Dolores murió de viejo, cultivando tierra ajena,
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y hoy son un solo aparejo, mortaja, trabajo y pena.
El dueño le prometió tierra para su labranza
y Dolores prosiguió, y Dolores prosiguió,
cultivando su esperanza
Ocurre que en las sociedades, nunca estáticas y siempre en movimiento, se han presentado históricamente fuertes choques entre quienes se consideran guardianes de la tradición (y a veces de “la moral y las buenas costumbres”, con todo y las connotaciones a veces complicadas que eso trae) y los que proponen cambios profundos y estructurales frente a lo que ya existe, en el ámbito que sea. (Recomendamos: Un perfil del fallecido músico Ernesto “Teto” Ocampo, escrito por Petrit Baquero).
Dicha situación, por ejemplo, se manifiesta permanentemente en el debate político que pulula por todas partes, a pesar del —o precisamente por el— cuestionable nivel de algunas discusiones, exacerbadas y polarizadas por la facilidad que dan las redes sociales para opinar sobre cualquier cosa a toda hora. Esto hace que muchas veces choquen de manera radical, ya sea superficial y desinformadamente, o, todo lo contrario, posiciones antagónicas entre quienes tienen visiones más conservadoras y aquellos que cuentan con percepciones más liberales y, si se quiere, rebeldes —¿y resistentes?— frente al orden establecido. Y si bien esto puede obedecer muchas veces a intereses particulares sobre lo que se tiene o no, también responde a talantes personales, contextos específicos y percepciones diferentes de la realidad, que siempre existirán.
Eso sí, y lo siento por los férreos guardianes de dicho orden que, por supuesto, defenderán su visión del mundo cada vez que puedan; la historia demuestra que a la larga ganarán, así en el corto plazo no lo parezca, aquellos que, con todos los matices, quieren que el mundo cambie —y que, en varios casos, se han sacrificado por ello—, pues así ha ocurrido y seguirá ocurriendo.
Pero no se trata, al menos en el contexto del arte —vale aclarar—, de derrumbar absolutamente todo lo que ya existe y construir un nuevo mundo de la nada (sobre todo desde que pasamos de ser revolucionarios a simples reformistas), sino de conocer la tradición, utilizar las sólidas bases de lo que hay, aprender del pasado, que es a la vez un proceso constante de cambio y transformación, y proponer nuevas acciones que, en el caso de la música, se ha traducido en armonías novedosas, melodías modernas, temáticas contemporáneas, letras diferentes, timbres e instrumentos distintos (o nuevas formas de interpretarlos); ritmos nuevos y muchos más medios de difusión, lo cual marca, de todas formas, percepciones distintas, a veces más complejas y contemporáneas de lo que se conoce, incluso sobre que lo que, en su momento, fue también renovador y que, con el tiempo, pudo pasar a convertirse en la tradición y el supuesto “deber ser”.
Y en ese proceso, rico, lleno de matices y, claro está, contradicciones permanentes entre las vanguardias y las tradiciones, es que surgen seres que dejan en muchos más, a veces sin darse cuenta, un influjo significativo, perdurable e indeleble, pese a no ser reconocidos por la gran masa, en ocasiones tan metida en la mera supervivencia y la búsqueda desesperada de entretención (o “circo”, como decían antes).
Ese es el caso de Leonel Cardona García, conocido como “León Cardona”, uno de las grandes figuras de la música en Colombia que acaba de morir el 3 de diciembre de 2023 en la Clínica Cardiovascular de Medellín, empezando la tarde, a los 96 años de edad. El nombre de Cardona, seguramente, no es muy conocido para la gran mayoría de gente, pero es venerado por muchos de los que gustamos de la música andina colombiana, pues sabemos que se trata de un notable creador que se puede ubicar al lado de personajes legendarios como Pedro Morales Pino, Luis A. Calvo, Lucho Bermúdez, Gentil Montaña, Jesús Zapata Builes, Carlos Flórez y Fernando “El Chino” León, entre muchos más. Y lo es porque le metió creatividad, modernidad, innovación y mucho estilo (y jazz, bossa-nova, onda nueva y otras cositas bien bacanas) al bambuco, al pasillo y a otros ritmos colombianos, cuestión que nunca ha dejado de sorprenderme, por lo que su música, a pesar de tantos años, sigue sonando fresca, profunda, vanguardista, novedosa y moderna, y eso no es cualquier cosa.
