Jefferson Echeverría

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