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Los poemas de Carlos García son un cúmulo de amor y hastío, de deseo y abandono, una manera de relatar desde la poesía el encuentro y el abandono, la emoción de la ilusión de la relación que empieza, la mirada y la pérdida.
Por ellos pasan y pasan amores que a la vez son seres anónimos, mujeres descritas por un detalle, por el largo del pelo o por la manera de llegar o despedirse, siendo más las veces que se van y olvidan.
Hay en esta poesía un tratamiento del tiempo que corre veloz y a la vez se detiene.
A veces parecen poemas de amor, pero, avanzando en el libro, se ve que ese amor está cruzado por el temor de la pérdida y por la ausencia. Es como un amor posible y necesario que empieza y parte a la vez.
Hay algunas palabras y frases, que son una clave en sus poemas como controversia; incertidumbre; espejismos; no abrirás la puerta; vendrás porque me llamaste; repitiendo los silencios; escapas a esa cúpula neutra; universo quántico; sólo quedarán los restos, las cenizas; no intentes desandar el camino; ya pasó todo por delante y se fue...
Son poemas muy bellos, aparentemente son un largo relato de amor, pero dentro guardan un tratamiento del tiempo y el espacio como lugares extraños al poeta por los que pasa el caminante.
Son la necesidad universal que tenemos todos de afecto y a la vez el temor profundo al abandono.
Son una búsqueda insaciable de un lugar, de un espacio, pero también el temor a encontrarlo y que ese lugar esté vació, que en ese lugar no haya nadie.
Selección de poemas del libro
Turista
Ya no hay palomas en los tejados,
ni hojas que caen balanceando una canción del sur,
pero pude llegar allí, de nuevo,
miré hacia la terraza que fue mía
y había otra ropa colgada,
de otro color,
de otra talla,
con otro olor.
La gata ya no se pasea por la cornisa,
ni los vecinos saludan tímidos
subiendo derrotados la escalera sucia.
Mañana temprano ni tú, ni las demás,
abrirán la cortina que se atasca en mi habitación,
las tostadas no se quemarán
ni la olla gemirá tres veces.
Sólo soy un turista más
en la ciudad que me moldeó a su imagen,
pero nunca a su semejanza.
Camino estas calles, mis calles, sin rumbo,
observando edificios vistos mil veces,
haciendo tareas ayer rutinarias
con mimo y mirada de novato,
para luego volver a otro lugar,
a otro cuerpo,
a otra emoción más alejada.
Pero ahora,
mirando al cielo de Madrid,
lo recuerdo bien.
Hace años, aquel hombre me lo dijo:
“Algún día dejarás de correr,
abrirás los ojos,
y volverás a estar allí”.
Ricura
Rodamos por las venas de la noche, espléndidos,
insomnio frenético de músicas dulces,
café, tabaco y sexo,
última llamada, última oportunidad,
ronroneos que serpentean entre susurros lascivos,
amanecer junto a ti, respirar libre para susurrarte al oído…
Tribal
Es ese olor
el que te marca,
como una res brava,
el que dice que eres de mi tribu,
que ya eres como yo.
Aunque no lo creas,
ni lo sepas,
ni lo sientas,
volverás siempre a mí,
o a otro como yo,
ya es inevitable:
estás marcada, princesa.
Y en el devenir de tus años,
entenderás el sentido
de este juego eterno,
los lazos de nuestra tribu invisible
que se reconoce en las esquinas oscuras,
bajo la ropa cuando cae,
sobre las caricias falsas,
o en los desiertos sublimes
que pueblan nuestras miradas.
Y te entregas
Y te entregas,
asomada entre curvas
que dibujan tus gritos,
arrastrada por un constante celo
que me lleva a encadenarte
a mis piernas entumecidas,
casi dormidas,
por una constante tempestad
que nace del fondo de tu axila.
Y me muerdes en el cuello
buscando algo más que la yugular,
y muerdes otra vez,
besándome con esa melena
de diosa africana en youtube,
cuando perdemos tiempo
que nunca volverá a nosotros,
a este momento amodorrado y lascivo
entre la tarde y otra última noche.
Y vuelves a beber de mi fuente
intentando repetir la nada íntima,
buscando ese cáliz dorado
que nos debería conceder
la eterna juventud de un segundo,
como la vela que nunca consume
esta hora tierna y crepuscular,
donde mi mano izquierda te apaga
mientras la derecha te enciende.