Si no fuera por ti
¿dónde estaría?
Si no fuera por ti
a quién diría
que la mañana estuvo gris,
de un gris melancolía,
pero que de ese modo soy feliz
¿A quién diría?
Leonel Cardona García nació en Yolombó (Antioquia) el 10 de agosto de 1927. Desde muy niño dejó ver un gran talento para la música aunado a una aguda sensibilidad hacia las concepciones estéticas que mandaban la parada en esos territorios, a veces bucólicos, a veces violentos. Por eso, se trasladó muy joven a Medellín para estudiar en el Palacio de Bellas Artes donde comenzó a desarrollar su visión del mundo, a través del estudio serio de la música, de la mano de grandes maestros como Pietro Mascheronni, Alex Tovar, Antonio María Peñalosa, José María Tena, Eusebio Ochoa y Luisa Maniguetti, entre otros, primero de forma teórica y luego práctica, convirtiéndose en un excelente ejecutante del tiple y la guitarra, además de un gran arreglista, un buen director de orquesta y, como se observó poco tiempo después, un genial compositor.
En ese camino, comenzó a ser parte de la bohemia paisa de la que participaban figuras notables y que sentían al tango como propio, sobre todo después de la muerte de Gardel, pero que a la vez comenzaban a incorporar en la música que se oía en el país, los influjos y las sonoridades del jazz, que habían revolucionado al mundo durante tantos años. A la vez, ya sonaban con fuerza las cumbias y los porros que se empezaban a grabar en Medellín, como nuevo epicentro discográfico del país, y los viejos y nuevos bambucos, de origen más rural, y los pasillos, de inicios más urbanos, que no podían faltar, pues se seguían componiendo, cantando y disfrutando como parte de una tradición que tenía destacados intérpretes.
En esas, Cardona se convirtió en un notable ejecutante de la guitarra eléctrica que, como cuenta Jaime Andrés Monsalve, era una Gibson Les Paul que llegó a través de un pariente político; todo un lujo —y, sobre todo, una novedad— en aquellos tiempos, además de un objeto extrañísimo en la Colombia de los primeros años cincuenta. Posteriormente, y encantado por el nuevo mundo que representó para la música —y los músicos— la bossa-nova venida del ecléctico Brasil, Cardona agarró su guitarra eléctrica para ejecutar esas músicas que, como su nombre lo indica, sonaban nuevas en todo el sentido de la palabra, lo cual le llevó a ser contratado por el Grill Europa en Bogotá como instrumentista solista y, posteriormente, músico de grabación para diferentes artistas, como el clarinetista español Luis Rovira, quien, según distintas fuentes, presentó el primer álbum de jazz hecho en Colombia (titulado Luis Rovira Sexteto), el cual contó con la guitarra y algunos arreglos del ya reconocido maestro paisa.
Ya con un nombre bien ganado en la escena musical, Cardona se devolvió a Medellín, pues fue contratado por la compañía discográfica Sonolux para ser su director artístico, con lo cual pudo firmar a nuevos artistas y, sobre todo, seguir tocando, arreglando y componiendo para los músicos que formaban parte del sello. Así, Cardona fue el arreglista de la legendaria Orquesta Sonolux, dirigió el coro Cantares de Colombia, estuvo al frente de la orquesta de la emisora Nueva Granada, fue parte de importantes agrupaciones de música andina colombiana (que, en aquellos tiempos, se denominaba, a secas, “música colombiana”), como el legendario “Trío Morales Pino” y, sobre todo, el “Trío Instrumental Colombiano” (mi favorito), y grabó discos de diferentes géneros musicales como el bolero, el tango y, más adelante, la denominada “música tropical”.
Este fue el momento, ya entrados los años sesenta, en que Cardona, con la ambición de quien tenía muchas cosas por decir, le dio un vuelco significativo a la música andina colombiana, esa que por mucho tiempo identificó al país como el “aire nacional” y que durante muchos años se cultivó en las casas y celebraciones populares, antes de que géneros venidos de otros lugares la fueran desplazando. En esta vía, el maestro, quien tocaba con varias agrupaciones por diferentes lugares del país, puso en evidencia que lo que ha sido tradición, con férreos guardianes que, a veces, se molestan frente a cualquier cambio o mirada diferente, podía incorporar nuevos lenguajes, si se quiere, más modernos, que dejaran ver que se trataba de una música viva, acorde con los tiempos que corrían, en contextos urbanos y que no excluían las temáticas sociales, tan necesarias siempre en entornos complejos como el colombiano.
Y esto, que ya lo llevaba haciendo durante años, fue corroborado cuando Hernán Restrepo Duque, uno de los directores de Sonolux, le pidió musicalizar tres poemas del escritor y periodista Óscar Hernández Monsalve, los cuales, además de sus temáticas, presentaban un lenguaje diferente, al menos con respecto a las canciones que tradicionalmente sonaban en Colombia. Cardona aceptó el encargo y en un par de días convirtió en bambucos las letras del periodista, los cuales fueron parte del álbum La internacional de Leonor González Mina (Sonolux, 1968). Esas canciones fueron “La Mejora”, “El Premio” y “No abandones tu tierra”, las cuales ayudaron a consagrar a la “Negra Grande de Colombia” por su bonita interpretación en la que, aparte de la voz hermosa de la cantante, sonaba solamente la guitarra de Cardona, según se dice, por falta de tiempo para hacer los arreglos, pero, seguramente también, por su gusto bossanovero marcado por el influjo minimalista de João Gilberto y Antonio Carlos Jobim. Pero en este caso, no se trató solamente de un buen disco, sino sobre todo de la nueva mirada que este creador puso en evidencia al presentar unos bambucos modernos con armonías deudoras de otras músicas, melodías novedosas y, por supuesto, letras más complejas o, al menos, diferentes a las que se oían tradicionalmente.
Esto dejó ver que Cardona era un relevante artista que, sin olvidar las tradiciones y los valores del pasado, planteaba cambios profundos e incluso estructurales que renovaron los lenguajes, las miradas y percepciones de la realidad para, de manera efectiva, cambiar estéticamente al mundo que lo rodeaba con nuevas miradas, sonoridades, percepciones y formas de ser e incluso sentir, lo cual lo consolidó como un revolucionario de la música en Colombia que, si bien recibió algunas críticas por algunos sectores conservadores que consideraban que se le estaba quitando “pueblo” a esta música, en general fue celebrado y, como ocurre con quienes marcan un estilo que resulta siendo exitoso, imitado hasta tener una larga fila de seguidores que buscaron recorrer un camino similar.
Cafetalito sembrado
con el sudor de mi frente:
tu corazón de rubí
tu corazón de rubí
se lo beberá otra gente.
Yo esperé tu nacimiento
y di color a tus granos,
y al fin solo me quedé
y al fin solo me quedé
con el sudor de mis manos
Además, León no estuvo nunca alejado del alma popular, pues su música, si bien tenía un evidente componente académico (pues esas armonías no salen de la nada), era a la vez de fácil escucha, pues componía canciones con hermosas melodías, estableciendo, a la vez, alianzas con importantes escritores, principalmente Óscar Hernández (con quien compuso otras 11 canciones, de las que mi favorita se llama “Si no fuera por ti” en la versión de la cantante Sandra Esmeralda Rivera), que le permitieron incorporar letras a sus creaciones, lo cual ayudó a que se recordaran con facilidad, algo que, por cierto, poco pasa con ciertas obras instrumentales cada vez más alejadas del gran público y limitadas a un nicho, muy valioso, claro, pero en ocasiones, bastante reducido (y cada vez más).
En esto, Cardona demostró en su momento que se podía ser moderno, elegante y vanguardista sin perder la esencia del lugar del que se viene, además con una música de fácil recordación, pese a su complejidad armónica, lo cual no es fácil. Por eso, muchas de sus composiciones, y pienso en obras instrumentales como “Sincopando”, “Bambuquísimo”, “Gloria Beatriz”, “Melodía triste”, “Ofrenda”, “Optimista”, “Estudio de Pasillo” y “Éxtasis”, entre muchas otras de las cerca de 130 que hizo, presentan complejas armonías o al menos unas alejadas de los clichés, y hermosas melodías que, por su simpleza, pero también belleza, son impactantes, como si fueran canciones infantiles, convirtiéndose prácticamente en “estándares” para las numerosas agrupaciones que visitan y revisitan el catálogo del compositor.
Es que, vale repetirlo, las composiciones de Cardona siguen sonando nuevas, frescas y modernas, lo cual lo hizo consolidarse como una figura admirada y a veces venerada por contemporáneos como Jesús Zapata Builes, Jorge Camargo Spolidore, Manuel J. Bernal, Luis Uribe Bueno y varios de los que se inspiraron en él y siguieron su legado en festivales, grabaciones, presentaciones y escuelas de música, como Fernando León, Gustavo Adolfo Renjifo, Germán Darío Pérez (quien compuso el bambuco “León Cardona”), Luz Marina Posada, el trío “Nueva Gente” y los duetos “Sombra y Luz”, “Las Mellis” y “Trapiche Molé”, entre muchos más.
De hecho, Cardona es, tal vez, el compositor más interpretado en festivales de música andina colombiana, como el del “Mono Núñez” en Ginebra (Valle), el “Hatoviejo Cotrafa” en Bello (Antioquia) y el “Festival Nacional del Pasillo Colombiano” en Aguadas (Caldas), en el que jóvenes muy jóvenes interpretan constantemente sus composiciones, pues su lenguaje sigue siendo, valga la redundancia, joven.
Me dijo un amigo,
me lo contó un poeta,
que muy pronto el odio
transformaría el amor
Y no extrañen
que haya magos y poetas
que convierten una herida en una flor
La que fue, tal vez, la última obra de León Cardona, al menos para orquesta sinfónica, surgió por un encargo hecho por José Gregorio Baquero Nariño —tío mío—, quien, como ejecutante de la bandola y amante del bambuco, el pasillo y la música en general, buscó a Cardona por todas partes (de hecho, yo me había comprometido a esa labor, pero me enredé y no hice nada). Finalmente, mi tío encontró al maestro y en una charla en la muy tradicional cafetería Astor del paseo Junín en Medellín, pudo expresarle su admiración e interés para contratarle la confección de una nueva obra, que este, con bastante entusiasmo, elaboró en pocos meses. Esta obra se titula “Sinfonía Colombiana” y fue presentada por la Orquesta Filarmónica de Medellín el 16 de mayo de 2021. Vale decir que en todo el trabajo de montaje de la obra se contó con el impulso entusiasta de su directora ejecutiva Catalina Prieto, a quien quiero mencionar, pues, a diferencia de otras personas, comprendió la importancia y oportunidad de homenajear a uno de los artistas más importantes del país, el cual, a sus 93 años, seguía activo componiendo y presentando nuevas creaciones.
Por cierto, no voy a criticar a los músicos famosos de hoy ni al público que los sigue, porque, como dicen por ahí, al que le gusta le sabe, aunque sí diré que, en un momento en el que solo se imponen desde arriba estéticas simplonas y superficiales (¿no que no iba a criticar? me dirán por ahí), bien vale revisar, conocer y reconocer la obra de creadores que, como León Cardona, marcaron nuevas formas dentro del contexto en el que se encontraban, agarrando lo que ya había, pero usando un lenguaje contemporáneo y, sin duda, inspirador. Por esto, buscaré aquellos discos en los que se encuentran las composiciones del maestro, incluyendo “A ritmo de León” de Guafa Trío (2006) y “Magos y Poetas” de Luz Marina Posada (2017), con canciones de León Cardona y su “llavería” Óscar Hernández; que son algunos de los artistas que, en los últimos años, le han hecho un homenaje sincero, profundo y de alta calidad al gran maestro que acaba de partir.
Dicho todo esto, que sea la oportunidad para reconocer, homenajear, conocer y reconocer, ojalá profundamente, la vida y obra de León Cardona, un talento excepcional, un creador original, un innovador que todavía suena moderno, un revolucionario de su arte, uno de los grandes genios de la música en Colombia y, sobre todo, una persona que comprendió que los contextos que se viven, al menos estéticamente, sí se pueden cambiar, y si es con un bambuquito mucho mejor. Y eso será, al menos para mí, pero sé que para otros también, un motivo muy valioso para seguir andando por este mundo.
* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017) y Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014).